La presente entrevista fue ofrecida a la corresponsalía en La Habana de la agencia IPS.

¿Se puede hablar de la existencia de un feminismo en Cuba? ¿Cuáles han sido algunos de sus principales hitos y tropiezos?

Si se piensa en un contexto geopolítico, del Sur global, como un territorio en el que han circulado ideas y prácticas feministas, sí creo que pueda hablarse de un feminismo cubano. Algunos de sus hitos hacen referencia al pronunciamiento de Ana Betancourt en la Asamblea Constituyente de 1869, la publicación de Minerva, una revista protagonizada por mujeres negras en la que se destacaron figuras como María Angela Storini, una ex-esclavizada cubana, entre otros que no cabrían aquí y que dependerían de quién cuenta esa historia del feminismo en Cuba y desde dónde la cuenta. Por ejemplo, algunos de esos hitos aparecen documentados en una de las últimas publicaciones feministas cubanas, me refiero al libro de Teresa Díaz Canals Mujer, Saber, Feminismo lanzado en 2018 por la Editorial de Ciencias Sociales de La Habana. Tengo mis críticas sobre este libro particularmente habano-centrado y con ciertos ecos de eurocentrismo, pero considero que ilustra algunos de esos hitos y tropiezos, por lo que recomiendo su lectura. Si otra persona, intelectual, activista decidiera contar esa historia del feminismo en Cuba, tal vez fuesen otros los hitos y otras las figuras a resaltar.

El feminismo cubano, como todos, contiene diferentes vertientes, corrientes, posicionamientos y perspectivas.

Existe un viejo debate sobre la presencia en Cuba de un movimiento feminista, ¿cuál es su criterio?

Afirmar la existencia de un movimiento feminista va a depender de lo que entendemos por este y dónde seamos capaces de verlo. Me parece que muchas veces operamos con los referentes de movimientos sociales de Occidente e inclusive de otras regiones de América Latina y, siendo así, eso condiciona que podamos identificar o no un movimiento feminista. Particularmente me gusta la definición de Sonia Álvarez (2014) del movimiento feminista como un campo discursivo de acción, que contempla la existencia del feminismo circulando de muchas formas y en varias tramas del tejido social, no apenas en un único formato. Si, además de eso, tenemos en cuenta que Cuba es también su diáspora, sí creo en la existencia de un movimiento feminista en esta perspectiva que propone Sonia Álvarez como campo discursivo que aglutina a varias personas, no necesariamente en el mismo espacio físico, no necesariamente concordando, pues se trata de una articulación colectiva y de un campo de disputa. Por tanto, ese movimiento feminista va a disputar determinadas representaciones hegemónicas emanadas de posiciones centrales, así como a instaurar nuevos códigos culturales, etc.

Mi criterio es que sí existe un movimiento feminista como campo discursivo de acción, que obviamente no ha ganado todas las arenas que se desearía que ganase, y probablemente existe fuera del formato en que se da su existencia en otros países. No creo que tenga que haber un movimiento feminista idéntico al de ningún otro lugar. También creo que considerar al feminismo cubano, sus formas de articulación, en retroceso con respecto a otros feminismos de otras regiones es, de alguna forma, reforzar esa lógica occidental de progreso que, tomando a Occidente como punto de referencia, principio y fin de todo, juzga lo que se produce en el Norte global como “avanzado” y a lo que se produce en el Sur global como “atrasado”, “arcaico”. Creo que cada contexto seguirá sus propias temporalidades y lógicas. Las feministas decoloniales vienen cuestionando este tipo de argumentos. Hay además un interesante trabajo de Clare Hemmings (2009) que aborda esta cuestión de cómo el modo de contar las historias feministas apela a esta lógica occidental ya gastada. Hay una historia y un legado de un movimiento feminista cubano, y desde que tengo contacto con el feminismo como teoría y acción política (mínimo desde 1999, por ende hace alrededor de 20 años), he identificado ideas y prácticas feministas circulando en Cuba, incluso en lugares asumidos como “periferias” por parte de los grandes centros de poder. La Habana es siempre el lugar desde donde se cuenta todo, pero hay mucha articulación feminista en otros lugares como Santiago de Cuba que han sido invisibilizadas por estos discursos hegemónicos.

Yo creo profundamente en la existencia de ese feminismo en movimiento, como una trama discursiva que está presente en el tejido social, de muchas maneras, y es necesario mapear o cartografiar ese movimiento ahora mismo, y mapearlo fuera de los lugares hegemónicos desde donde siempre se habla y se escribe de feminismo en Cuba; mapearlo en sus intersecciones con los movimientos y activismos LGBT cubanos, ¿o me van a decir que no hay feminismo dentro del activismo LGBT también? Es que muchas veces operamos con concepciones muy disciplinarias que colocan fronteras y nos impiden pensar de forma más compleja. Consecuentemente, ver o no un movimiento constituido va a depender de con qué lentes se mire; si miramos con los referentes de movimientos sociales de Estados Unidos, Europa o inclusive de la propia América Latina, eso va a condicionar lo que seamos capaces de ver. Para mí es una tarea pendiente estudiar la constitución de ese movimiento en la contemporaneidad, porque estoy convencida de que existe, con las singularidades que condicionan su existencia en Cuba.

Cuba vive momentos de cambios económicos y sociales que repercuten de diversas formas sobre la ciudadanía, ¿cuáles serían los impactos que el contexto actual dejaría para el feminismo?

La pregunta me parece bastante amplia y no sé exactamente cuál es su foco. No obstante, para mí no se trata solo de que el contexto actual impacte al feminismo y condicione el modo en que se da la práctica feminista, sino que también ese contexto desafía al feminismo como teoría e intervención social y política. Uno de esos desafíos es dejar de pensar la ciudadanía como una cuestión asociada apenas a la nacionalidad. Los estudios feministas en diálogo con los estudios queer vienen debatiendo cuestiones como la ciudadanía sexual (Evans, 1993) hace bastante tiempo. Uno de los desafíos que el contexto actual (no solo el actual creo que desde hace tiempo) le coloca al feminismo es discutir cómo las regulaciones hegemónicas de género, sexualidad y otras matrices de poder retiran derechos ciudadanos a algunas personas, obstaculizan la existencia de políticas públicas que acojan sus demandas. Entonces, uno de los desafíos feministas es la necesidad de concebir la ciudadanía más allá de la nacionalidad y de la cis-heteronormatividad, por ejemplo.

El feminismo es una filosofía que reivindica los derechos de las mujeres para insertarse y participar en la vida política, social, económica y laboral. En el caso cubano, ¿considera que esos derechos ya obtenidos se han visto lesionados en los últimos años? ¿Por qué?

El feminismo puede ser considerado una filosofía porque desde el punto de vista epistemológico aporta formas concretas de producir conocimientos, elabora propuestas analíticas para ello, etc. Una reflexión más amplia sobre esto la brinda, entre otras, Sandra Harding en un texto que se llama “¿Existe un método feminista?”. El feminismo puede ser visto como una filosofía, por ejemplo, el feminismo queer que ha desarrollado Judith Butler es una apropiación feminista de la filosofía post estructuralista, así como el trabajo de Simone de Beavouir en el libro Segundo sexo partió de la filosfía existencialista. También pudiera hablarse del feminismo marxista, que bebe de las propuestas analíticas de la filosofía marxista. Inclusive recomiendo la obra de Butler, Ángela Davis y la propia Simone de Beauvoir, en la que pueden identificarse los presupuestos filosóficos que nos permiten entender el feminismo como una filosofía.

Por otro lado, el feminismo para mí no se trata esencialmente de derechos de las mujeres. Ese presupuesto corresponde a un tipo de feminismo liberal al estilo de Betty Friedan, que pretendía la igualdad sin preocuparse de la multitud de mujeres que no estaban siendo consideradas en esa reivindicación de igualdad. Digamos que entre las motivaciones que dieron lugar al feminismo, ciertamente estuvo el cuestionamiento al estatus político, económico y social de las mujeres, si nos remitimos a Olympe de Gouges o Mary Wollnstencraft, que son tomadas como pioneras de esa reivindicación de la ciudadanía para las mujeres (obvio dentro de una historiografía feminista occidental). Sin embargo, varias vertientes feministas han venido problematizando, ampliando, expandiendo esa visión del sujeto “mujer” como sujeto político del feminismo, si tenemos en cuenta, por ejemplo, siguiendo a Sojourner Truth, que dentro de un determinado ideal racista de feminidad, algunas no son ni siquiera consideradas mujeres, o si lo son, es apenas para ser objetificadas e instrumentalizadas. Este es el principal cuestionamiento que está contenido en el histórico discurso pronunciado en 1851 por la feminista negra y abolicionista Sojourner Truth “¿Acaso yo no soy una mujer?”, y que está en línea con la reflexión que propone Ángela Davis en el primer capítulo de Mujeres, Raza y Clase. Lo mismo pudiera decirse de la problematización que introduce Monique Wittig en su libro Pensamiento heterosexual, cuando dice que “las lesbianas no son mujeres”, haciendo una crítica a un feminismo heterocentrado que, diciendo hablar por todas, hablaba solo en nombre de las mujeres heterosexuales. Por ende, el feminismo, al mismo tiempo que reivindica el sujeto mujer, lo cuestiona constantemente, y esa ha sido una contribución fundamental de los feminismos negros, feminismos lésbicos y del transfeminismo principalmente. Si me preguntaras, para mí el feminismo se propone un mundo sin discriminaciones de género, y esas discriminaciones de género incluyen a mujeres así como a otras existencias como pueden ser un hombre trans, por ejemplo. Inclusive, implica pensar al género en sus intersecciones con otros marcadores sociales.

Creo que en el caso de Cuba algunos derechos han sido históricamente garantizados, a través de políticas de igualdad, a ese sujeto mujer pensado de forma esencialista, homogénea y universalizante, siendo necesario cuestionar cuál es el ser humano al que se le garantizan derechos humanos, como dice Berenice Bento (2017), una socióloga brasileña que trabaja con esta pregunta: ¿cuál es el humano que tiene derecho a los derechos humanos? Entonces creo que en el caso de Cuba, cuando se coloque esta cuestión de los derechos garantizados, hay que preguntarse a cuáles mujeres, a cuáles personas. Porque el feminismo no trata esencialmente de las mujeres, trata de quién cuenta como humano (Oliveira, 2017), o sea, cuál es el referente de ser humano con el que estamos operando. El feminismo se (pre)ocupa por cuáles vidas importan, y cuáles son los criterios de estratificación de esas existencias (humanas y no humanas). Por ende, denuncia y combate estos procesos de estratificación de los seres humanos y no humanos.

Tanto para mujeres como para hombres y personas con otras identidades, declararse feminista ha sido un conflicto. ¿A su juicio, cuáles siguen siendo los estigmas que sufren esas personas y cómo podrían ser cambiados?

Yo pienso que es un reduccionismo asociar el feminismo a las mujeres. No sé si esto podría ser considerado propiamente un estigma, me parece que no, atendiendo al significado del término estigma. Y muchas veces oigo ese tipo de planteamientos, por ejemplo, que un hombre no puede ser feminista. Para mí eso es lo más antifeminista que se pueda oír. Ser feminista implica tener un pensamiento y una práctica feminista, no un tipo de género o de identidad de género (si consideramos ser mujer como equivalente a tener o ser de un género o identidad). Un pensamiento feminista es aquel que cuestiona todos los sistemas hegemónicos (especialmente el sistema de género) que intentan regularnos, disciplinarnos y encuadrarnos, que intentan restringirnos en nuestras posibilidades existenciales. Pensar como feministas equivale (y esto es sin pretender ninguna definición) a asumir como principios que nos orientan, entre otros: 1) la autonomía de los cuerpos, la autodeterminación de género; 2) el rechazo a cualquier jerarquía o relación de superioridad con base en el género, la raza, la clase, sexualidad, entre muchos otros marcadores sociales que los feminismos vienen discutiendo. De ahí podríamos preguntarnos: ¿pensar como feministas es exclusivo de las mujeres? Inclusive hay muchas mujeres que no son feministas, que están lejos de serlo y reconocerse en ese lugar identitario —ser mujer— no es garantía de que lo serán algún día. Cada vez que se dice que un hombre no puede ser feminista, se está reforzando un cierto esencialismo como forma de entender el género y la propia práctica feminista.

Por otro lado, ser feminista es también actuar colectivamente a través de diversas formas de articulación. Yo creo que desde el momento en que alguien que se dice feminista comienza a establecer quién puede y quién no puede ser feminista está imponiendo una norma. E imponer una norma es lo más antifeminista que pueda haber. Ser feminista no tiene que ver con ser de un género femenino o masculino (que además sabemos que no son solo dos géneros), sino con actuar de forma colectiva sobre todo con base en principios feministas y eso no es exclusivo de las mujeres. Ser feminista es un posicionamiento político, asumido propositivamente, no corresponde a ninguna esencia. Si consideramos que el sistema de género produce tanto a las víctimas como a los victimarios (ellos no vienen del planeta Marte, sino del mismísimo sistema de género que establece opresiones para una diversidad de existencias), es hasta deseable que todes los que están involucrados con ese sistema de género se envuelvan en la lucha y en el movmiento feminista. Sugiero la lectura del libro de bell hooks (2000) titulado El feminismo es para todo el mundo, que está disponible online.

Referencias:

Álvarez, Sonia. “Para além da sociedade civil: reflexões sobre o campo feminista”. Cadernos Pagu (43), janeiro-junho de 2014, pp.13–56 .

Bento, Berenice. Transviad@s: gênero, sexualidade e direitos humanos. Salvador: EDUFBA, 2017.

Evans, D. T. Sexual citizenship: the material of construction of sexualities. London, UK: Routledge, 1993.

Hemmings, Clare. “Contando estórias feministas”. Revista de Estudos Feministas, v. 17, n. 1, 2009, pp.215–241.

hooks, bell. Feminism is for everybody: passionate politics, Nueva York, South End Press, 2000.

Oliveira, João Manuel. Desobediências de gênero. Salvador, Ba: Devires, 2017.

Foto: Marcia Ríos

Tomado de Yarlenis Malfrán Mestre.

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Written by

Yarlenis Mestre Malfrán

Académica. Licenciada en Psicología Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, 1999. Máster en Intervención Comunitaria, Centro Nacional de Educación Sexual, La Habana, 2004. Doctora en Estudios Interdisciplinares en Ciencias Humanas, Universidad Federal de Santa Catarina, Florianópolis, Brasil, 2021.