familia afrocubana

¿Las personas negras también pueden ser racistas? Más que responder con un sí o un no sería importante comenzar diciendo que las sociedades son estructuralmente racistas. Así también la educación, los sistemas políticos, los económicos han sido condicionados por una organización social atendiendo al género, la raza, la clase; privilegiando jerárquicamente a la cultura andro-eurocentrista. De ahí que ser negros/as nos ha remitido históricamente a la inferiorización más aguda dentro del entramado social.

Esa herencia es latente hasta hoy. Esa enseñanza de que las personas negras tenemos tendencia a la vagancia, a la delincuencia, a la violencia, continúa adherida a la conciencia colectiva, a los órdenes mundiales. El patrón social colonialista, patriarcal y racista no ha sido superado. Por más que sigan existiendo políticas y leyes prohibitivas contra la discriminación, si no se acompañan de campañas de concientización y sensibilización seguiremos recogiendo agua con canastas.

Es importante educar a las infancias en un verdadero sentido de la igualdad, del respeto hacia todas las personas. También se hace urgente deseducar a los adultos de todo el racismo encubierto y subliminal con que nos han edificado.

No olvido el día en que le negué el saludo a un amigo muy querido de mi familia, porque era negro. Así le confesé a mi madre: “es que es muy negro”. ¿Cómo es posible que una niña de cuatro años rechace a una persona por el color de su piel? Siendo de familia negra ¿cómo se explica esto?

La cultura dominante es blanca y androcéntrica, y eso nos lo recuerda la tele, los diarios, las publicidades y las propagandas constantemente. Las escuelas son reforzadoras del sentido racista y discriminatorio no solo de la historia sino también de la realidad de cada día. Las galerías y los museos son eurocéntricos. Las jugueterías están todas blanqueadas. Las frases populares están minadas de racismo, los cuentos infantiles, los chistes, el humor, y ahora se suman también las redes sociales.

Blanco corriendo es atleta; negro corriendo, ladrón.

¿Por qué los negros tienen las palmas de las manos y las plantas de los pies de color blanco? Porque cuando llegaron al río a bañarse, en lugar de meterse completos, solo se lavaron las manitos y los pies.

Ante lo mal hecho, o lo entendido como “inadecuado”: ¡tenía que ser negra! o Mírale el color y perdónala.

Los negros si no la hacen a la entrada, la hacen a la salida.

¿Dónde están los/las protagonistas negras en las historias, novelas, cuentos, narraciones? ¿Que inspiren, que sean imágenes a seguir, personajes que les niñes quieran imitar y que, además, sean espejo de su propia identidad? No existen. Al menos no en la cultura popular.

Los personajes de “raza” negra vienen de la mano de la criminalidad, lo vulgar, todo lo que no queremos ser, lo que rechazamos. Y eso es lo que nuestros hijes consumen desde y con el biberón. Casi nunca las imágenes de personas negras están recreadas en abundancia, felicidad, exquisitez, inteligencia. Casi nunca, cuando están recreadas desde lo costumbrista y lo tradicional, se les añade la importancia y la relevancia social de la cultura afrocubana, más bien se les refuerza como un fetiche maniqueísta infravalorado, como un adorno exótico perteneciente a las márgenes sociales y no como valores trascendentales pertenecientes al centro de la cultura de la nación.

De niña, cuando me preguntaban de qué color era (no sé si a los niños y niñas blancas se les pregunta con la misma insistencia), respondía que carmelita. Y esos adultos jocosos intentaban molestarme diciéndome que no, que yo era negra. Pasados los años, llegué a mi casa mostrando orgullosa mi carné de identidad que pautaba mi mayoría de edad, una amiga lo tomó en sus manos, lo leyó y exclamó horrorizada: “¡pero te pusieron de raza negra!”. Se reitera lo mismo, ser prieta es algo malo.

El racismo, como dispositivo de control, instaura sentimientos de vergüenza en quienes nos reconocemos negras/os. La vergüenza no proviene de ser negro, sino de que la negritud sea tomada como señal de fealdad, delincuencia, amenaza, etc. dentro de una cultura racista como la que vivimos. Es necesario tomar estas vivencias como una posibilidad analítica para que se entienda que estos sentimientos son un efecto del racismo.

Así se construye la máxima aspiración del mestizaje. “Aclararnos” formó parte de fuertes políticas de blanqueamiento en la historia de toda América Latina y hoy nos sigue persiguiendo ese anhelo. Es importante desmarcarnos de la negritud absoluta sea por el pelo, las facciones, el tono de piel, lo que sea. El caso es que estamos bajo la mira del mestizómetro incesantemente. Clasificarnos implica desentrañar la madeja étnica que nos compone y sacar a la luz no aquello que nos hace prietos, sino lo que nos destiñe y “adelanta”.

Cuando no tenemos una conciencia antirracista, para el caso de las mujeres afrodescendientes que nos digan moras, aindiadas, morenas, negras coloradas, pueden llegar a ser grandes “elogios” dentro de esta lógica racista. Eso indicaría que se nos reconoce “el blanco de atrás” y que no somos prietas puras. Pero mulatas o mulatonas son de las calificaciones más aspiradas, verdaderas alabanzas y hasta flamantes “piropos”. No importa que vengan despectivamente de la “mula” del colonizador español ni de la apología a las violaciones de las mujeres negras esclavizadas. Primero, esa historia no se cuenta ni se conoce; segundo, la Cecilia Valdés está más instaurada en la iconografía popular que la propia Mariana Grajales.

Han sido las muestras de racismo y discriminación las que han hecho que mi dignidad sea cada vez más prieta, más oscura. La afroconciencia es liberadora y a la vez dolorosa. Mientras la sociedad te empuja a querer desmarcarte de la negritud, una entonces elige separarse de todo lo que entrañe una historia racista. Me pasó en plena fiesta en un concierto en vivo del grupo cubano Interactivo, mientras una de sus cantantes (afrodescendiente) pedía que todas las “mulatísimas” levantaran las manos para corear y bailar, yo bailé (claro que sí), canté, la felicidad seguía estampada en mi sonrisa, pero no pude levantar los brazos.

Foto cortesía de BarbarA´s Power.

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