Finalmente nos tocó el turno en la larga fila de espera para los aerostáticos. El encargado nos da la bienvenida: “Solo tenemos disponibles globos pequeños y por el inconveniente hemos agregado muchas frutas o pueden esperar unos minutos por uno más grande”, nos dijo. Estábamos tan felices y excitadas ante la posibilidad de poder ver el cielo de cerquita, que no lo dejamos ni terminar la frase. Nos abalanzamos sobre nuestro globo colorido y pequeño y nos embutimos dentro sintiéndonos, literalmente, en las nubes, sin nisiquiera haber despegado. Íbamos acompañadas por frutas: mangos, plátanos, caimitos, mamoncillos, mameyes, ciruelas, melones, chirimoyas, todas maduras y oliendo, oliendo mucho. Comenzamos a movernos lentamente. Risas. Disfrute. Plenes de felicidad ante cada centímetro que nos alejaba del suelo: mirar el cielo desde el piso de la cesta, cobijades, apretades, calientes. Les tres. Frutas de colchón, frutas de almohada, frutas de sábanas. Nos revolcamos sincronizadamente. Nos untamos en fruta, al mismo tiempo que subíamos hacia el cielo. Tocamos sus plantas y sus palmas. Aguacero de frutas: dulce, pulposo, texturizado. Canísteles brotaron de su interior. Salpicades de frutas. Cubiertes en frutas. Pariéndolas por la piel, por todos los orificios. Masajeándonos larga y gustosamente. Entrándonos sin tocarnos. Teniéndonos sin entrarnos. ¿Adónde estás llegando? Estoy sintiendo, te respondió. Lágrimas de mamey y sudores de mango. Con la altura se intensifica el olor y la acidez del tamarindo que hace muecas. Tú no puedes dejar de chupar. Te hace bien. Nos hace bien. Tamarindo chupado. Canístel brotado con plátanos que sostienen. Volamos. Colectamos semillas frutales y las lanzamos, con frenesí y delicadeza al mismo tiempo, hacia la tierra donde inmediatamente los árboles crecen. Envueltes en guanábana, o sea, en champola, mamoncillos y labios de marañón. Extendiendo las manos hacia fuera de la cesta, recogemos cocos tiernos. Nos bañamos en su agua. Nos chorreamos. Saciamos la sed. Nos humectamos por afuera y por dentro. Bebemos cascadas de aguacocada que hacen olas en nuestros cuerpos. Comenzamos a descender suavemente y el calor se siente. Llegamos a una llanura cálida. Teníamos compañía. Otros seres nos rodearon; grandes algunos, otros pequeños, con muchos colores y corporalidades jamás vistas. Conversamos y reímos fascinades. Nos enseñaron sus infinitas lenguas de colores, con disímiles consistencias y formas y densidad viscosa. Admitimos que nos lamieran. Acogimos, recibimos, sentimos. Nos tendimos ante sus lengüetazos luminosos, coloridos, fluorescentes, dejando trazos, más bien lengüetrazos.

Portada: Lengüetrazos de Odaymar Cuesta

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