¿Te has preguntado por qué se nos pide a las personas negras, especialmente a las mujeres, que llevemos el cabello natural como señal de nuestra posición antirracista?

Vayamos por partes. No existe ninguna otra identidad racial, que no sea la negritud, en la cual se le asigne un significado específico, mucho menos político, a un hecho tan cotidiano como llevar tal o más cual peinado.

También es cierto que socialmente se continúa considerando el cabello afro, especialmente el 4 C, como indomable, irreverente, y así algunas otras metáforas.

Hasta han inventado una escala, que presumo nacida en la industria cosmética, que hoy forma parte de slogans y coros de canciones. Un número y una letra han pasado a ser definitorios. A mí, sinceramente, me parece un too much. Querer indicar cómo ha de llevarse el cabello afro (laceado, con extensiones, natural, etc.), y otorgarle una escala en el antirracismonómetro, es parte del mismo control de los cuerpos negros que legitima y promueve el patriarcado racista y misógino.

Sin embargo, todes hemos pasado de una manera u otra por ahí. En algún momento de nuestras vidas militantes, me incluyo, hemos querido identificar el pensamiento antirracista con cómo se lleva el cabello. Como si uno más uno siempre fueran dos. La verdad es que tener dread locks (que los llevé por cuatro años y no soy rastafari) puede ser estar tan de moda como tener un afro o espendrú, popularísimo durante las décadas de los 60-70, también entre gente blanca de pelo liso.

Sesenta años después, lo que está en el bombo es la “definición”, la cual al igual que cualquier otra técnica de laceado, responde a patrones tradicionales de belleza. La gente quiere verse linda, y la belleza es un concepto que, aunque ya se le van abriendo poros (negra, gorda, otras capacidades, etc.), sigue respondiendo al paradigma hegemónico de la blanquitud.

La realidad es que la mayoría de la gente afrocubana que conozco lleva el pelo como puede, hasta donde le dé el bolsillo o según la gentileza de les familiares y amistades que tenga en el extranjero. Harto conocido es que los productos cosméticos que se comercializan en Cuba en las tiendas estatales ignoran olímpicamente al 13% de la población (aun si fuera cierto que solo somos casi un sexto de los habitantes del archipiélago). De hecho, muchas personas afro deciden dejarse el cabello natural cuando ya no viven en la isla, dado que pueden acceder a los productos. Como dice una de las canciones de El Disco Negro de Obsesión: el contexto hace el texto; o lo que en buen cubano se proclama: se hace lo que se puede.

Yo, por ejemplo, que vivo en un país donde cada día hay más personas afrodescendientes, he notado que los afroalemanes llevan su pelo al aire, tal cual, sin pretender ordenarlo. Y he sufrido. Me han dado ganas de peinarles, arreglarles las greñas, hacerles trenzas. Esa compulsión es muy fuerte y se lleva muy dentro. Nadie es infalible, mucho menos yo.

Después de este tirijala entre potasa, peine caliente, keratina, extensiones, aceites de aguacate y suavizadores sin sulfatos, turbantes y pañuelos, mi propuesta es que la manera de llevar el pelo afro no tiene que ser leída en conexión alguna con la existencia de un pensamiento antirracista. No se es menos consciente del racismo cuando se decide usar keratina para lacearlo. Tampoco llevar un afro significa que se sepa diferenciar entre el racismo y la discriminación racial.

Porque además, si de verdad fuésemos a tomar el uso del espendrú como símbolo del antirracismo, estaríamos fritos. Demasiado tiempo ante el espejo, en una vida que vuela, para lograr que cada pelito quede en el lugar exacto.

¡Dejemos que las negras sean libres y felices, que lleven sus pasas como quieran!

Foto: Wherbson Rodrigues

Written by

Sandra Heidl

(La Habana, 12 de septiembre de 1973). Psicóloga, activista, bloguera, editora de género e investigadora. Licenciada en Psicología, Universidad de La Habana, 1996. Diplomada en Género y Comunicación por el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, 2005. Máster en Estudios de Género, Universidad de La Habana, 2008.