Cuando se piensa la educación antirracista en la educación formal, aquella que ocurre en las instituciones escolarizadas, es común que la asociemos a una tarea de la enseñanza de las ciencias sociales o las llamadas “ciencias humanas”. No dudamos en que el combate al racismo se deba realizar desde la enseñanza de la historia, la literatura, las artes, la geografía. Pero parece que esa fuerza disminuye un poco cuando nos referimos a la enseñanza de las llamadas “ciencias exactas y de la naturaleza”. Al parecer aún es un campo poco disputado en la educación antirracista. Pero, ¿será que se puede? Mi respuesta es que sí, y no solo se puede; ¡se debe! Es una deuda histórica y una necesidad urgente.

En mi experiencia como profesor de biología, marica, mestizo, al transitar espacios educativos como la biología con niñas, niños y jóvenes, he notado que su enseñanza puede constituirse en una plataforma importante para visibilizar, reconocer el racismo individual, institucional y estructural, combatir y apropiarse de la lucha antirracista. A fin de cuentas, lo que siempre nos han dicho es que la biología es la ciencia del estudio de “lo vivo”. Y cómo no preocuparse por el racismo desde la enseñanza de la biología, cuando el racismo mata, asesina cuerpos, epistemologías, historias, posibilidades y existencias. Acaba con “lo vivo”. Por ello quiero colocar para la discusión, de manera breve, cinco razones por las cuales la agenda antirracista debe formar parte central de la enseñanza de la biología, y cinco posibilidades para esta articulación.

Cinco porqués

La biología es una de las ciencias que más contribuyó a legitimar el racismo: La historia de la biología es la del racismo, así como en la historia del racismo siempre encontramos a la biología. El concepto de raza en la especie humana nace en la biología: las mediciones de cráneos, la experimentación con cuerpos negros e indígenas sin seguir procedimientos éticos; el darwinismo social, la eugenesia, el nacimiento de las neurociencias, siempre han coqueteado fuertemente con la biología. Y ni para qué les digo que escuchen declaraciones recientes del ganador del Nobel James Watson. Una pena. Cuando se enseña una ciencia, creo que estamos de acuerdo que lo mínimo es asumir el legado histórico que esta reforzó, reconocerlo y combatirlo.

Todavía se enseña que existen las razas en la especie humana: Sí, por increíble que parezca, en este mismo momento, varias niñas, niños y jóvenes están escuchando de algún profesor o leyendo en algún libro didáctico que existen las razas humanas determinadas a nivel morfológico, geográfico o genético. Estamos lejos aún de enseñar una biología honesta en relación con este aspecto.

Glorificamos científicos y científicas (blancos) por sus descubrimientos, pero escondemos sus violencias racistas: Se enseña que Linneo es el gran padre de la taxonomía, invisibilizando el hecho de que mencionaba que los europeos eran, entre otras cosas, “musculosos, de cabellos abundantes”. Cosa curiosa, pues cuando se ve la pintura del propio Linneo, se encuentra uno con una enorme peluca y algunos kilos que no me atrevería a decir que sean músculos. Él mismo no dudó en decir que los africanos eran “perezosos” en tiempos en que el trabajo forzado esclavo estaba aún lejos de abolirse. No es difícil encontrar otro montón de ejemplos.

El epistemicidio es base fundante de la biología: El solo hecho de suponer que el estudio de “lo vivo” se inicia en Grecia con las clasificaciones de Aristóteles, ignorando el saqueo epistémico de Grecia a otros pueblos, el apagamiento de toda una producción científica precedente (hablo de miles de años antes), y de una gran diversidad de saberes y cosmosensaciones sobre “lo vivo”, colocándolas en el lugar de “creencias” y “supersticiones”, denota una violencia fundada en la biología.

La blanquitud es una marca predominante de la biología y su enseñanza: Basta reparar que cuando se habla de la historia, filosofía y sociología de la ciencia y sus contribuciones para la enseñanza de la biología solo se reconoce la producción científica de personas blancas (en su mayoría hombres cis). El cuerpo que aparece en los libros didácticos cuando se representan los sistemas (digestivo, respiratorio…) es el considerado “universal”, blanco. Curiosamente, no ocurre lo mismo cuando hay que hablar de desnutrición, pobreza o similares.    

Cinco posibilidades

Disputar el lugar de privilegio de la blanquitud desde la enseñanza de la biología: Es un derecho de las niñas, los niños y los jóvenes aprender sobre Darwin, Mendel, Hooke y Pasteur. Pero también es un derecho y una necesidad urgente que las y los estudiantes aprendan también sobre Cheikh Anta Diop, Percy Julian, los saberes de pueblos precedentes por siglos a Grecia y que construyeron nada más y nada menos pirámides, realizaron cirugías craneales; el saber de las parteras en la región del Pacífico en Colombia, la filosofía Muntú y su relación con la naturaleza y la espiritualidad, y una inmensidad de científicas y científicos indígenas, negras y negros, trans que contribuyen a pensar biologías al servicio del pueblo. Recomiendo seguir la cuenta de Instagram @descolonizando_saberes, administrada por la profesora Doctora Bárbara Carine de la Universidad Federal de Bahía, donde se presenta con detalle la producción de científicas y científicos negros en el mundo.

Permitir que estudiantes visibilicen y reconozcan el racismo estructural: Uno de los mayores clichés de la enseñanza de la biología es enseñar nutrición humana como un proceso higienizado, elitista y consumista con una pirámide alimenticia, entre otras cosas, muchas veces alejada de la realidad cultural en la que vivimos. Pensando en la realidad latinoamericana, donde muchas personas no pueden escoger lo que comen, donde el hambre es regla, amenaza y tiene color, es urgente asumir posturas antirracistas en contraposición a las posturas liberales con que estos temas son presentados en las escuelas.

Ponernos serias y serios con lo de la raza biológica: Y no son pocas las oportunidades: cuando se enseña genética, cuando se enseña célula eucariota con el ejemplo de los melanocitos, cuando se abordan enfermedades como la anemia falciforme o la propia historia del racismo científico, se puede denunciar cómo la biología, con procedimientos hoy muy cuestionados pero que en su tiempo fueron considerados válidos, inventó un concepto que hoy no tiene validez científica, el de la raza humana. Pero, ¡ojo! ¡Cuidado! Enseñar que no existen las razas humanas a nivel biológico no debe repercutir en construir actitudes pasivas en las y los estudiantes de que “como no hay raza no hay racismo”. La raza existe, el racismo existe, a nivel social. La cagada que la biología ayudó a fundamentar no se borra con decir: “qué penita, estábamos equivocados”. La realidad nos lo dice.  

¿Y el racismo ambiental pa’ cuándo? En muchas escuelas aún se piensa que la educación ambiental es hacer carteles sobre “cuidemos el planeta”, “cada gotita de agua cuenta” y hacer campañas para separar papel, plástico y orgánicos. Una pena. América Latina, como laboratorio cruel de todos los proyectos capitalistas, coloniales, racistas, neoliberales, sufre constantes desastres ambientales que se dirigen a las poblaciones consideradas menos importantes por la gramática racial de nuestras sociedades. Deja de enseñarme a ahorrar agua, y discutamos la amenaza de multinacionales canadienses a los ríos en los lugares de mayor presencia afro e indígena en países como Colombia, por ejemplo.

¿Qué es eso de la vida? El concepto estructurante de la biología es quizás el menos discutido de manera seria en la enseñanza de la biología. Pero más allá de las células, los órganos, la morfología, la fisiología, los ecosistemas, la genética, que el virus sí, que el virus no, quizás una gran contribución de la enseñanza de la biología a la lucha antirracista es proponer discusiones más honestas sobre qué es la vida, lo vivo. Este es un debate que no se puede ignorar en un contexto donde la muerte tiene preferencias de color.

Hay trabajo por hacer. El desafío, según lo veo, es que la lucha antirracista empiece a aparecer, por lo menos en el horizonte, como apuesta política desde la enseñanza de la biología.

Foto: August de Richelieu.