En este texto me voy a referir a algunas distorsiones del fundamentalismo religioso, que son accionadas con el propósito de crear un pánico moral hacia la comunidad género disidente en Cuba. La ofensiva fundamentalista busca exterminar simbólica y materialmente las agendas y existencias LGBTTQIA+. Para tal cometido, suele apelar a falacias del tipo:

  1. “La infancia está en peligro pues gays, lesbianas y trans quieren adoctrinarles en temas de sexualidad”.
  2. “Quieren acabar con el diseño original que Dios creó”.

La grandilocuencia con que los fundamentalistas invocan un peligro inminente que (supuestamente) acecha tanto a la infancia como a “la familia cubana”, pone al descubierto un gesto colonial, al mismo tiempo que una profunda ignorancia. De la mezcla de estos dos ingredientes resulta un combo especialmente nefasto.

Una de las premisas coloniales puestas en marcha para justificar la falta de conmoción delante del exterminio de indígenas y afrodescendientes fue la producción de una diferencia basada en la idea de “raza”. El racismo en cuanto un legado colonial ha operado como una tecnología al servicio de desnudar de su humanidad a una porción de seres humanos, objetificarlos (de ahí la posibilidad de ser equiparados a mercancías), animalizarlos, en fin, inferiorizarlos. Siendo considerados menos humanos, quedan autorizadas las violencias simbólicas y materiales contra estos seres; al final, “no son tan humanos”. Este establecimiento de una zona (blanca) de lo humano versus una zona de abyección (negra e indígena) asegura una relación de superioridad/inferioridad. Al final, como dice Grada Kilomba, la diferencia colonial no es simétrica ni recíproca; se instaura de forma jerárquica.

Pasando por las lecturas de Aníbal Quijano, Nelson Maldonado y siguiendo con las de María Lugones y Oyeronkè Oyèwumí, aprendimos que la colonialidad del ser no solo se sustenta en una idea de raza, sino que tanto género como sexualidad integran los esfuerzos coloniales por controlar los cuerpos. Es importante recordar que la colonización y sus sucesivos procesos de actualización no se restringieron a formas de control económico y político sobre los territorios de Abya Yala. Supusieron una acción directa sobre el territorio-cuerpo de lxs colonizadxs. También es importante reconocer la vigencia de estos legados que articulan raza, género y sexualidad para establecer formas de dominación. A la vigencia de la colonización, Aníbal Quijano la nombró como colonialidad del poder, del saber y del ser. Eso significa que pese a que la ocupación territorial acabó, las relaciones sociales construidas con el colonialismo persisten.

La colonialidad de género, explicada por María Lugones, ayuda a entender la cruzada fundamentalista, a partir de la continuidad que se establece entre un orden de género cis-heterosexual y un tipo de familia: nuclear, reproductora, monogámica, idealizada por los discursos occidentales, impuesta en los territorios de Abya Yala y reapropiada por lxs colonizadxs. En esas reapropiaciones de las matrices occidentales, nada indica que seamos obligades a repetir en serie, cual modelo fordista, las imposiciones coloniales. Como dice Marília Moschkovich, la norma (colonial) no agota a la vida, y la vida no puede ser obligada a caber en la norma. Esa es la certeza de los fundamentalistas religiosos, no nos engañemos. Precisamente porque ellos saben que otras configuraciones familiares, afectivas y otras formas de estar en el mundo son posibles, es que tienen que accionar un artefacto político como la infancia para generar pánico y conmoción. Sobre esta manipulación de la infancia en el contexto de los discursos y prácticas conservadoras, Paul B. Preciado escribió un texto bellísimo que se llama “¿Quién defiende al niño queer?” Se los recomiendo porque contiene importantes tácticas que desarticulan los argumentos del fundamentalismo religioso. Es un texto-herramienta para la lucha política en las arenas LGBTQIA+.

No se trata de la defensa de la familia ni de la infancia; se trata de la imposición de un orden de género y sexual de raíces coloniales, porque saben que su férreo control está destinado a fallar. La cruzada fundamentalista religiosa es la más nítida expresión de que el (supuesto) orden natural/divino creado por Dios es una ficción colonial-cristiana. Como dice mi amiga Geni Núñez, importante intelectual brasileña, si tomamos en serio la idea de “lo natural” para definir al género, la sexualidad y la familia, habría que considerar que la naturaleza se define por su incesante movimiento y cambio (cambian las estaciones del año, por ejemplo) y no por un estatus fijo e inamovible. Cae así por tierra la segunda falacia que expuse al inicio, referida a que sexo, género y familia caben apenas en un único “diseño”.

Dentro de la parafernalia fundamentalista religiosa resalta su voluntad de ignorar fuentes y estadísticas científicas de carácter nacional. Basta una breve consulta a los estudios sobre la familia cubana de Patricia Arés para identificar las múltiples configuraciones familiares que caracterizan a la nación cubana. Dentro de este multicolorido paisaje familiar, la familia nuclear no es siquiera la que numéricamente alcanza las mayores cifras[1]. Entonces, seguir invocando un modelo que ni siquiera se sustenta estadísticamente es, además de manipulador, una tentativa de jugar con nuestra inteligencia.

Dice uno de los exponentes del fundamentalismo religioso que “lo preocupante no es que se casen, sino […] los convenios con educación para incluir el adoctrinamiento en asignaturas como ciencias naturales y el mundo en que vivimos”. Voy a ser reiterativa aquí diciendo que sería cómico si no fuese trágico. Como si no hubiera ya, desde siempre, un adoctrinamiento hetero que satura todos los ámbitos de nuestras vidas. La propaganda hetero es el pan nuestro de cada día: “entrada por parejas”, “hembras y varones formen una fila”, “las niñas se sientan con las piernas cerradas”, presuponiendo el peligro de la mirada masculina y, por ende, prescribiendo una heterosexualidad obligatoria a la niña. He aquí una lección de heterosexualidad. Este mandato no es tanto sobre modales y sí una pedagogía de género.

La propaganda hetero es tal cual, porque la heterosexualidad no se trata apenas de quiénes nos excitan o con cuáles cuerpos realizamos nuestros deseos sexo-eróticos. La heterosexualidad es un régimen político como bien explicaron Monique Wittig y Adrienne Rich, por tanto, no estamos libres de adoctrinamiento hetero. Las falacias del fundamentalismo religioso traducen un cierto temor asociado a una inversión de opresiones (¿les suena parecido a aquella otra falacia del racismo inverso?). Su temor es que la lógica según la cual ellos operan, se vuelva contra sí mismos, o sea, para ellos una parte —la heterosexualidad— define el todo —las sexualidades múltiples, plurales e imposibles de ser capturadas en un único tipo de acuerdo familiar y afectivo. Las personas LGBTQIA+ no quieren obligar a los heterosexuales a nada, no quieren adoctrinarles. Esa es una pretensión hetero, una expresión de la “autoestima colonial” (otra sacada de mi amiga Geni Núñez, que ella explica brillantemente en el curso “Colonialidades de Género”, de paso hago un poco de propaganda para animarles a que participen en una edición en español de este curso que estamos ideando, ¡¡¡vengan!!!). Las personas LGBTQIA+ disputan la posibilidad de coexistir, co-habitar, sin que eso suponga exterminar a heterolandia, calma ahí.

Por fin, quería que llegase el día en que la cruzada fundamentalista religiosa (supuestamente) defensora de la familia cubana, se movilizara para detener el feminicidio, ese que sí inunda las estadísticas “del hogar dulce hogar”, y que es una marca preferencial de la familia cis-heterosexual. ¿Cuántas mujeres, personas trans, lesbianas, gays son violentadas a diario mientras los fundamentalistas religiosos continúan en su misión de alimentar imaginarios y prácticas conservadoras, misóginas y cis-heteronormativas? Como dice Paul Preciado en el ya mencionado texto ¿quién protege a la infancia de crecer en un mundo sin violencias de género? Seguramente no son los fundamentalistas religiosos.


[1] No cito estas cifras ni estudios porque están disponibles tanto en las bases de datos como en esos estudios, y hacerles la tarea a los fundamentalistas no es mi prioridad.

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Yarlenis Mestre Malfrán

Académica. Licenciada en Psicología Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, 1999. Máster en Intervención Comunitaria, Centro Nacional de Educación Sexual, La Habana, 2004. Doctora en Estudios Interdisciplinares en Ciencias Humanas, Universidad Federal de Santa Catarina, Florianópolis, Brasil, 2021.