Foto: Rolando Pujol

A partir de las entrevistas etnográficas que realicé para mi tesis sobre las relaciones de género en el espiritismo cruzado, identifiqué la prevalencia en el imaginario espiritista de espíritus de ascendencia africana determinados como oscuros, de bajo astral. Basado en ese hallazgo no podría concluir ni generalizar que se deba a una hipersexualización del hombre negro y a cuestiones racistas, aunque esté intrínseco, por lo que aquí presento brevemente algunas consideraciones al respecto.

El espiritismo cruzado dentro del sistema religioso afrocubano es el mayor exponente del sincretismo de las religiones de matriz africana (Regla de Ocha o Santería y Regla de Palo Monte o Mayombe) junto a la doctrina espírita kardeciana, la religiosidad popular católica y el cristianismo. Aunque haya prevalencia de entidades espirituales negras que cumplen funciones protectoras y de defensa, en el espiritismo cruzado se preservan discursos coloniales de purificación y moralidad, asociados a la santificación católica y apropiados por la doctrina kardeciana, lo sagrado y lo profano determinado desde la posición de poder cristiana, la extinción del pecado y del mal, el respetar y ejercer el comportamiento prescrito por la moral cristiana sobre el libre albedrío, la conducta de los hombres y mujeres, las prácticas sexuales, y las concepciones coloniales productoras de imaginarios negativos sobre lo negro.

En las narrativas experienciales del espiritismo cruzado, se tipifican historias de mujeres y niñas víctimas de acoso y violaciones sexuales por parte de espíritus masculinos de congos que son enviados, en el caso de las mujeres, por sus esposos controladores sexuales o por otras mujeres que se disputan la misma pareja sentimental. Las niñas suelen ser el blanco de la venganza de amantes despechadas o llegar a enamorar a esas entidades oscuras enviadas para perturbar la vida de un integrante femenino adulto en su familia. Estas últimas son mujeres vulnerables en entornos hogareños donde conviven con fundamentos religiosos como ngangas y Osain1 que pertenecen al esposo, y que son atraídas esas espiritualidades por el deseo sexual hacia ellas así como atraídas/alejadas y debilitadas por el misticismo energético del sangramiento menstrual, y la influencia de los espíritus como arquetipo en esos tipos de afectos, por ejemplo el celo de los congos por sus protegidas femeninas.

En mi trabajo de campo de etnografía digital en el grupo Espiritismo Cruzado en Facebook encontré, por ejemplo, a la espiritista N de los Mares quien relató que, en su natal Panamá, una mujer mestiza fue asesinada por su cónyuge por haberle hecho brujería para que no tuviera relaciones sexuales con su esposa ni con ninguna otra mujer mientras estuviera ella viva. El espíritu de la difunta mestiza lo visitó todas las noches para hacerle el amor. S Pimentel compartió que siendo señorita, un espíritu oscuro “hacía vida” con ella: Resultó que era un trabajo de brujería para mi mamá, una señora que quería separar a mis padres, y el muerto cuando lo recogieron le dijo a mi mamá: ‘A mí me mandaron para ti pero cuando llegué allí, ella, que era yo, me gustó más que tú y me fui con ella'”. M Chaviano atendió a una cliente de más de treinta años, la cual le confesó con naturalidad que frecuentemente mantenía sexo con un espíritu congo protector de su esposo, y que ella sospecha haya sido enviado por su cónyuge con la misión de mantenerla atada a él. M Chaviano reconoce la frecuencia con que ocurren este tipo de hechos en mujeres incluso contra niñas, teniendo conocimiento de una sola experiencia en un hombre.

Al abordarse en el grupo el tema de los espíritus que asedian sexualmente a sus víctimas prevalecieron las historias de mujeres. La mujer como sujeto protagonista es recurrente en historias vinculadas con el amor romántico: relaciones de amor-odio donde es victimizada, frágil, dominada; son las que mayormente acuden a los clásicos métodos de amarres amorosos para someter y lograr la fantasía del amor romántico, lo que denota un imaginario de la mujer como ser incompleto, dependiente de la pareja masculina para lograr que socialmente se le considere exitosa. El espiritista E Silva, a partir de su experiencia en el trabajo espiritual, ha identificado en misas de investigación a personas que tienen espíritus que se acuestan a su lado o encima durante el sueño, y tienen prácticas sexuales. Denominados también como entes, formas astrales o fragmentos astrales de difuntos, E Silva comenta que se alojan por lo regular en la vagina, vejiga, ovarios, testículo, intestinos; son capaces de cambiar los hábitos o conductas sexuales tanto en hombres como en mujeres con sus consecuencias sicológicas y emocionales; y pueden causar patologías de aversión al sexo, frigidez, tendencia a la promiscuidad, aparición de interés por personas del mismo sexo, impotencia, eyaculación precoz, aparición de preferencias sexuales no antes deseadas (parafilias), entre otras.

La construcción imaginaria racializada de los espíritus congos, anquilosada en los africanos bantú esclavizados provenientes de la República del Congo, es negra, color asociado a lo maligno, a la oscuridad. El etnógrafo Rogelio Martínez Furé, en su texto El racismo proteico, hace referencia a la colonialidad del lenguaje y de las relaciones de poder que se ejercieron a través de esa mediación: “El español es una lengua imperial (…) cuyos términos mantienen hoy una carga tremendamente destructiva, sobre todo cuando designan a otras personas que no tienen la piel clara. En español, el blanco es pureza, luminosidad, creatividad, altura; el negro es oscuridad, suciedad, mugre, podredumbre; mulato significa hijo de mula, estéril. Por tanto, esas son denominaciones inventadas por las clases dominantes para humillar, para subordinar, para recordarle constantemente a este sector de nuestra población sus orígenes: el barracón, el látigo, el cepo o el ayuntamiento violento de la mujer negra con los dominadores”.

El ser negro hoy en sí detona planteamientos y juicios de valor generalizados, imaginarios sociales racistas y coloniales, el falso mito del negro violador y sus relatos de terror como peligro sexual, los hombres negros como bestias devoradoras de mujeres blancas, y racializando términos como violación, masculinidad. La hipersexualidad que sustentó el imaginario de los hombres negros en Cuba, nació de las costumbres originarias del poligínico, las relaciones coloniales de poder sexo/género y del racismo cristiano que sobre ellos construyó representaciones simbólicas de la violencia. La plantación de caña de azúcar —como extracto simbólico de toda la operación comercial que constituyó el auge de la agricultura de plantaciones— se resignificó en locus de lascivia e hiperbolización del eros para los africanos esclavizados. 

Manuel Moreno Fraginals, en su texto Aportes culturales y deculturación (2009), ubica la liquidación de la vida sexual como uno de los aspectos más traumáticos de la existencia de los esclavos en las plantaciones. Fue en ese espacio heterotópico donde se creó un imaginario del desbordamiento lascivo de los esclavos africanos, en contra de los intentos por parte de los españoles de institucionalizar a la usanza blanca-burgués una familia bajo los patrones morales y culturales occidentales. El intento, llevado a cabo a través de las prácticas religiosas, fue un fracaso. Todo el ceremonial, “el ritual in facie ecclesiae” era una fachada de un posible núcleo familiar que las mismas dinámicas de comercialización destruían al separar a madres e hijos, para ser vendidos al mejor postor. Al interior de los cañaverales se decía ocurrían otras cosas:

“La grave desproporción de hombres y mujeres creó un tenso clímax de represión y una obsesión sexual que se expresó en mil formas: cuentos, juegos, cantos, bailes… En cualquier estudio sobre la herencia cultural africana en el mundo de las relaciones sexuales, debe tenerse en cuenta que más fuerte que la propia tradición cultural es el mundo obsesivo de la plantación. Determinados bailes y cantos de origen africano, que no tenían connotación sexual o la tenían sublimada, adquirieron un sentido casi lascivo bajo la esclavitud. Por ello no es casual que buena parte del léxico sexual cubano-brasileño se origine en los ingenios azucareros. En resumen: la patológica obsesión que tiñe al mundo negro americano no se originó en las condiciones fisiológicas o culturales del africano, sino en el infrahumano sistema de vida de la plantación. En las zonas donde el equilibrio porcentual de sexos proporcionó una vida normal no se plantearon esos patrones de conducta. Pero el equilibrio fue lo excepcional. La esclavitud distorsionó la vida sexual del esclavo, y los racistas justificaron esas distorsiones inventando el mito de la sexualidad sádica del negro, la inmoralidad de la negra y la lujuria de la mulata. Todo ello independientemente de que en los núcleos urbanos, y en la casa solariega, la vida sexual fue el vínculo en que se apoyaron las mujeres para mejorar sus condiciones económicas”. 

Contrario a criterios generalizados de desestimar la categoría de raza en el análisis de casos en el sistema religioso afrocubano, considero que es un espacio para profundizar en las diversas representaciones que en la contemporaneidad todavía generan discursos coloniales y que se necesita sean desmontados y resignificados.

1Osain es la divinidad de la farmacopea yorubá, posee todos los secretos de las plantas, sus utilidades. Es un oricha muy importante en las ceremonias de iniciación, y está presentes en las plantas que se emplean. En su sacerdocio solo se inician hombres, ya que las mujeres son limitadas por la menstruación.

Foto: Rolando Pujol. Tomada de Excelencias Cuba.

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Written by

Adonis Sánchez Cervera

La Habana, Cuba, 1981.
Licenciado en Comunicación Social por la Universidad de La Habana, Cuba. Maestro en Humanidades por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, México, con la tesis Iború, iboya, ibosheshé. Un estudio de las relaciones de género en la Regla de Ifá cubana (2016); actualmente es doctorante por la misma universidad, con la tesis Congo(a)s, africano(a)s y gitanas. Una etnografía de la subversión de las identidades heteronormativas en la práctica del Espiritismo Cruzado.