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En una sociedad racista, no basta no ser racista. Es necesario ser antirracista.
Angela Davis (1981)

La Ley Federal no. 10 639, aprobada el 9 de enero de 2003, tiene un significado muy importante en la lucha por la equidad racial y la justicia social en el Brasil contemporáneo. Su impacto legal en el sistema educacional brasileño es notable porque tornó obligatoria la enseñanza de la historia y la cultura afrobrasileña en las instituciones de la educación básica (primaria, secundaria, preuniversitaria y técnica de nivel medio) tanto públicas como privadas. Esto constituyó una alteración de la Ley Federal no. 9 394, del 20 de diciembre de 1996, que estableció las directrices y bases de la educación nacional desde una perspectiva neoliberal. Fue una conquista de los movimientos sociales negros de Brasil que estaban luchando contra las desigualdades sociales, la discriminación y los prejuicios raciales y el racismo desde la segunda mitad del siglo XX. En la obra Lugar de negro (1982), escrita en coautoría con Carlos Hasenbalg, Lélia Gonzalez abordó las acciones del movimiento negro en los años 1970. 

La legislación de 2003 fue una de las primeras manifestaciones de carácter antirracista que tuvo el primer mandato de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2007). Poco tiempo después, durante su segundo gobierno (2007-2011), fue aprobada la Ley Federal no. 11 645, del 10 de marzo de 2008, que también alteró la legislación sobre la educación brasileña sancionada en 1996. En este caso se trata de la obligatoriedad de estudiar la historia y la cultura afrobrasileña e indígena. Ahí está la marca de la lucha del movimiento indígena desde la década de 1970. La relevancia de la contribución de los pueblos originarios a la formación nacional de Brasil también fue excluida, marginalizada, invisibilizada y estigmatizada en los currículos de la educación brasileña. Esta ley de 2008 reforzó la articulación de una Educación Escolar Indígena, cuya necesidad de ser implementada sobre la base de los enfoques intercultural, bilingüe y diferenciada está registrada en la Constitución de 1988. Sin embargo, solo comenzó a ser reglamentada desde el Ministerio de Educación con las Directrices para la Política Nacional de Educación Escolar Indígena (1993), la citada legislación de 1996, un Referencial Curricular Nacional para la Escuela Indígena (1998) y una Resolución del Consejo Nacional de Educación (1999), hasta ser contemplada en el Plan Nacional de Educación de 2001. Una vez más, la administración petista demostró su voluntad política al respaldar desde el campo jurídico la lucha por la equidad racial y la justicia social, sostenida por la sociedad civil de Brasil.

No obstante, la educación brasileña todavía continúa teniendo un carácter eurocéntrico y es pensada/proyectada desde esquemas neoliberales. La reforma de la enseñanza media, iniciada por el Gobierno Federal entre 2016 y 2017, es un ejemplo actual. La mayoría de los currículos escolares así lo constatan a pesar de las citadas leyes de 2003 (ya cumplió 20 años de promulgada) y 2008, y del Estatuto de la Igualdad Racial, instituido por la Ley Federal no. 12 288, del 20 de julio de 2010. Los tópicos como Historia de África y de los africanos, la lucha de los negros y de los grupos étnicos indígenas en Brasil, las culturas negra e indígena, y el negro y el indio en la formación de la sociedad nacional, están incluidos en los planes temáticos de las áreas de conocimiento: educación artística, literatura e historia brasileñas. Los libros de texto visibilizan tales temáticas. Pero en mis análisis de algunos materiales didácticos usados por los profesores y los estudiantes de la educación básica brasileña percibí la permanencia de un enfoque eurocéntrico y colonialista. Es decir que, por ejemplo, los africanos y los afrobrasileños continúan siendo folklorizados.

El rescate de las contribuciones sociales, culturales, económicas y políticas de los negros brasileños y de sus antepasados africanos en los currículos escolares es muy importante. Muchos profesionales de la educación brasileña, cuya mayoría es blanca/blanqueada, involucrados en esa tarea de elaborar los contenidos correspondientes a cada área del saber no se consideran racistas. Pero ese trabajo intelectual de construcción de conocimientos no es suficientemente fuerte sin sostener una perspectiva epistemológica y una práctica social antirracista. Sobre ese asunto, e inspirada en el pensamiento de Angela Davis y de mujeres intelectuales afrobrasileñas, Djamila Ribeiro abordó varias cuestiones en su Pequeño Manual Antirracista (2019): la necesidad de que todas las personas sepan qué es racismo, la autopercepción de la negritud, de reconocer los privilegios de la blanquitud/blanquidad, de que las personas blancas perciban el racismo internalizado en ellas, de apoyar las políticas educacionales afirmativas, leer autores negros, combatir la violencia racial, y cuestionar los patrones de consumo cultural. Esta propuesta de Ribeiro pone sobre el tapete asuntos importantes para continuar promoviendo una educación brasileña verdaderamente antirracista para los niños y adolescentes, por ejemplo, en las áreas de conocimiento relacionados con la educación artística, la literatura e historia brasileñas.

En el Brasil contemporáneo continúa creciendo el debate sobre el racismo y por eso es necesario que todas las personas sepan de qué se está hablando. La Ley Federal no. 7 716, del 5 de enero de 1989, definió los crímenes resultantes de discriminación o prejuicio de raza, color, etnia, religión o procedencia nacional (los tres últimos fueron incluidos como mejora en 1997) y desde el presente año se incluyó como enmienda el acto de injuriar a una persona ofendiendo su dignidad y decoro en razón de su raza, color, etnia o procedencia nacional. En fin, la legislación brasileña configura el racismo como crimen y, paradójicamente, la sociedad cada día es más racista. Las leyes que he mencionado –y otras que citaré más adelante en este ensayo– tienen mucha importancia para Brasil como estado de derecho, pero no son suficientes para borrar más de medio milenio de operatividad de una ideología, que aún es muy fuerte porque está clavada en la mentalidad de las personas que la naturalizan en sus acciones. Las prácticas racistas, las actitudes discriminatorias y los gestos prejuiciosos contra los afrobrasileños, extranjeros africanos y afrodescendientes crecen día por día en el gigante sudamericano. 

En el escenario de una sociedad racista como la brasileña también crece la acción del activismo político de los movimientos sociales, que abrazan la lucha antirracista. En el caso del «pueblo negro» (como dicen aquí) la autopercepción de la negritud es un punto de partida y también de llegada. Por ejemplo, desde el punto de vista psicológico es fundamental fortalecer la autoestima y el orgullo de ser negro porque ayuda a luchar, con mayor convicción, por construir una sociedad más justa. Neusa Santos Souza escribió el libro Tornarse negro: las vicisitudes de la identidad del negro brasileño en ascensión social (1983), que me hizo reflexionar sobre la situación subalternizada e inferiorizada de los afrobrasileños ante las oportunidades de crecer profesionalmente en una sociedad en transición de la dictadura civil-militar a una redemocratización. 

Otro ejemplo de la autopercepción de la negritud lo vivencié cuando fui invitado, en 2007, al Colegio Modelo Luiz Eduardo Magalhães, en Salvador (Bahia) para participar en el panel de una actividad correspondiente a la Semana de la Conciencia Negra. Precisamente, el 20 de noviembre –la fecha en que murió Zumbi, líder del Quilombo Dos Palmares, en 1695– fue establecido como Día Nacional da Consciencia Negra por la Ley de 2003. Esa conmemoración de matiz nacional tiene una significación en la lucha por la equidad racial y la justicia social protagonizada por los movimientos negros desde los años 1970. Ese activismo presentó esa propuesta para honrar el aporte de los africanos y de los afrobrasileños a la Historia de Brasil, y décadas después fue legalizada. Con base en mi experiencia aquí, percibo que no todas las instituciones brasileñas de enseñanza, tanto públicas como privadas, reconocen con la misma pasión y compromiso la relevancia de esa conquista de corte político, que coadyuva al fomento de una educación antirracista para niños y adolescentes.

La lectura de autores negros de Brasil y de otros países es otro camino importante para seguir fomentando una educación antirracista. Pero debe hacerse con sumo cuidado para no reproducir un lenguaje racista en los libros, como aconteció en la obra Abece de la libertad: la historia de Luiz Gama, el muchacho que rompió las cadenas con palabras (2015), del binomio autoral José Roberto Torero y Marcus Aurelius Pimenta. En esa obra de literatura infantil, retirada de los ambientes de comercialización, hay una imagen aportada por el ilustrador Edu Oliveira que muestra dos niños y tres niñas jugando «a la rueda, rueda» dentro un navío negrero. Además de ser un pasaje que nunca pudo suceder históricamente, se trata de una romantización perversa de un crimen de lesa humanidad, que ha dejado marcas profundas en los africanos y sus descendientes de la diáspora.

En Brasil está creciendo una literatura para niños y adolescentes afrobrasileños, en la cual la subjetividad negra es protagonista dentro de un marco de valorización de la cultura y de la ancestralidad de matrices africanas. De esa forma, la población negra más joven puede verse reflejada en las historias de sus antepasados y también de su vida cotidiana. Por ejemplo, Heloísa Pires Lima escribió los libros Historias de la Prieta (1998) y El espejo dorado (2003), con una palpable intención de resaltar la oralidad. En el primero, la protagonista es una muchacha negra (llamada Prieta) que cuenta su historia desde que era niña y demuestra el sufrimiento de ser diferente, excluida, inferiorizada y subalternizada desde la época de la esclavitud negra moderna, el proceso de asumirse como negra y el orgullo por sus raíces culturales africanas, que también se manifiestan en la religiosidad. Y el segundo apunta a una historia del grupo étnico Ashanti, durante el Imperio de Ghana, y el personaje principal es la princesa Nyame, que oníricamente dialoga con una de sus ancestros (su abuela), que trascendió al mundo de las deidades y divinidades.

En ese escenario de construcción de conocimientos sobre África, los africanos y sus descendientes en Brasil, previsto en la Ley de 2003, considero crucial tener en cuenta el impacto de lecturas como esas –que rompen con los paradigmas occidentalizados– en el proceso de construcción de identidades de las personas más jóvenes de la sociedad brasileña. Precisamente, en la educación básica –en concreto en pro de una enseñanza y aprendizaje más dialogante– es preciso tener en cuenta el papel de los profesores, cuya misión principal es contribuir a la formación de los ciudadanos del futuro. Actualmente, los docentes de la educación básica están trabajando mucho en el aula y las instancias subordinadas al Ministerio de Educación no les conceden un fondo de tiempo para dedicarlo a la superación profesional. Eso demuestra que la mayor parte de los gobiernos brasileños no han tenido como principal prioridad el mejoramiento de la educación básica. Las administraciones petistas le han dado una mayor atención a las instancias federales universitarias y técnicas de nivel medio.

No obstante, a pesar de las dificultades, algunos docentes muestran su compromiso social cuando buscan alternativas y presentan iniciativas para luchar por la equidad racial y la justicia social en el ambiente escolar. En este instante, en Brasil está sucediendo un proceso de reforma de la enseñanza media, con el cual muchas personas no concuerdan y están luchando por su revocación desde los medios de la jurisprudencia brasileña. Una de las propuestas de esa nueva enseñanza media son las «Electivas», que es un componente curricular, en formato de itinerario formativo, donde cada docente puede proponer el abordaje de un tema para profundizar cualquier área de conocimiento establecida en la Base Nacional Común Curricular de la Enseñanza Media (BNCC-EM, 2018). Los estudiantes tienen derecho a decidir a cuál actividad comparecerán pensando en su formación. Por ejemplo, el año pasado fui invitado a la Escuela Estadual Silvestre Gomes Jardim (una institución que funciona en tiempo integral), en Rondonópolis (Mato Grosso), para participar en la Electiva «Africanidad», correspondiente al área de conocimiento Ciencias humanas y sociales aplicadas. Mi contribución fue una clase interactiva sobre música africana. Una acción como esa puede ayudar a continuar fomentando una educación antirracista, que incluye cuestionar los patrones de consumo cultural que imponen los medios masivos de comunicación, que visibilizan en mayor medida los productos culturales occidentales. Aquella actividad me dio la oportunidad de presentarle a un grupo de estudiantes fragmentos de la diversidad musical del continente africano, cuyos cantantes interpretan sus canciones en las lenguas de sus etnias (aunque también hablan el idioma de los colonizadores europeos). 

El lenguaje es un aspecto a tener en cuenta dentro de la lucha antirracista. Silvio Almeida, actual Ministro de Derechos Humanos y Ciudadanía, escribió el libro de teoría social Racismo estructural (2019) con la intención de explicar una manifestación normal que integra la organización económica y política de una sociedad, que genera varias formas de desigualdades y de violencia anti-negra (incluidos actos genocidas perpetrados contra la juventud y el feminicidio, los cuales precisan ser combatidos). Por consiguiente, no se trata de un fenómeno patológico o de una expresión de anormalidad. Esas reflexiones tienen puntos coincidentes con los pensadores del Grupo Modernidad/Colonialidad, fundamentalmente con Aníbal Quijano, quienes han analizado la raza como factor que estructuró las sociedades colonizadas en América desde finales del siglo XV y principios del siglo XVI. En ese sentido, todo lo referente a detentar el poder, apropiarse de las riquezas y disfrutar de los privilegios sociales solo podía ser para los europeos de alto rango y sus descendientes de tez blanca. Por esa razón, Djamila Ribeiro afirma que una persona blanca adopta una actitud antirracista cuando desde su lugar de enunciación (modelado desde un lenguaje/discurso de dominación) reconoce los privilegios que le otorga la sociedad brasileña por causa de su blanquitud/blanquidad, y que al mismo tiempo tenga la capacidad de percibir/decir con honestidad el racismo internalizado en ella. Ambas cuestiones son interesantes para continuar fomentando una educación antirracista porque la mayoría de docentes en Brasil son blancos y muchos tuvieron acceso a lo mejor del sistema educacional (inclusive, a realizar estudios en el extranjero). Además, como propone la autora, ellos también tienen la responsabilidad social, junto a los afrobrasileños, de fomentar y de apoyar las políticas educacionales afirmativas como medio de lucha contra los efectos del racismo estructural, que genera profundas desigualdades sociales. Las cotas para ingresar en las instituciones federales de enseñanza superior y de enseñanza técnica de nivel medio, previstas en la Ley Federal no. 12 711, del 29 de agosto de 2012, constituyó otro acto jurídico contra las desigualdades raciales y de promoción de la diversidad social, propuesto por Dilma Rousseff en su mandato presidencial (2011-2015).

La importancia de fomentar una educación antirracista de la infancia y la adolescencia en el Brasil contemporáneo continúa su avance de forma muy lenta. La legislación contribuye dando herramientas para luchar, pero aún queda mucho por hacer en una sociedad racista que continúa mostrando su incomodidad por el ascenso social de los afrobrasileños en espacios sociales pensados para que fuesen ocupados solo por blancos. Muchos intelectuales afrobrasileños (como los que mencioné y otros que produjeron/producen una obra relevante) están contribuyendo con sus conocimientos y su activismo político para que la educación brasileña sea más inclusiva y dialógica en términos de horizontalidad basados en el respeto mutuo a la hora de construir conocimientos. El desafío para continuar mejorando la educación básica en Brasil es inmenso, pero los vientos de la utopía impulsan a docentes como yo para seguir insistiendo en la necesidad de ser sujetos antirracistas.

Foto Natasha Hall. Tomada de Unplash.

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