Me hicieron dar cuenta de que era negra, las 24 horas de mi día, en Argentina. La gente me hizo consciente a cada minuto de que era negra. Caminaba, bebía en un bar, tomaba un café, entraba a un museo, paseaba en bici y en todo momento me decían “negra” con aquellas miradas congeladas y desconfiadas. Si entraba a un lugar caro, se tomaban el trabajo, silenciosamente, de hacerme sentir que aquel no era mi lugar. No me vendieron boletos para el metro por ser negra. Así es que mientras vivía y respiraba, también pensaba en mi color, y eso, definitivamente, no era normal.

Desde entonces que, más profundamente, he ejercitado la memoria para recordar los eventos racistas que he vivido desde mi infancia. Estaría en tercer grado de primaria cuando, al salir de la escuela, mis amiguitas me preguntaron por qué era negra. Mi respuesta fue que me había quemado en la panza de mi mamá, a lo que me replicaron que no me preocupara “eres negra por fuera, pero blanca por dentro”.  Y esa frase se repitió como una constante hasta hoy: eres negra, pero “educada”, “hablas bien”, “no lo pareces”. Esa excepción con cualidades positivas implica una connotación negativa en el imaginario de ser una persona negra.

También con la familia consanguínea— aquella que con el mestizaje salieron casi blancos de piel— cada vez que, para referirse a un trabajo mal hecho o a un comportamiento público incorrecto, decían “la negrada” e inmediatamente se disculpaban alegando que “no es con ustedes, ustedes no son así”. 

Y, paralelamente, muchos episodios igual de racistas. Parejas que no me tomaron de la mano en público, familiares políticos que me rechazaron, padres y madres de amiguitas de la escuela que no me dejaban juntar con sus hijas, incredulidad ante mi oficio de abogada, estereotipación como prostituta, bailarina o cantante, tener que identificarme siempre con la policía, y un largo etcétera.

De las pocas veces que interpelé tales conductas me contestaron, siempre, que no eran personas racistas, y que esos comportamientos tampoco eran racismo. 

El racismo

Después del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos a favor de las personas afroamericanas y con el fin del apartheid en Sudáfrica, el racismo clásico— aquel explícito y expresivo del odio racial— fue cada vez más insostenible de manifestarse, a partir de las fuertes sanciones legales y sociales que lo recriminaban. De ahí que, lejos de eliminarse, el racismo haya cambiado su fisonomía y sus diversas maneras de expresarse, por otras más solapadas y encubiertas. A su vez, más difíciles de señalar y, sobre todo, de reconocer.

Todos los ejemplos anteriores van desde el racismo tradicional y explícito (no venderme boletos para el metro), pasan por el institucional (identificarme por requerimiento de la policía en los espacios públicos) hasta los racismos modernos y encubiertos. 

Estos nuevos racismos tienen en común la posibilidad de ser expresados por personas blancas siempre y cuando puedan negarlo. Coinciden en contextos donde las políticas igualitarias tienen una fuerte repercusión social, por lo tanto, las personas que reproducen estos comportamientos racistas, están abiertamente a favor de la igualdad entre blancos y negros. No obstante, subyacen rechazos culturales, cuando no, una infravaloración de las costumbres y tradiciones del exogrupo. 

Así es que esta capacidad de disimularse dificulta tanto el trabajo de la comunidad de activistas antirracistas, como el trabajo al interior de todas las personas que reproducen estas actitudes. La posibilidad de denuncia y sanción también se complejiza. La facilidad de negar estas conductas es el terreno fértil para perpetuar los racismos modernos, y en su misma medida, para revertir el problema, una vez más, en las poblaciones negras.

El racismo al revés

El momento cúspide de la negación y de las nuevas dinámicas racistas es el alegato al racismo al revés. O sea, cuando las personas negras señalamos este tipo de comportamientos, entonces estamos cometiendo un racismo a la inversa.

Para entenderlo, hablemos de los privilegios, es la única manera de entender que el racismo al revés no existe.

Cuando sabes que te seleccionaron en una oferta de empleo con preferencia sobre una persona negra, aunque tenías menos méritos curriculares. Cuando sabes que, en la noche, si eres una persona blanca, la gente va a rehusar menos de ti que si fueras una persona negra. Cuando sabes que es menos probable que seas el delincuente ante las autoridades, en comparación con una persona negra. Si a tu pelo de persona blanca no le dicen que está sucio o que así no lo puedes llevar a la escuela o al trabajo, como continuamente se les dice a las personas negras. Cuando no tienes que demostrar triplemente tus habilidades para que confíen en ti porque ser blanco conlleva tener a tu favor varios votos de confianza. Cuando eres mujer blanca y no tienes que esforzarte para que crean en tu “decencia” como muchas mujeres negras tienen que hacer. Cuando, en fin, no te criaron con la idea subyacente en que tienes parecerte en TODO a las personas negras, para que la sociedad te acepte y no te rechace, entonces tienes privilegios, solo por haber nacido blanco, blanca.

Las personas negras no saquearon, ni intervinieron, ni destriparon todo un continente. Las personas negras no esclavizaron masivamente a nadie durante siglos. La ciencia no se empecinó en demostrar que los blancos son inferiores y son más animales que personas por sus características morfológicas y biológicas. El sistema no condenó la belleza blanca para que fuera despreciada e indeseada hasta por los propios blancos. No dominan a base de saqueos y guerras a los pueblos blancos. Las personas negras no crearon el apartheid ni convirtieron en ley la segregación de las personas blancas. 

Histórica, social y estructuralmente el grupo opresor ha estado conformado por personas blancas, y los oprimidos han sido todos los exogrupos racializados. El racismo al revés, repito, no existe.

Rita Segato decía que “La raza es la marca de una posición en la historia leída en el cuerpo. El cuerpo tiene la marca de la posición de los vencidos en la conquista.” El sistema racista es estructural, funcional a todos los sistemas de explotación y, claro está, al sistema clasista y de privilegios hegemónicamente blanco y eurocéntrico.

Comparar los prejuicios y discriminaciones que pueden vivirse como personas blancas con el racismo, me parece torcido y con una vagancia profunda a quererse revisar, toda vez que, después de vivir esos prejuicios y discriminaciones, doblan la esquina y encuentran un nicho donde salen como sujetos privilegiados. Sin embargo, nosotres, las personas negras, por más que doblemos y doblemos las esquinas siempre tenemos que luchar contra la pared del racismo, que no es solo una manifestación de prejuicio, es un sistema sólido e histórico de opresión y de discriminación.

El antirracismo

Escribió Víctor Fowler “Ser persona antirracista no es una meta a la cual se llega ni una distinción o calificativo que portar como una medalla ganada, sino un camino de desarrollo multidireccional por el que humildemente se avanza gracias a la fuerza de las convicciones y a la vigilancia sobre uno mismo, aquellos que nos rodean y las diversas instancias de la sociedad en la que habitamos.”

No tengo mucho más que aportar. Si acaso decir que como activistas antirracistas no solo estamos comprometidas con deshebrar y desmontar los racismos modernos, sino que, además de denunciarlo, también estamos en la obligación de ahondar en la producción de conocimiento y de nuevas epistemologías para una lucha política efectiva contra el racismo. Sin embargo, el antirracismo es tarea de todas, de todos. Se necesita trabajar mucho y con honestidad con una misma, para detectar y desterrar el racismo internalizado. Nadie está libre de prejuicios.

Los discursos de odio

No se tienen discursos de odio cuando se está denunciando al racismo o cuando se señalan a los sujetos privilegiados. Son denuncias, solo eso, por más que moleste. Cuando nos agrupamos o creamos alianzas, estamos reivindicando nuestra existencia negra, a pesar del intento de exterminio sobre un continente entero. Cuando celebramos las fechas dedicadas a la negritud, a África y a nuestros ancestros y ancestras, es porque nos han arrinconado como la excepción, es porque estuvimos invisibilizados durante siglos y porque nos costó y nos sigue costando mucho cada derecho adquirido y el sueño de la igualdad. 

Solo por eso. No porque seamos sectas ni tengamos discursos de odio. Tampoco las personas negras inventaron esos epistemas. Son categorías y fenomenologías nacidas de la supremacía blanca. Por eso, y por muchas cosas más, es que el paradigma blanco no es nuestro paradigma.

Publicado en Afroféminas