Este texto es un intento de diálogo. Un intento de conversar sobre otras formas de relacionarse, a partir de la perspectiva de una mujer negra que recientemente descubrió, a través del afecto entre mujeres, otras posibilidades para pensar el amor. Asumo aquí una perspectiva que parte de mi experiencia y que no es una regla. De hecho, en los últimos años comencé a entender que dictar normas sobre las relaciones también es una forma de limitar la expresión de las subjetividades de las personas negras. El hecho de que yo considere la posibilidad de relacionarme de forma abierta, no significa que todas las mujeres negras tengan que experimentar esta posibilidad como una regla. No obstante, creo que hablar abiertamente sobre esto puede llevarnos a una reflexión en torno a determinados asuntos que aún hoy nos aprisionan en patrones afectivos que no necesariamente dialogan con nuestras necesidades de cariño y amor.

Le confieso al público lector que durante mucho tiempo pensé que las relaciones abiertas eran una bobería de personas blancas. Durante todo el tiempo que tuve relaciones con hombres rechacé esta posibilidad, y creo que tiene que ver con la tal heteronormatividad obligatoria. En un mundo en el que el hecho de ser una mujer negra me coloca una serie de límites en términos afectivos, relacionarme abiertamente me parecía una trampa en la que siempre me pasarían por alto. De hecho, la primera vez que me tropecé con la posibilidad de relacionarme de forma abierta, automáticamente la rechacé, porque para mí, en ese momento, una relación cerrada era la única forma de sentirme completamente amada y única. Sentirme única, amada, respetada era sinónimo de ser la única mujer deseada por ese hombre deseado. De hecho, el hombre en cuestión era blanco.

Nada más lógico que yo, una mujer negra retinta, me sintiera desatendida en una relación con un hombre blanco. Las relaciones interraciales pasan casi siempre por una reflexión acerca de ser colocadas en un segundo plano por motivos raciales, lo que muchas veces se traduce en una necesidad de exclusividad que no se discute, aparece como una forma protectora, como una defensa, como un escudo. Pensamos que, al relacionarnos de forma abierta, recaeremos en el estereotipo de la negra fogosa insaciable. Y es natural que pensemos de esa manera, especialmente cuando nos relacionamos con los hombres blancos, porque esta es la narrativa que les han contado a ellos sobre nuestros cuerpos.

El patrón afectivo que se nos ha presentado desde muy pequeñas se basa en una heteronormatividad blanca patriarcal. El amor romántico de las historias de princesas de Disney, que consumimos desde muy pequeñas, significa nuestra redención. Somos vapuleadas por un imaginario social del amor en el que no estamos contempladas. La princesa blanca, pura y buena que necesita ser salvada y rescatada por un príncipe azul no es una mujer negra. Y no lo es, porque a esas mujeres no les está permitido el acceso a una feminidad blanca por una razón obvia: es blanca.

Durante mucho tiempo esto fue un problema para mí, hasta que entendí que no lo era ni debía serlo. El problema aquí es que esta construcción universal de la feminidad es una forma de controlar la sexualidad y el comportamiento de las mujeres negras: si no nos relacionamos dentro de la heteronormatividad se nos lee socialmente de una manera aún más deshumanizadora. La mera existencia de nuestros cuerpos negros es ya un motivo para que seamos deshumanizadas y, muchas veces, rechazamos automáticamente otros modelos afectivos porque la anulación subjetiva que sufrimos nos quita la posibilidad de elaborar nuestra afectividad de forma autónoma y emancipadora. Asumimos determinados patrones afectivos como los únicos posibles para consolidar la percepción de que seremos amadas y queridas, porque esos son los únicos modelos que nos son presentados.

Al escribir este texto, por ejemplo, busqué imágenes de parejas poliafectivas no heterosexuales y no blancas. Casi no encontré. Mi investigación me llevó a una mayoría de imágenes de hombres negros en el centro con mujeres negras y no negras a su alrededor e imágenes de parejas poliafectivas blancas. No encontré ningún registro de relaciones polifafectivas entre mujeres negras, por ejemplo. Solo fue posible encontrar imágenes vinculadas con este modelo de relación cuando escribí los términos en inglés.

¿Eso significa que estas relaciones no son posibles o que no existen? No. Esto apunta a un patrón de relaciones que muchas veces termina moldeando lo que pensamos sobre las posibilidades de construir afectos. El moralismo que rodea a los términos “poliamor”, “relaciones abiertas”, “poligamia”, “amor libre”, nos lleva a asociar estas palabras con desenfreno y ausencia de responsabilidad afectiva. Además, como el poder de nombrar experiencias y controlar narrativas sigue siendo hegemónicamente blanco, leemos estos términos como “cosas de blancos”.

Este fenómeno es común con otros asuntos. Durante mucho tiempo hemos entendido el veganismo como “cosa de blancos”, el yoga como “cosa de blancos”, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo como “cosa de blancos”, el abolicionismo penal como “cosa de blancos”, cuando de hecho hay múltiples experiencias no blancas de alimentación que no están centradas en el consumo de carne, experiencias afectivas que no están pautadas por la idea de sexo biológico, que no están guiadas por presupuestos civilizatorios eurocéntricos, occidentales, y el yoga es originario de la India, que es todo menos un “país blanco”.

Entre varias cuestiones en torno a la monogamia y el amor romántico, hay que decir que una parte significativa de la consolidación de esta práctica está relacionada con la lógica patriarcal eurocéntrica. Al consolidar la monogamia como el tipo afectivo ideal y “normal”, es más fácil controlar la transmisión de la propiedad entre familias nucleares. La monogamia integra la concepción de la familia tradicional blanca y burguesa. De hecho, otras configuraciones familiares y afectivas son consideradas por esta lógica como primitivas y salvajes. La idea de lo primitivo y lo salvaje está directamente relacionada con presupuestos evolutivos que se basan en perspectivas eugenistas y racistas. Es decir, hay un control ideológico de las relaciones afectivas que en última instancia solo sirve para consolidar presupuestos que sitúan todo lo que no está fundado en la lógica hegemónica blanca como animalista, salvaje, no humano.

Cuando hablamos de relaciones no monogámicas, no nos referimos solo al sexo, sino también a conexiones emocionales e intimidad. Creo que es posible construir estas conexiones de una manera no monogámica, pero también entiendo lo difícil que puede ser cuando estamos tratando con personas que históricamente han sido interpretadas como máquinas sexuales. A menudo, las relaciones no monogámicas y los acuerdos de relaciones abiertas nos parecen inaccesibles porque durante mucho tiempo hemos aprendido que no somos personas dignas de amor, ni siquiera de un amor, mucho menos de un amor múltiple. El amor entre personas negras y la posibilidad de vivirlo de una manera que no esté mediada por controles construidos por el pensamiento hegemónico blanco y eurocéntrico es aún algo nuevo. Y requiere diálogo, paciencia, intercambios, respeto.

Solo comencé a considerar la posibilidad de relacionarme de manera abierta y no monogámica cuando empecé a relacionarme con mujeres negras, porque fue cuando entendí el amor más allá de las normas y también de la escasez. Romper con la heteronormatividad, para mí, fue una clave importante para pensar en las relaciones basadas en otros acuerdos.

Evidentemente, y esto es fundamental, lo que aquí presento no es una regla. De hecho, ni siquiera es un pensamiento rígido y acabado. Puede ser que en otro momento de mi vida otro tipo de relación sea más pertinente para mí, pero quiero poder descubrirlo libremente.

Creo que este es un punto central cuando hablamos de relaciones. Al querer tutelar y poner límites a las construcciones afectivas de personas negras acabamos reproduciendo los instrumentos de control que nos deshumanizan. Una mujer negra que opta por relacionarse de forma monogámica no es ni más ni menos mujer negra que yo. Así como el hecho de que yo reflexione sobre las posibilidades de las relaciones poliafectivas no me convierte en un hada ilustrada de la deconstrucción.

Lo que estoy puntualizando aquí es la disposición a dialogar, ya que la idea de posesión y control de las conexiones emocionales y la intimidad de las personas negras también es una agenda importante, inclusive en términos políticos. Determinar libremente nuestros modelos de relaciones afectivas es una forma de ejercer nuestra autonomía. Y la autonomía significa no dejarnos controlar por normas que nos deshumanizan y por conceptos que nos bestializan. Empecé a considerar otros arreglos afectivos porque entiendo cómo la monogamia, los conceptos de familia eurocéntricos y las lógicas heteronormativas están diseñados para anular mi subjetividad.

Empecé a plantearme la posibilidad de relacionarme de forma no monogámica porque la principal razón por la que me libré de la heterosexualidad compulsoria fue la comprensión de que esta limitaba mis posibilidades de construir el amor, el afecto, el deseo y la sexualidad. Por lo tanto, al considerar las relaciones no mono, me permito expandir esta perspectiva.

Todavía no sé si me funciona, pero quiero ser lo suficientemente libre para probarlo. Quizás este sea uno de los pocos campos de mi vida donde puedo tener total autonomía. Y eso me parece bastante emancipador.

Espero que este texto nos permita dialogar e intercambiar percepciones. Que mi elección de permitirme amar de una manera no monogámica no sea un motivo de control o un estereotipo emblanquecedor. Que la posibilidad de relacionarme de forma no monogámica no esté mediada por la exotización de mi sexualidad y mi deseo. Que seamos capaces de ampliar nuestros debates a partir de la comprensión de que somos múltiples, con subjetividades múltiples y no esencializadas. ¿Es posible hablar de posibilidades de relación entre personas negras sin reproducir las lógicas que nos deshumanizan?

Necesitamos autoconocimiento, necesitamos ser capaces de explorar nuestra sexualidad y las posibilidades de encuentros íntimos más allá de las normas. Estar abierta a relacionarme dentro de modelos afectivos no heteronormativos significó para mí un fortalecimiento de mi autoconocimiento y de la importancia del diálogo. Las relaciones abiertas no significan la ausencia de amor, afecto y cuidado. En general, cuando hay diálogo, consentimiento, afecto, amor propio y disponibilidad estas relaciones pueden significar una construcción de amor en abundancia, deconstrucción de sentimientos de posesión y celos y, sobre todo, la expansión de lazos de afecto y complicidad.

Pensar en relaciones no monogámicas me permitió pensar en el papel de la posesión en relación con el cuerpo de las mujeres negras, en la vida de las personas negras. Es ese sentido de posesión el que históricamente nos aprisiona y controla y yo no quiero que eso marque el modo en que comparto afecto, sobre todo con otras mujeres como yo.

A nosotras nos es negado el amor, y el amor es quizás uno de los sentimientos más relacionados con la idea de humanidad. Al ser retiradas de esa experiencia, se nos considera menos humanas. Es fácil odiar a personas negras porque a ellas no se les ofrece el amor. Sin embargo, para experimentar el amor no necesitamos poseer a les otres. Al contrario, es el sentimiento de posesión lo que limita el amor.

Ya somos controladas por reglas sociales blancas que nos deshumanizan en varios aspectos de nuestras vidas. Romper con los patrones de relación heteronormativos y blancos fue emancipador para mí porque me permitió manejar mis sentimientos de una manera más genuina. Es un proceso continuo y no es sencillo. La no monogamia puede ser muchas cosas y tener muchos significados para cada persona. Para mí ha significado una forma de estar atenta a los controles ideológicos racistas y sexistas que me han angustiado hasta en lo más poderoso de la humanidad: el amor.

Comprender nuestras emociones y poder hablar de ellas sin que nuestros sentimientos sean moneda de cambio es parte de este proceso. Más que eso, respetar nuestros límites emocionales es fundamental para que podamos relacionarnos afectivamente de forma sana, no controladora y, principalmente, no organizada a partir de las expectativas afectivas que la blanquitud entiende como normal y deseable.

Traducción: Yarlenis Mestre Malfrán

Texto publicado originalmente en portugués: “Porque eu, mulher negra, passei a considerar a possibilidade de me relacionar de forma aberta“. Sororidade Não mono, junio de 2019.

Foto: RF._.studio

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