En Canadá siempre hace frío, o al menos eso diría cualquiera que haya nacido en Cuba. Con esa temperatura que obliga a forrarse, Yissy, que creció mataperreando, vendiendo bolas y tocando música, está en una jam, en un bar al que la había invitado un amigo. Cuando el grupo que está descargando hace una pausa, este les dice que Yissy subirá a tocar. Ella lleva su historia de niña traviesa, la fascinación por la percusión y los años de estudio, porque esas son de las cosas que viajan con las personas a donde quiera que vayan, aunque no las tengan tatuadas en el rostro. Así que Yissy García, la reconocida baterista cubana, sube para dejar a todos boquiabiertos y entonces ocurre lo imprevisto. Los músicos se levantan en pleno, abandonan los instrumentos y ella se queda sola sobre el escenario.

El problema no es que haya nacido en esta isla controvertida. No se trata de su cuerpo negro y cabello afro. El problema radica en que Yissy es mujer y supuestamente las mujeres no tienen fuerza en las manos o resistencia en los brazos para ser percusionistas.

Lo único que pudo pensar en ese momento fue en el deseo desesperado de que la tierra se la tragara.

Tocar como un macho

Fuerza, rapidez, dinamismo, constancia, son palabras que pudieran describir la percusión, pero son atributos históricamente asociados a lo masculino. La lógica de pensamiento binario también ha inundado el terreno de la música y sacar un buen sonido en la batería o en las tumbadoras nada tiene que ver con ser suave, sensible o voluble, cualidades relacionadas con lo femenino. Precisamente por esa dicotomía simplona, si una mujer sueña con convertirse en percusionista, le espera una trayectoria desafiante, que incluye desencajar del estereotipo de incapacidad al que están condenadas a priori las mujeres músicas.

Esa dicotomía simplona fue también la razón por la que los músicos dejaron el escenario y por la que Yissy, cuando tenía 10 años y empezó a estudiar percusión siendo la única niña en el aula, sentía el rechazo de los compañeros. No era bien visto, confiesa, y si tocaba un instrumento de machos, entonces ella debía ser “una marimacha”.

Esa constante referencia a una supuesta antítesis de lo femenino, también permeó la vida de Juana Veliz Cruz, hoy baterista de Anacaona.

“Le dije a mis padres que iba a estudiar percusión a los 15 años –relata–. Tuve el apoyo de mi mamá, pero mi papá no quería que estudiara música. Fue mi primer reto. No tener el apoyo de toda la familia lo hacía más complicado. Lo otro fue la edad, ya era tarde para estudiar la especialidad en una escuela de arte. Empecé en clases particulares, por lo que tuve que esforzarme el doble. Hasta que ingresé en un curso por trabajadores en el conservatorio Paulita Concepción, donde realmente tuve el apoyo de los profesores. El reto más grande fue la comparación con los hombres. ‘Tienes que estudiar para que te suene macho, toca fuerte como hombre’. Cosas que no entendía”.

—Si tuvieras que elegir entre todos los sonidos de tu vida, ¿cuál es el sonido que más amas? —le pregunto.

—Son muchos los sonidos que me gustan —responde—. El del mar y el de la lluvia, pero creo que por encima de todos está el del tambor. Como dicen, es el sonido del corazón.

Y en esto, coincide con Mary Paz, quien dio sus primeros pasos en la música dentro de la iglesia católica La milagrosa. Allí su mamá, desde los 16 años, canta y toca el piano. Mary Paz se inició cantando en los coros cada domingo y tocando la batería. Antes de cumplir 15 se decidió por la percusión. Quiso comprar una batería pero no había en ningún lugar, así que su madre le compró unas tumbadoras. Ahí fue que se enamoró completamente del tambor.

—En una entrevista dijiste que una de tus motivaciones para incursionar en el mundo de la percusión es el hecho de que es un terreno donde a las mujeres se les hace difícil triunfar. ¿Por qué?

—En la actualidad se ha mejorado la opinión sobre las mujeres en la percusión, pero no deja de ser un total desafío. Muchas personas lo ven como un instrumento fuerte y nos siguen subestimando. Yo me he enfrentado a algunos de esos comentarios. En los inicios me chocaban bastante pero hoy ni pienso en eso. Tienes que tener bien claro tus objetivos y metas para que nada de esto te afecte y poder lograr un lugar importante dentro de la percusión afrocubana, como mujer.

Durante un tiempo Mary Paz estuvo tocando con la agrupación Diákara en el Jazz Café cada miércoles y jueves. En aquel momento tenía 16 años y recuerda a personas que la criticaban mucho. Una vez un hombre se le acercó y preguntó: “¿Tú qué tocas? ¿Eres la cantante o la pianista?”. Soy la percusionista, dijo, y aunque él masculló unas palabras de aprobación (“qué bien, he visto pocas mujeres percusionistas”), ella lo percibió escéptico. No se equivocaba. “¡Me diste una galleta sin manos!”, le confesó aquel hombre, sorprendido, después del concierto.

Romper las barreras, hacer percusión 

Yuliet Abreu, integrante de Los Papines, me explica que cuando alguien quiere enfatizar que suenas débil, te dice “ese sonido es hembra”. Pero ella cree que se toca con sonido de músico percusionista, no hembra o macho.

Este tipo de afirmaciones “establecidas” en la jerga musical supone que los hombres tienen más fuerza que las mujeres y, por constitución, la naturaleza los ha dotado de las características físicas ideales que las mujeres no poseen. Sin embargo, estas diferenciaciones atávicas, que no son más que un modo sexista de aproximarse a la música, entran en contraposición con otras cuestiones sin las que sería imposible hacer percusión. ¿O acaso alguien afirmaría que para ser percusionista solo se necesita ser hombre?

“Aplicando la técnica logras lo mismo que con la fuerza —sentencia Yissy—. Cuando vas a tocar la tumbadora tienes que ir fortaleciendo las manos y eso se logra con ejercicios. Te saca las energías y también depende de la resistencia, pero se va ganando con la práctica, tocando y estudiando todos los días y es tan fuerte para un hombre como para una mujer”.

“El secreto está en la constancia —revela Mary Paz—, no hay barreras, todo está en la mente”.

Daymi Jaime Illas tiene su propia historia de esfuerzo en la percusión. Amaba la música desde niña, cuando cantaba y tocaba encima de las mesas con el ansia de ser parte algún día de una orquesta grande. “Ojalá que esas niñas que vienen creciendo puedan tener la oportunidad de tocar en estas orquestas y tener buenos proyectos”.

Ella hoy toca las tumbadoras en Anacaona, pero su historia comenzó en Caribe Girls. “Los percusionistas debemos tener un cierto desarrollo en cada instrumento de la percusión”, me cuenta, “pero siempre estamos enfocados en uno. Los inicios fueron una prueba grande para mí, porque hay que tener mucha independencia. Pero estudié, me enfrenté y lo hice. Lo logré. Pasé la prueba verdaderamente”.

Juana Veliz, por su parte, cree que lo principal es ser constante y escuchar mucha música, de géneros variados, porque todos pueden aportar y enriquecer al músico. “No estancarse en uno solo. Eso te ayuda a crear tu propio estilo. Tu manera de tocar te define como percusionista”.

—Pero, ¿cuáles son los argumentos para decir que los hombres son mejores que las mujeres?

—No hay nada que pruebe que los hombres son mejores en la percusión —sentencia Juana—. Las mujeres han demostrado que sí pueden tocar y con un alto nivel. Para mí sería gratificante ver que alguien quiere estudiar porque me haya escuchado. Servir de inspiración a otras mujeres y animarlas a que estudien es como recibir un premio por tu trabajo y algo que nos toca hacer; abrir esas puertas a futuras generaciones de niñas.

Asimismo, Daymi deja entrever lo que parece ser una ventaja para los hombres. Cree que, en comparación con las mujeres, ellos pueden dedicar más tiempo a ensayar y mejorar, porque ellas “siempre tienen otras labores. Algunas son madres, tienen que trabajar en la casa, y en ese sentido los hombres pueden dedicarse más”.

Yuliet Abreu es madre. Afirma que en otra vida será bajista y se ríe. Le pregunto cómo se combinan maternidad y música, porque no solo en la percusión, sino en cualquier otra rama, muchas mujeres pausan su carrera a la llegada de un bebé y la vida posterior a un nacimiento es muy difícil de conciliar con los ensayos o el trabajo hasta altas horas de la noche. De antemano sé que a cada mujer a la que haga esta pregunta, su respuesta será diferente, permeada por su propia experiencia.

—Al convertirte en madre, lógicamente, las prioridades cambian —me dice Yuliet —, cambian tu mente y tu cuerpo muchísimo, y estás bajo la mirada de todos. En mi caso tuve el apoyo incondicional de mi familia para poder ensayar y trabajar. Hice una gira internacional y otra nacional mientras estaba en estado. Pero para ser madre y artista, creo que si no tienes un equipo atrás apoyándote, resulta bastante complicado. Yo tuve muchísima suerte. Créeme.

Yissy no tiene hijos pero es algo en lo que piensa y anhela desde hace tiempo. En sus reflexiones sobre cómo imagina esa vida, me hace una anécdota. Recuerda que una vez coincidió con una gran trompetista norteamericana que andaba con su esposo (él baterista) y sus dos pequeños. “Le pregunté si no era difícil con los niños y me dijo que ellos se iban arreglando. Hay mujeres que se sacrifican y no dejan la música para nada”.

Seguir el mito de que son las madres quienes deben quedarse en la casa es quizá el móvil de muchas mujeres para restarle prioridad a su carrera, supone Yissy. “Pero que el papá del niño se quede mientras la madre trabaja, no lo veo mal. Cuando tenga mis bebés, como si me los tengo que poner en la espalda para seguir trabajando”.

Una revolución (musical) de mujeres

Yissy permanece sola sobre el escenario. Su amigo se mueve de mesa en mesa buscando gente que toque con ella porque please, she is a friend. Sin muchas ganas, suben varios músicos y algo como what do you prefer? le preguntan a la cubana. Ella dice que no hay problema, you choose. Finalmente empiezan a tocar y Yissy los sigue. Un aire de estupefacción inunda el bar. La baterista suena fenomenal y ellos, mientras improvisan con sus instrumentos, se giran a mirarla sorprendidos. Thank you, le dicen cuando terminan.

Aquellos, los otros, los que habían dejado el escenario, vuelven y le piden a Yissy que toque con ellos. Pero ahora que ya demostró su valía, ha sido suficiente para ella.

“Antes de terminar la escuela yo había empezado a tocar con grupos de jazz. Cuando tenía 14 años comencé a tocar en el Jojazz y después trabajé con otros como Bobby Carcassés y Alexis Bosch. Pero pasé mucho trabajo, siempre tuve que demostrar que dominaba el instrumento”, cuenta.

Me pregunto si en algún lugar del mundo la división sexista, en un momento de evaluar cualidades y aptitudes, podría tronchar la carrera de mujeres en la música. Sin dudas, ha sucedido antes y puede seguir sucediendo. No parece ser la realidad de Cuba hoy, pero las lógicas de pensamiento permanecen en una suerte de melodía monótona, o aletargamiento cómodo del imaginario social. Cómodo siempre para hombres, claro. Con esa letanía martillando mis sienes después de tanto escribir, me engancho unos audífonos y oigo a estas mujeres-icono. Cierro los ojos y lo compruebo. La música no tiene genitales, así que carece de sexo. No puede encasillarse en un formulario masculino-femenino. Escucho un tambor. Embriagada por esta unión de mujeres, me viene una idea: revolución musical.

Tomado de AMPM.

Foto: Yissy García. Tomada de Facebook.

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