Rosa Marquetti

En el pueblo de Alquízar y su diáspora hay cientos de personas adultas a las que, si les preguntas por la maestra Romelia Torres, saben bien de quién estás hablando, dónde vivió, cómo se llaman sus hijos. Algo parecido sucede con el profesor Israel Marquetti. Todavía, a más de 10 años del fin de sus largas y fructíferas vidas, hay gente que, de paso por el terruño donde crecieron, dedica un tiempo para llevar flores a sus tumbas. Otros, buscan a sus descendientes en las redes sociales para darles gracias “por lo que hicieron tus viejos por mí”, para contarles anécdotas de cómo mataban el hambre en la casa Marquetti-Torres —donde siempre había un plato de más por si llegaba alguien sin comer—, o para describir cómo enrumbaron su vida por mejor camino a partir de la cercanía con la pareja. Romelia e Israel ejercieron el magisterio de manera infatigable, sin descanso, como un karma o una predestinación.

A golpe de inteligencia y valor, enfrentados a las dificultades que implica (sí, sigue implicando) ser negros de ascendencia humilde y no nacer en la capital del país, la pareja fue más allá de las asignaturas que les tocaba impartir en cada curso, para transmitir amor al conocimiento, respeto, decencia y coraje para la vida, a cientos de alumnos y tres hijos. De esto últimos, la mayor fue la única mujer.

Como parte de su “formación integral para la vida”, la niña Rosa recibió clases de piano desde los seis años con la maestra Ángela de la Uz. Sin ser una familia estrictamente musical, las melodías y armonías, especialmente las del clasicismo y su reflejo en la música cubana de la época (danzas, contradanzas) formaron parte de la banda sonora de su vida. Las tías paternas, por otro lado, le inocularon como quien no quiere las cosas el interés por su mundo más juvenil y sus ídolos Antonio Arcaño y Arsenio Rodríguez. En la voz de Luis Marquetti, tío paterno y relevante compositor de música popular, quien era visita frecuente en la casona, y también por los alumnos más jóvenes, entraban los aires del bolero y el filin a aquella familia y en esa casa de ambiente humilde y distinguido al mismo tiempo.

Rosa Marquetti junto a Pío Leyva. Foto: Archivo personal de Rosa Marquetti.

La chica Marquetti —de natural vocación humanista y carácter firme e independiente— se decantó rápido por la libertad, que entonces encarnaba inevitablemente en la decisión de vivir y estudiar en La Habana. Dejaba atrás seis años de estudios domésticos de piano para becarse en la capital, matricular en la universidad, graduarse de Filología en Lengua y Literatura Rusa y, muy pronto, encontrarse traduciendo en cuanto evento o negociación relevante tenía lugar con funcionarios de la URSS —como parte de la presencia de Cuba en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (Came). Con demasiado criterio propio como para acomodarse siendo un mero canal de transmisión del español al ruso y viceversa, no pasó mucho tiempo sin que fuera considerada toda una especialista en colaboración económica y se le invitara a formar parte de importantes grupos negociadores en el naciente Comité Estatal a cargo de esta actividad (Cece). Entretanto, siempre hubo músicos en todas las gradaciones de su entorno personal: conocidos, amigos, amantes y novios, mientras la joven Marquetti era ella misma una presencia asidua en los públicos de la noche capitalina.

Quienes hayan sido protagonistas o incluso actores secundarios en el acontecer musical cubano de principios de los 90, tienen que haber escuchado hablar de la Fundación Pablo Milanés. El conocido cantautor se empeñó en poner a disposición de la cultura cubana a la que tanto debía, una cantidad no desdeñable de su tiempo y recursos y lo hizo a través de un modelo de gestión que no tenía antecedentes en la Cuba de los últimos 30 años, algo más de los que contaba entonces la protagonista de nuestra historia. La Fundación Pablo Milanés duró poco tiempo (1993-1995), pero mientras existió tuvo una labor relevante en el descubrimiento y lanzamiento de músicos tanto emergentes como olvidados. Allí, en el rol de asistente ejecutiva del presidente de la Fundación, Rosa Marquetti encontró quizás el encaje perfecto para aprovechar sus intereses artísticos, los rasgos de su personalidad y una vocación de servicio que mucho le debe al magisterio. “Lo que se hereda no se hurta”, dice el refrán.

Rosa Marquetti junto a Joan Manuel Serrat, Víctor Víctor, Lupe Pérez y Darsi Fernández. Foto: Archivo personal de Rosa Marquetti.

Desde entonces, la música no fue más un elemento colateral en su existencia. Rosa o “La Marquetti” como la llamamos algunos, es una de esas pocas personas verdaderamente todoterreno en el ecosistema musical cubano. Ha trabajado en discográficas (Magic Music, 1993-1997), en entidades de gestión colectiva de derechos de autor (Sgae Cuba, 1998-2019), producido discos y eventos (con impresionantes nombres como Joan Manuel Serrat, Chucho Valdés, Concha Buika, El Cigala, Michel Camilo o Rosario, por solo mencionar algunos), en promoción y relaciones públicas, en distribución digital de música. Tiene probablemente la más sólida trayectoria que alguien nacido en Cuba pueda exhibir en cuanto a investigación de archivos, supervisión, casting, coordinación y producción de materiales audiovisuales dedicados a la música (El milagro de candealOld Man Bebo y Chico y Rita, de Fernando Trueba; Tosco, Rey de la Timba, de Asori Soto; Historias de la Música Cubana, serie coordinada por Manuel Gutiérrez Aragón para TVE; Caminando Aragón, de Tané Martínez; Chucho Valdés, el niño que lleva dentro, de Ángel Alderete; Buena Vista Social Club. Adiós, de Lucy Walker; y El gran Fellove, de Matt Dillon, son solamente un botón de muestra de las decenas de filmes y documentales en cuyos créditos aparece su nombre).  Pareciera mucho, demasiado. Pero hay personas cuya energía y dones no entienden de 24/7.

La absoluta devoción a su familia y, especialmente, a la madre y el padre, a quienes —ya ancianos— cuidó con coraje y amor infinito sin dejar nunca de trabajar, la atención prácticamente maternal a sus sobrinos, la cantidad de amigos y “ahijados” de todas las edades que pueden dar fe de su mano siempre presta a la solidaridad, parecen cosas de super heroína de película cuando se ven en contexto con su impresionante labor profesional.

Así, como si la dimensión temporal no tuviera ningún relieve, Rosa decidió en 2014 —quizás intentando rellenar el vacío que la partida del padre, la madre y luego la de su hermano Israel, el médico, le dejara— que tenía mucho más que decir y por hacer. Despacito, sin hacer ruido entonces, mientras cumplía con creces sus responsabilidades en la delegación de Sgae en Cuba, creó un blog y comenzó a escribir en sus “ratos libres” con una obsesión evidente desde el propio nombre: evitar la amnesia colectiva que iba dejando en el olvido a decenas de protagonistas de la historia de la música popular cubana. Desmemoriados: Historias de la Música Cubana se convirtió muy pronto en un oasis para melómanos, estudiosos, músicos y lectores en general. Cuando escribo estas líneas, cuenta ya con 82 entradas de acuciosa, cuidadosamente escrita y entretenidísima prosa sobre personajes, hitos y momentos de nuestro ecosistema musical, muchos de los cuales son además la única referencia que existe sobre el tema en Internet.

El blog se convirtió en libro, con ediciones en Colombia (La Iguana Ciega, 2016) y en Cuba (Ediciones Ojalá, 2019)… Y vinieron más investigaciones y más libros: Chano Pozo. La vida (1915-1948) (Editorial Oriente, Cuba, 2018 / Editorial La Iguana Ciega, Colombia, 2018 / Unos & Otros Ediciones, Estados Unidos, 2019); El Niño con su tres. Andrés Echevarría Callava, Niño Rivera (Unos & Otros Ediciones, Estados Unidos, 2019)… Y escribió notas discográficas por decenas… Y otras tantas colaboraciones sobre música cubana para La Gaceta de CubaLa JiribillaCubarteCatauro, Magazine AM:PM, OnCuba News & Travel, Revista La Lira y Revista Festival de Jazz de Barranquilla… Y atendió solicitudes de participación como experta en eventos, conferencias y paneles sobre música aquí y allá…

Rosa Marquetti junto a Bebo Valdés. Foto: Archivo personal de Rosa Marquetti.

En esta montaña rusa plena de adrenalina vital que es el aporte de Rosa Marquetti Torres a la gestión cultural y a los estudios sobre música popular cubana, su estancia actual como curadora e investigadora en la más grande colección de música latinoamericana del mundo (la que ostenta orgullosa Alejandra Fierro desde el proyecto Radio Gladys Palmera), donde ha asentado además la versión en podcast de Desmemoriados. Historias de la Música Cubana, podría parecer el punto culminante. Pero para Doña Rosa Marquetti no hay culmen.

Tiene un libro inédito (Carlos Vidal Bolado, un cubano en el reino del jazz), y otros en preparación. Trabaja actualmente en diferentes fases de varios materiales audiovisuales. Y a quienes tenemos un feed de redes sociales que privilegia los entornos musicales, nos sale al paso con asombrosa omnipresencia en posts e interacciones múltiples. Donde quiera que un olvido, un error, un sesgo malintencionado o poco informado parece desmeritar nuestra música o sus cultores, ahí está ella para aportar datos, añadir información faltante, deshacer malentendidos, poner los puntos sobre las íes. Infatigable, como un karma o una predestinación.

Romelia e Israel deben estar sonriendo mientras bailan un danzón, allí adónde van a solazarse los padres-maestros que tienen sus misiones bien cumplidas.

Tomado de Magazine AM:PM

Foto: Tomada de Facebook.

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