“Yo soy hija de Obatalá y por encima de mí, nadie”. Esta particular expresión la escuché de una practicante de la Regla Ocha-Ifá, Santería para los cubanos, basada en el culto de los orichas. La frase dicha en la pausa de un tema musical, quedó flotando en el ambiente quizás anunciando una “tormenta”. Lo anterior me movió a la reflexión. Si bien dentro de esta cosmovisión religiosa son los orichas, santos, quienes escogen a sus hijos, para esta señora el ser hija de un oricha que representa la sabiduría y dueño de todas las cabezas, se transformaba en una actitud desafiante y justificante de su accionar para con los otros.

Otro tanto me ocurrió con una alumna a quien le supervisaba su investigación sobre las mujeres santeras. La estudiante me comentaba cómo ser hija de Ochún, oricha que encarna la sensualidad y la sexualidad, guardaba una cercana relación con ser feminista. Al preguntarle qué pasaba si, en caso de ser una practicante hija de otro oricha ―por ejemplo: Yemayá, Ochosi, Changó, Eleguá, la lista puede ser más larga― que tuviera igual fundamento, cómo lo apreciaría. En ese momento no obtuve respuesta.

Y es que existen una serie de imaginarios sobre los distintos orichas que pueblan la mente de las santeras y los santeros. Imágenes movibles, ricas en significados y adecuadas al arsenal de experiencias, vivencias y referencias culturares en general de los practicantes. En el período que investigaba sobre las relaciones de género en esa práctica me sorprendía la rearticulación entre esas imágenes que los practicantes poseen de los orichas y sus identidades, a partir de saberse hija o hijo de un santo determinado.

Una me decía que por ser hija de Changó era “adivina por excelencia”; otra justificaba su mal carácter o apatía hacia una específica situación diciendo: “tú sabes que cuando Ochún amanece atravesada…”; y otra, alegre por haber conseguido un número en la lotería exclamaba: “yo soy hija de Eleguá todos los días”. Un ejemplo interesante fue el de una entrevistada con un deseo ferviente de ser hija de Changó, pero que al saber que su cabeza pertenecía a Ochún, de una manera u otra reorganizó su identidad a partir de esta nueva información. Su comentario: “las hijas de Ochún sufren mucho”, me permitió percibir el grado de comprensión de su cotidianidad dentro de la pauta esgrimida por tal sentencia.

La frase popular de escoger la cuchara con la que uno come se hace añicos en la Regla Ocha-Ifá. Si todas las cabezas tienen colores sin importar filiaciones políticas, orientaciones sexuales, color de la piel y lugar de nacimiento, nadie puede determinar, a no ser por los distintos oráculos, qué color posee. Hago alusión a los colores pues cada oricha ostenta uno o varios que lo identifican. Lo que el practicante sí puede determinar, construir y crear es la forma en que este color, oricha, se enlaza con su experiencia vital. Tales entrecruces otorgan nuevos sentidos, vías de legitimación frente a escenarios adversos. Echar el guante a cualesquiera de los imaginarios de los orichas sirve cual mapa para reorganizar posiciones, actitudes y acciones dentro de lo que llamamos realidad, que en no pocas ocasiones, yo diría en muchas, se nos presenta con el aspecto de un gran caos.

Las mujeres practicantes, las que he entrevistado y a las que escucho en los alrededores de mi vecindario en Centro Habana, en las calles, mercados, tiendas y demás, que hacen gala de las características de sus orichas tutelares, reajustan y también, por qué no, legitiman el sentido de sus vidas. Lo más interesante, en mi opinión, es que expanden en la práctica cotidiana la categoría mujer con otras dimensiones, pues hacen suyos rasgos distintivos que una sociedad cimentada en la oposición binaria y jerárquica macho-hembra son otorgados a los hombres. Me refiero a cualidades como la inteligencia, sagacidad, agudeza, liderazgo en actividades económicas o no, valor, capacidad de gestión, de crecerse ante situaciones al ser objeto de discriminaciones y demás, fundamentales tanto en los espacios públicos como privados.

Un aspecto destacable es que a ninguna le he escuchado referirse al color de piel o la preferencia sexual basadas en las imágenes que poseen de los orichas ―y no puedo generalizar, pues mis observaciones están ceñidas al territorio y espacio urbano de La Habana, la capital. ¿Qué quiero subrayar con ello? En primer lugar, tal parece que las cuestiones de la raza y la orientación sexual no son parte significa a resaltar, pues a los primeros que no les interesa hacerlo es a los orichas. 

Una amplia gama de investigaciónes, ponencias y libros han dado cuenta de los orígenes de esta cosmovisión religiosa portada y defendida por la población africana, que llegó a este terruño en calidad de personas esclavizadas. Una ironía de la historia para mí, quizás para otros no, es que la población actual de santeros está bastante alejada de una sola y única pigmentación de la piel. Ya expresé anteriormente que el color de la piel no guarda relación a la hora de ser un practicante o no, y la constancia se observa en personas distantes del acervo africano iniciadas en el culto. 

En cuanto a la orientación sexual, aquí se abre un terreno un poco más complejo, pues sucede lo mismo que con la raza, es decir, no importa cuál es su orientación para que su cabeza le pertenezca a un oricha, sin embargo, algunos imaginarios de los orichas no empalman con la cabeza que estos eligen. He visto personas no heterosexuales portando símbolos de ser hijos de Changó, el oricha que encarna al macho mujeriego, dado al jolgorio; de Eleguá, dueño del destino y dado a hacer bromas con este, y podría citar más. Particulamente conocí a un hijo de Eleguá, no hétero, que le pidió ayuda a ese oricha para tener una pareja y me contaba que Eleguá lo mandó a que hablara con Ochún o Yemayá, que eran las que se ocupaban de esas cuestiones. Lo interesante es que Eleguá no le pidió renunciar a su orientación sexual, sencillamente lo envió a quienes podían resolver el asunto. Espero que su petición le haya sido concedida.

Siempre me hace sonreír la frase: “le dio Changó”, o la otra que se refiere a sufrir el ataque de “Yemayá en puya”. Y si para ella, esa mujer que con tanta fuerza exclamó ser Obatalá en la tierra, su mundo adquiere un sentido que la legitima frente a la homogeneidad, saber que su identidad es defendida por un oricha, entonces, como dice la canción de NG la banda: “si le va a dar, que le dé”.  

Dedicado a Antón.

Foto: Dorothea OLDANI

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