Cuando yo estudiaba psicología, y en los tiempos en que fui profesora, era común dentro del “argot psicológico” hablar de familias estructuradas versus desestructuradas, entre otras clasificaciones que ahora mismo no recuerdo. Se trata, en definitiva, de una producción de conocimiento psicológico acerca del objeto familia. Quizás una de las utilidades innegables de estas clasificaciones haya sido su capacidad de mostrarnos la diversidad y complejidad del universo familiar, reconocible apenas en las figuras de mamá+ papá + hijos/as; o sea, la archiconocida familia nuclear. Dígase de paso familia heterosexual, cisgénero y reproductiva.

Ahora bien, existe también un poderoso efecto acusatorio en estas clasificaciones psicológicas centradas en la estructura. Al decir que una familia es desestructurada, tomando como índice la ausencia de algunas de estas figuras que se adoptan para establecer que la familia nuclear es el modelo, se está reforzando que al estar fuera de ese patrón “algo resultó errado”, con toda la carga de culpabilización y sensación de fallo que produce tomar ciertas representaciones como el ideal de algo. La familia nuclear no es la forma natural de constituir familia sino la naturalizada como el ideal. Estamos hablando aquí de una norma y no de algo que tenga estatus de natural. Natural es respirar. Acá estamos lidiando con una construcción cultural, simbólica, emanada de posiciones de poder: la Iglesia católica y también las ciencias sociales hegemónicas y no críticas. 

Reitero: volvamos a la filosofía marxista para recordar con Engels el origen de ese tipo de familia dentro de una economía capitalista. Y, obviamente, los países socialistas tampoco escapan a los efectos nocivos de ese modelo familiar burgués occidental, impuesto por medio de los procesos de colonización. Las autoras poscoloniales y decoloniales lo explican mucho mejor. Sugiero, en este sentido, la lectura de La nación heterosexual, de Ochy Curiel. Antes de las decoloniales, a comienzos del siglo xx, algunas feministas marxistas como Alexandra Kollontai se referían a estas cuestiones en el contexto de sociedades socialistas. No está mal, de vez en cuando, estudiar un poco. 

Un ejemplo cotidiano que me incomoda bastante es cada vez que se reivindica la presencia del padre como algo que todo infante del universo entero necesitaría para “crecer sano y feliz”. O cuando se dice “mi mamá ha sido mamá y papá”. Toda una idealización de ese modelo. Primero, perciban que existen familias constituidas, por ejemplo, por dos mujeres lesbianas e hijes que no reivindican ninguna paternidad, ninguna figura masculina. Estas familias son totalmente legítimas, y les hijes de dos mujeres lesbianas pueden crecer sanos y felices sin esta figura (muchas veces decorativa) de “un padre”. Segundo, que puede ser también una opción igualmente legítima de cualquier persona constituir familia fuera de este modelo. A quienes les funcione, todo bien. 

A quien le cause sufrimiento psíquico la ausencia de estas figuras hemos de respetarle y acogerle. Pero noten que a veces el sufrimiento está asociado a la vivencia de inadecuación impuesta por un modelo normativo. Ese mismo modelo que hace a muchas mujeres entrar en una carrera desenfrenada por “adecuarse” a aquello que se asume como supuestamente normal. Noten que, muchas veces, cuando ha pasado un tiempo considerable sin que personas que se conocen se vean, la primera pregunta es: ¿te casaste ya? ¿Tienes hijas/os? Incluso me resulta tremendamente llamativo cómo a una mujer separada, divorciada se le suele decir “tienes que rehacer tu vida”. El nivel de centralidad que se le otorga a este modelo de familia es, cuando menos, asustador. Toda la vida subsumida al hecho de tener hijas/os y marido; no solo tenerlos como mantenerlos a toda costa y a todo costo (inclusive psíquico y emocional).

Cabe entonces resaltar que la familia nuclear monogámica, heterosexual, cisgénero y reproductora es apenas una posibilidad de organización familiar entre muchas, no necesariamente de un ideal que todo el mundo deba alcanzar. De hecho, a algunas personas ni siquiera les interesa y no pasa absolutamente nada. Aquí estoy pensando apenas en el espectro LGBTQI+ cotidianamente tratado, a nivel de sentido común, como “familias diferentes”. La familia nuclear es también una familia diferente. Lo único que le otorga el estatus de universal, de “modelo”, es su vinculación con discursos hegemónicos. 

Toda esta aclaración para subrayar que la psicología en tanto ciencia se edificó con cierto vicio por la clasificación y las taxonomías excluyentes. Baste recordar que es con Robert Stoller, situado dentro de la psicología estadounidense, que se contribuye a acuñar a las existencias trans como desvíos (una parte de la historia que, infelizmente, no está incluida en las carreras de psicología, al menos hasta donde yo conozco). El discurso de “cuerpo errado” de personas trans es una expresión más de este vicio por la clasificación a partir de que se opera con ideales normativos; ideales normativos de cuerpo, de familias, de existencias. Tales ideales normativos construyen a las múltiples posibilidades existenciales como errores, como fallos. Es más, lanzan a un conjunto de existencias al espectro de la excepcionalidad, la anormalidad, el desvío, la inferiorización. Siguiendo esa lógica normativa, mi familia, compuesta por mi madre, mis primas, amigas, sería una “familia desestructurada”. ¿Perciben la proximidad de este tipo de discurso “científico” con el de los fundamentalistas que reivindican el diseño original?

Cuando hablamos de una psicología crítica, nos estamos refiriendo a la necesidad de pensar y producir conocimiento por medio de otros paradigmas que, en este caso, nos permitan problematizar el ideal regulatorio de familia nuclear. Una psicología crítica es aquella que establece alianzas con referentes teórico-políticos críticos como el feminismo, los estudios decoloniales y los estudios queer. Intentaré sintetizar mi concepción de la importancia de una epistemología feminista, queer y decolonial para (re)pensar la familia dentro de la psicología.

* Descolonizar la psicología tiene que ver, entre otras cosas, con reconocer a este modelo de familia nuclear dentro del contexto histórico (occidental) en el que surgió, y dejar de pregonarlo como la forma adecuada, estructurada, de existir en sociedad.

** Uno de los presupuestos queer que ayuda a pensar la familia a través de otras lentes es, por ejemplo, el referido a las críticas que se tejen dentro de los estudios queer a las categorías reificadas como “mujer”, lo que pudiéramos expandir a otras como la categoría “madre”. Los estudios queer advierten acerca de las limitaciones de usar de forma reificada y universalista determinadas categorías para fines políticos (inclúyase aquí algunas políticas públicas). Por ejemplo, analicemos la política pública (o como se entienda) de la concesión de círculos infantiles a “madres trabajadoras” que existe en nuestro país. Resulta que cuando la emigración comenzó a tener mucho más auge en Cuba, un montón de niñas/os quedaron al cuidado de padres, abuelos y otras figuras. Igualmente quedaron privados de la posibilidad de acceder a círculo infantil, toda vez que este beneficio está pensando apenas para madres (entendiendo por esto apenas aquellas que parieron) trabajadoras. ¡¿Por qué no reformular esta política pública o este derecho, asumiendo como beneficiarios de la misma a personas que cuidan de niñas/os?! Hablo aquí a partir de experiencias conocidas de mujeres próximas, que una vez que emigraron y sus hijas/os quedaron al cuidado de otras personas, fueron privadas de este beneficio.

*** A grandes rasgos, una perspectiva feminista para entender la familia nos ayuda a comprenderla como un sistema moldeado también por el género y que, por ende, reproduce las desigualdades de género.

Tomado de Medium.

Foto: Andrae Ricketts 

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Written by

Yarlenis Mestre Malfrán

Académica. Licenciada en Psicología Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, 1999. Máster en Intervención Comunitaria, Centro Nacional de Educación Sexual, La Habana, 2004. Doctora en Estudios Interdisciplinares en Ciencias Humanas, Universidad Federal de Santa Catarina, Florianópolis, Brasil, 2021.