Casi quince años después del nacimiento de Negra cubana tenía que ser –primer blog afrofeminista cubano–, la editorial Wanáfrica nos entrega algo más de sesenta textos, seleccionados de entre los cientos que han sido publicados en la bitácora de Sandra Abd’Allah-Álvarez Ramírez. 

Intencionalmente, mi presentación no etiqueta como antirracista “el blog de Sandra”, como muchos le llaman, porque considero que en esta autora tal cualidad es sintetizada, y a la vez trascendida, por un potente discurso feminista que interpreta y da cuenta, desde la sensibilidad de las mujeres negras, de la diversidad experiencial afrodiaspórica.

Organizado en cuatro secciones que parecieran anunciar cierta unicidad temática: Yo, negra cubana; Otra Cuba es posible; Elles; y Negritudes, este libro se distingue por su entramado argumental, por su capacidad para retar a nuestra mente –que sabemos entrenada para etiquetar y clasificar incluso de forma inconsciente–, con una polifonía cimarrona en la cual Cuba y su diáspora, la negridad, el feminismo negro y las identidades de género infiltran todos los textos, intersectándose constantemente.

Hildelisa, la madre, encabeza la primera sección, en la que nos serán presentados Juan (el padre biológico); Izquierdo (el tío-padre adoptado en la infancia); las abuelas, cuyas huellas resplandecen en brevísimas y conmovedoras semblanzas; y Gema, la inolvidable y más preciada joya de su corazón. La calidez de las páginas iniciales prepara nuestra inmersión en los afectos, filiaciones, compromisos y posicionamientos ético-políticos de esta mujer, a través de textos que resumen una trayectoria vital desde los saberes y las aspiraciones de la madurez.

En lo adelante, ella se hace acompañar de amigas, “manas”, cómplices y aliadas que nos cuentan, en primera o tercera persona, sus historias inacabadas y abiertas, como el vuelo de un ave que pasa. El tono ya no es tan íntimo y la textura puede ser narratológica, testimonial o reflexiva, pero el discurso, signado por la pasión y el compromiso, resume los sueños y proyectos, las angustias y rebeldías de personas a las que esta obra pone en relación, aunque algunas de ellas nunca llegarán a conocerse. 

En este, su primer libro, Sandra Abd’Allah-Álvarez Ramírez realiza una crítica sistemática a los subterfugios empleados por el colonialismo y sus ideólogos conscientes e inconscientes, para prorrogar matrices culturales que garanticen el ejercicio del poder poscolonial: adulterar el lenguaje, asordinar las voces, expropiar los atributos identitarios y secuestrar la experiencia de personas consideradas subalternas, en particular mujeres, afrodescendientes y migrantes. 

Con agudeza y precisión, como quien retira las capas de una cebolla, la autora enjuicia algunos de los más antiguos lastres de nuestra convivencia societal, entre ellos: la permisividad frente a la violencia machista, sea de naturaleza emocional, psicológica o simbólica; la legitimada dictadura de los referentes estéticos eurooccidentales; los naturalizados procedimientos de cosificación de las mujeres; y las ataduras implícitas en los estereotipos sociales que nos imponen la maternidad como destino y el cuidado familiar como misión intransferible. 

Transformar tales prácticas sociales resulta tarea ardua en un país donde la escolaridad promedio de las mujeres supera los once grados, y estas representan más del 66% de la fuerza técnico-profesional y del 53 % de los integrantes de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Porque tan grandes conquistas de las féminas en Cuba han debido sobreponerse a una homolesbotransfobia socialmente internalizada, que prorroga el higienismo decimonónico con juicios estigmatizantes sobre la sexualidad no binaria y cobra su osadía a las que muestran cualidades culturalmente atribuibles a los hombres. 

Así, quienes manifiestan asertividad, firmeza de carácter, independencia y liderazgo son calificadas como rudas, marimachas o lesbianas por buena parte de los hombres y no pocas mujeres, sin otro asidero que una estereotipia de género profundamente arraigada en el paradigma civilizatorio heteropatriarcal.

Desde una cercana lejanía que le provee mayor amplitud de miras, Sandra Abd’Allah-Álvarez Ramírez se ha implicado con teorizaciones propias en el debate racial cubano durante los últimos tres lustros. En el conjunto de reflexiones, entrevistas y testimonios que esta obra entreteje, hallaremos elementos para entender mejor el carácter estructural del racismo, la pertinencia de las políticas de acción afirmativa, los avances y retos del activismo y el artivismo cubanos, la inalienabilidad del matrimonio igualitario, y el retroceso social implícito en la creciente asimetría de la ocupación y el uso del espacio urbano en la Isla.

La reproductibilidad de las ideologías racistas requiere modelos conductuales que socaven la autoestima de los afrodescendientes, demeriten su historia y difuminen el componente racial de circunstancias y procesos propulsores de desigualdad. En el caso de Cuba, la legitimación social de un canon estético excluyente, la asunción de presuntos atributos de la blanquitud como símbolos de prestancia y éxito social, y el fomento de una casta de afrodescendientes “excepcionales”, sin compromisos personales con la lucha contra el racismo, son algunas de las trampas que acechan nuestro andar. 

La causa antirracista cubana exige trascender las minoraciones y silencios de la historia oficial –la que se enseña en las escuelas y que los medios difunden– y transformar radicalmente una institucionalidad que actúa como contrapeso, no como contexto, de la acción ciudadana gestada desde abajo. En similar sentido, es preciso cuestionarse la efectividad de criterios de representación política que politizan el color en clave de gratitud eterna a la Revolución, obviando que los “agradecidos” constituyen mayoría de todos los colores, a la par que lo despolitizan, induciendo en los afrodescendientes socialmente influyentes el tipo de contención que el colonialismo codificó en la expresión “darse su lugar”.

Estos y otros problemas aflorarán a nuestra mente mientras leemos la afilada prosa de Sandra Abd’Allah-Álvarez Ramírez y apreciamos la similitud de las coartadas y estrategias de simulación del racismo en sociedades con sistemas sociopolíticos y ordenamientos institucionales bien distintos, pero con jerarquizaciones socio-raciales comparables.

Tan inusualmente amplia perspectiva no deriva únicamente de la ubicuidad que la red de redes confiere a sus usuarios, sino, además, de la vivencia diaspórica de quien escribe: una migrante que observa, escucha y convive con otros migrantes y que, durante ese proceso, adquiere experiencias vitales caracterizadas por la riqueza y permeabilidad de lo universal/diverso, sin recusar su fe y la devoción por sus orishas, ni abjurar de su música y su memoria sensorial. 

En estos tiempos de escritura abreviada y negligente, celebro la obsesión por el lenguaje que la autora profesa, un desvelo no adscrito a la legimitidad semántica de la academia, ni a la severidad de la cultura woke. Ella respeta usos lexicales de algunos de sus interlocutores que, en otros contextos, o en estas mismas páginas, juzga discriminatorios, porque su exigencia de desterrar las “no palabras” –esas que resultan vejatorias e inhumanas– descansa en el amor y la inclusión.

Creo que estamos ante un libro-ariete, sumamente oportuno para golpear contra las murallas del racismo, en Cuba y el mundo; un texto que trasciende las problemáticas sociales de la Isla y extiende, a los que vivimos en ella o para ella, el horizonte de las luchas posibles. Por su calado, tono y su textura los argumentos expuestos por Sandra  Abd’Allah-Álvarez Ramírez en Negra cubana tenía que ser serán compartidos o rechazados, difundidos o contrariados, pero es poco probable que sean ignorados. A estas alturas, lo único que no podemos permitirnos es que alguien crea que es mejor callar.

En la Esquina de Tejas, La Habana, abril de 2021.

Foto cortesía de Maikel Colón Pichardo