Cuando llegó la madre
tenía las manos tibias;
y un canto de azucenas en la voz.
Una sonrisa grande
escondiendo tristezas.
Nunca me había fijado
en la pequeña arruga
violentando su frente.
Es posible
que nunca la miré
con el detenimiento,
con que deben mirarse a las madres,
ellas son siempre hermosas
no me hacía falta más.
Mi madre está sufriendo,
lo grita la fisura al borde de su frente
celajes en los ojos
disturbios en la voz.
Recorre sin palabras
el gris de mi uniforme;
y me cobija en sus brazos.
Tomado de En Alcatraz no llegan los gorriones, Andrea García Molina, Dulce María Sotolongo Carrington, Santa Fe–Argentina, 2024, pág 13.
Foto: Kaloian. Tomada de FB.