Si yo fuera a una estética me dirían que necesito botox para las líneas que se marcan en mi frente y para los surcos junto a mi boca tras 35 años de una expresiva gestualidad; que requiero un peeling para mejorar mi piel que se irrita con el calor y se reseca con el frío, y para el acné que aparece por estrés o la llegada de la menstruación. También intentarían agregar al paquete la despigmentación de mis labios morados y un microblading para mis irregulares cejas, pero además, no dejarían pasar la oportunidad para ofrecerme el blanqueamiento de vulva y la depilación definitiva de todo mi cuerpo.
Si yo fuera a la peluquería me dirían que debo alisar mi cabello afro con keratina, para “recuperar la dignidad”, como dice una popular estilista.
Si yo fuera a un cirujano plástico se le dificultaría venderme una mamoplastia por mis grandes senos, pero me diría que necesito una mastopexia para levantar las mamas antes de que comiencen a caerse con la edad; intentaría convencerme de realizarme una liposucción para eliminar el rollito de mi abdomen y devolverme la pequeña cintura que hace algunos años dejé atrás; me recomendaría una lipoescultura para definir mi figura, la marcación de abdomen para verme fitness sin esfuerzo y una transferencia de grasa para aumentar el tamaño de mis glúteos.
Un cirujano también diría que necesito la bichectomía porque los rostros redondos ya no son estéticos, seguido de una rinoplastia para perfilar mi nariz ancha de negra.
Si yo fuera a la estética, a la peluquería o al cirujano me dirían todo lo que supuestamente está mal en mí para vender lo que tienen que vender y para cobrar lo que tienen que cobrar, aunque con esto destruyeran mi esencia. Pero yo ya sé que no hay nada mal en mí, que mi cuerpo no necesita de sus “procedimientos”, que no tengo “defectos” ni “imperfecciones”. Ya descubrí que se trata de un negocio que nos necesita inseguras, deprimidas, entretenidas y consumistas.
Texto tomado de Instagram. Reproducido con autorización de la autora.
Foto: tomada de Instagram