Foto: YucaByte.

Me asombra despertar y no ver comentarios acerca de los cuatro años que se cumplen ya desde aquel 11 de mayo de 2019, en el que por voluntad propia, numerosos activistas y personas de la comunidad LGBTIQ+ cubana decidieron hacer una marcha independiente para no perder la visibilidad que creían ya ganada, y se fueron al Parque Central con la intención de bajar por la calle Prado clamando por algo que no era más que el anhelo de seguir luchando por sus anhelos. Desde que en el 2008 el Cenesex abriera un nuevo episodio en este sentido, cuando llenó el Pabellón Cuba y una pequeña parte de la Rampa con la inusitada presencia de gays, lesbianas, personas trans, pacientes de VIH sida, y algunos que ya se reconocían como queers, la Conga que subía luego desde el Malecón hacia la entrada de ese edificio era un gesto pequeño en su recorrido, pero elocuente y esperanzador para no pocos de esos rostros, nombres, amigos y familiares que participaban en ella. Incluso por encima de las exigencias “de rigor”, como la de gritar más las consignas políticas más propias de otras manifestaciones que enfatizar la necesidad de que la agenda del gobierno definitivamente asumiera las demandas de ese segmento de la sociedad cubana. Todo ello ocurrió en la Cuba pre-pandemia. Y terminó justo cuando comenzaba el virus a silenciar ciertas cosas, a alterar o paralizar ciertas dinámicas. Aunque no fuera la Covid 19 la responsable de tal mutismo en lo que a estas expresiones y necesidades se refiere.

Cuando la dirección del Cenesex anunció que no se realizaría la Conga por la Diversidad, sucedió de inmediato la aparición de una nueva convocatoria. Haciendo uso rápido de las redes, de los enlaces persona a persona en la que varios activistas ya se habían ejercitado, se lanzó el llamado. Y aparecieron a la hora precisa más que cuatro gatos, como quisieron desde aquella institución descalificar el empeño, acaso ya conscientes del error que habían cometido al dejar vacante un espacio de protagonismo que desde ahí se había ganado, con el respaldo de una parte considerable de esa comunidad que dice representar. Para dar varios golpes a la iniciativa, el Cenesex no solo lanzó diatribas e insultos a los que organizaron la contra-marcha, hablando de conexiones con enemigos de la Revolución, y de un supuesto enlace entre Miami y Matanzas que parecía cosa más bien de una película del agente 007, y que nunca fue demostrada. Como tampoco se retiraron nunca las acusaciones de mercenarios y agentes vendidos al régimen opositor que cayó a manera de sambenito sobre no pocas de las personas implicadas en la nueva convocatoria. La fiesta de cierre que se anunció para la noche de ese 11 de mayo, como punto culminante de la Jornada contra la Homofobia y la Transfobia, fue “oportunamente” movida de horario para que coincidiera con la caminata de la calle Prado. Pero tampoco eso impidió que ocurriera el avance de esas personas que, sin más armas que las ganas de no volver a la invisibilidad, con banderas cubanas y del arcoiris, se atrevieron a algo insólito: salirse del espacio de sobre-protección que una institución oficial les había dado para decir a sus funcionarios que no necesitaban de tal permiso para ser, estar y avanzar por sí mismos. Ya sabemos, lamentablemente, lo que les costó tal atrevimiento.

Haciendo el recuento de los hechos, a unos cuatro años de esa conga que la policía detuvo en el punto final de Prado y que se cortó con detenciones y violencias, debería ser, me digo, más clara la lección. La Cuba de hoy pasó por ese fenómeno, y bajo los efectos de las medidas impuestas contra su gobierno, la pandemia, la crisis económica que sobrevino a pesar de las advertencias desoídas de tantos especialistas, profesores, intelectuales, etcétera, puede ser un paisaje demasiado rápido, que necesite olvidar viejos y nuevos traumas bajo el hervor de su sobrevivencia cotidiana. Pero es imprescindible recordar, y aprender del error, no para convertirlo mecánicamente en una supuesta victoria, sino para encontrar en él las voces y las causas de un dolor, de una necesidad, de una urgencia, que no puede ser subestimada. El 11 de mayo de 2019 los homosexuales, lesbianas, las personas trans y sus aliados, aliad@s o aliades, los despreciados de tantos años, los que habían sufrido la homofobia y el olvido, osaron hacer lo que otros más viriles no habían conseguido. Y eso marcó un punto en el mapa, un sitio en la memoria, que nos exige recordarlo del modo más útil.

Todo ello sucedió antes que otros acontecimientos que han demostrado una cosa esencial: la impostergable obligación de replantearlo todo, en función de revitalizar al País como caja de resonancia de nuevas voces y deseos. La presencia de los jóvenes ante el Ministerio de Cultura, los debates inconclusos, la solicitud de respuestas tantas veces demoradas, el 11 de julio de 2021, las carencias de tantos órdenes, son parte de una fotografía dura y ratos opaca, pero que debemos mirar frente a frente, como exige la verdad y como debe ser a fin de reconocernos en una imagen que no puede edulcorarse, que debe ser amplia y llena de contrastes, contraluces, consensos y disensos, sobre lo cual debería alzarse no solo el bien común, sino además el simple y transparente sentido común que nos invita a escucharnos, a discutir sin tapujos, a entender que más allá de las convenciones ya inoperantes, la vida continúa. Y que cada día que transcurra sin que demos un paso hacia ella, se seguirá abriendo una brecha en la cual van desapareciendo no solo voces y sus dueños, sino amigos, familias, proyectos de futuro, esperanzas y ansiedades.

Tras el 11 de mayo de 2019, también tuve pérdidas de orden personal. Amigos del activismo tuvieron que abandonar el país, tras las presiones que se le impusieron, incluso cuando ni siquiera se les permitió llegar al Parque Central en aquella tarde soleada. Hoy quedan pocos en Cuba de los que estuvieron ahí. Fueron ellos quienes me dieron, y me siguen dando, detalles del acontecimiento, porque yo estuve ese día en Santa Clara, con mi madre que ya empezaba a sufrir los rigores de sus enfermedades. En 1995, algunos años antes, yo había desfilado por ese mismo sitio, con los amigos de la delegación de gays y lesbianas de los Queers for Cuba, apareciendo de improviso con un fragmento de la Rainbow Flag original en un desfile del 1 de mayo donde nadie nos esperaba. Ahí aprendí que el activismo real debe contener esa dosis de atrevimiento y locura, de reto imperioso y no esperar por el permiso de los ya empoderados, a fin de expresarse. Esa lección se repitió el 11 de mayo de 2019. Pero también ese día se rompió en buena medida la confianza que el Cenesex había logrado establecer, a pesar de muchas diferencias, con las diversas voces de la comunidad LGTBIQ+ cubana, que tiene su propia tradición, su linaje y también, cómo no, sus oscuridades y traumas (las UMAPS, el Mariel, las expulsiones de estudiantes de las Universidades…) y su cuota de desmemoria disfrazada a veces de colorido, pachanga y lentejuela. Lo del 11 de mayo quiso ser calificado como un Stonewall a la cubana. Quien conoce a fondo nuestra historia sabe que esa etiqueta tan internacional, por tantas razones, no es precisamente la más apropiada. Pero eso se verá mejor cuando seamos capaces de recomponer y contar sin mano tibia nuestra propia historia.

Desde aquel 2019 ya no se ha vuelto a celebrar la Conga por la Diversidad. El Cenesex, durante la pandemia, mantuvo un perfil bajo haciendo conferencias online en las semanas de mayo que coinciden con el 17, el día elegido para sus manifestaciones, lo cual seguirá dando dolores de cabeza a quienes no quisieran ver compartido el Día del Campesino con esos cuerpos y deseos que tan anulados fueron hace algunas décadas. Y en eso el propio Cenesex a ratos hace su labor de apoyo: véase la Mesa Redonda del 13 de mayo del 2019 donde en cámara, y para transmisión nacional e internacional, fueron repetidos los insultos y ataques a quienes promovieron la marcha alternativa. La lección de hace cuatro años también proviene de esos gestos, de ese debate irresuelto, de esa fractura que permanece aún hoy y que no ha vuelto a ganar la dimensión de lo que, en algún momento de aquellos años de Conga, saludamos incluso los que impulsábamos otras actitudes y no comulgábamos, desde las artes, la cultura, las ideas, la vida misma, con el amansamiento de lo que en esas acciones se postulaba. Hoy, por fin, ya hay en Cuba matrimonio igualitario, una batalla que proviene de aquellos días y aún de antes, y que vino a ser una victoria agridulce que la crisis de tantas otras cosas opacó cuando al fin se hizo realidad. Hoy, la pelea mayor sería no quedarnos en ese punto, sino conectar con otras demandas las posibilidades que de ella deben emanar. Incluidas las de seguir reconstruyendo la memoria. Al color de las banderas que iniciaron la caminata por Prado hace cinco años se impuso como final la violencia y la crispación de su detenimiento. Hoy, para reconstruir ese día, tengo que comunicarme con amigas y amigos y amigues que han terminado en muchos lugares del mundo. En todos ellos, hay un pedazo de Cuba. La memoria es el punto de encuentro, el aleph, la clave, que nos permite reconstruirla no solo como Patria, sino tambien como una lección aún en movimiento.

Foto: YucaByte.

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