Retomando lo del “instinto materno” que es casi igual que creer en la cigüeña que traía a los bebés, me vino a la cabeza:

“Ay, ¿tú no piensas parir? ¿Cuándo tú piensas parir?”

“El amor más grande y verdadero es cuando se es mamá”

Esas dos interpelaciones de la policía del género no son aleatorias. Como buen dispositivo de regulación y control, esa fiscalización permanente de los deseos o proyectos reproductivos es expresión de la maternidad compulsoria, ese mecanismo social que se encarga de posicionar el deseo de tener hijes como algo “natural”, supremo, inevitable, el “modelo ideal de vida”. Toda una ficción super bien diseñada para que terminemos creyendo que ese deseo es natural y que, de no producirse, algo anda mal. Entonces noten que esa patrulla de género se convierte en un regulador moral que hostiga a quienes no nos identificamos con ese deseo. Y digo patrulla de género porque el parentesco no es algo que se pueda comprender cabalmente disociado de un sistema de género, como destaca Marília Moschkovich en su curso “Desconstruyendo la familia”.  

Al menos yo cada día estoy más convencida de que la FAMILIA como estructura (noten la diferencia) tiene que ser destruida. Ahórrense las interpretaciones simplistas que les puedan llevar a concluir que no quiero a la madre que me parió ni a todo el que lleva mis apellidos. Calma pueblo, no es de eso de lo que se trata. Se trata de destruir una idea, una concepción falaz, burguesa y colonial que se materializa en la práctica, en lo que deseamos, en las maneras en que nos relacionamos. Y no se trata de que, a partir de ahora nadie más viva dentro de esas estructuras opresoras, porque la imposición de normas es un vicio de las hegemonías y no de las disidencias de género (que es el lugar desde donde escribo, siento, pienso, vivo). Se trata de poder observar críticamente que “vivir en familia” (nuclear, heterosexual y monogámica) y en pareja (heterosexual y monogámica) no son, al menos hasta hoy, elecciones. Son imposiciones que nos colocan desde el momento mismo en que llegamos a este mundo. Ilusas/os quienes se crean el cuento de que “están eligiendo” en un contexto en el que otras alternativas son, de hecho, deslegitimadas. 

La familia nuclear, monogámica y heterosexual es un dispositivo altamente insidioso y excluyente; por eso mi choque cuando observo a la comunidad LGBT casi en pleno pidiendo “matrimonio igualitario” y esforzándose así para entrar en los dominios de heterolandia cuando podríamos estar apostando por una política mucho más radical que implique desarticular ese sistema. ¿Por qué uds. creen que los fundamentalistas recurren a la imagen de la familia para negar derechos a la comunidad LGBT? ¿Y de vuelta, nosotres respondemos queriendo entrar a ese palacio colonial cristiano? Como para pensarlo detenidamente. Y digo que la familia y la monogamia son estructuras nocivas porque están diseñadas para cooptar la autonomía y mantenernos de rehenes permanentes de reglas familiares y relacionales en las que no existe espacio para la elección personal. 

Tomemos como ejemplo otro dictado de la policía de género actuando en el territorio del parentesco. Cuando se dice: “un solo hijo no es familia”. Este precepto popular podría situarnos en al menos dos caminos. El primero sería someterse a la presión de tener más de un hijo para cumplir con ese supuesto modelo ideal. Otro camino más disruptivo puede ser expandir o inclusive dinamitar el significante “familia” desde el punto de vista simbólico y hasta jurídico. 

Piensen conmigo aquí: si tener un solo hijo no es familia y si de sobra se sabe que eso no es suficiente como red de cuidado y afecto, ¿por qué jurídicamente un lazo de sangre tiene más valor que otro vínculo? ¿Por qué yo no puedo afirmar y reivindicar jurídicamente una “relación estable” -un término que el Derecho adora- con mi amigo Erik Pico, o con mi amiga Ileana Alea? Si de la ley dependiera, una pila de gente que “tiene mi sangre” tiene más derecho a un bien mío que mis amigues. Cuando en verdad yo, sin ser “familia biológica” de Ileana Alea, cuidé sus hijos y los de tantas otras amigas. Tengo una relación estable de amor, afecto y cuidado con una multitud de amigues, crushes, amores.

¿Por qué, inclusive para reforzar la legitimidad de esos otros vínculos no sanguíneos, hasta llegamos a decir “fulana es como si fuera de mi familia”? Si la “familia” esa que la ley y el imaginario popular reconocen como legítimas colocan por encima a un “padre biológico” que te abandonó que a una amiga. El dispositivo familia es opresor por varios lados. Y es por eso que deberíamos destruirlo e intentar legitimar en el imaginario y en el orden jurídico lo que ya funciona en la vida misma: una red de afectos, una configuración relacional múltiple que va más allá de las encumbradas estructuras “pareja y familia” y que no está mediada ni por el ADN que se comparte, ni por el papel que se firma en un registro civil en el que lo que menos cuenta es el afecto. 

Retomando las imposiciones de la policía de género: – “Ay, tú no piensas parir? ¿Cuándo tú piensas parir?” “El amor más grande y verdadero es cuando se es mamá” -. Solo me resta suscribir lo que Vera Iaconelli expone lindamente en su Curso “Parentalidades en el siglo XXI”, y la parafraseo en las líneas que siguen: 

Tener hijes no completa, no redime a nadie, no salva a nadie. Esa ilusión es más un juego de proyecciones y fantasías supuestamente repadoras, que otra cosa. No existe, además ningún objeto que nos complete. Salve José Bleger que estudiamos en primer año de Psicología y que nos mostró que todo objeto es ambivalente, inclusive objetos de amor y deseo. Esta parte es para mis colegas de Psicología que continúan defendiendo y/o romantizando a ese tipo de familia como la modalidad suprema de amor y de intimidad. Vuelvan unas casitas atrás y relean a José Bleger. 

Tener hijes es (apenas) un acontecimiento que puede ser transformador en la medida en que ello implica un trabajo.

Consideremos ahora los efectos políticos de esa promesa de cuidado en el nidito de amor heterosexual, monogámico y consanguíneo llamado FAMILIA. Esa individualización del cuidado que implica que el mismo cabe apenas a la “familia de sangre”, tiene efectos políticos funestos. Uno de ellos es el abandono estructural de quien no tuvo hijes, del que tiene hijes viviendo fuera del país. Demos un paso más y pensemos interseccionalmente en maternidad y comunidad LGBT, porque amores, interseccionalidad no es solo una palabra bonita para ser repetida como slogan, es una herramienta para realizar una crítica del mundo que nos rodea. Si tenemos en cuenta que existe un abandono estructural de las personas LGBT, muchas de las cuales son expulsadas de sus familias desde temprano, a muchas les es negada la posibilidad de materializar sus proyectos reproductivos porque las políticas de reproducción asistida son marcadamente heterocisnormativas, entonces: ¿Quién cuida de estas personas en la vejez si la garantía del cuidado queda sujeta a la maternidad compulsoria y al espacio privado de la familia y la pareja? Así, la propuesta política (noten que es política para que no se vayan por la tangente de lo personal) de destruir la familia es sobre todo una posibilidad de que el cuidado se convierta en una cuestión colectiva, garantizada a través de políticas públicas y de otras configuraciones relacionales que excedan a la familia y la pareja. 

Ni cigüeña, ni instinto materno, ni familia, ni ninguna otra ficción colonial de Disneylandia. 

Ficciones posibles para mundos habitables: conversando con Juno Nedel

Al final no es que estemos contra las ficciones, todo lo contrario. Es por eso que suscribo las reflexiones de Juno Nedel acerca de la posibilidad de mundos más acogedores y generosos para todes:  

“La gente necesita entender que las ficciones no son apenas cosas abstractas. Como ya diría Jota Mombaça, las ficciones son mecanismos de producción material del mundo en que vivimos. Por tanto, las ficciones ayudan a construir mundos, porque no podemos construir aquello que no conseguimos imaginar”. 

“Si las ficciones tienen el poder material de construir mundos, entonces es importante imaginar ficciones del mundo que abarquen las vidas de trans, travestis, no binarias, racializadas, gordas, con diversidad funcional y otros cuerpos no hegemónicos considerados en toda su potencia vital”. Y noten que el modelo tradicional de familia y los discursos de maternidad compulsoria expulsan para fuera de sus dominios a todos estos cuerpos no hegemónicos, cuerpos condenados a una esterilización simbólica1 y política, pues para elles no existe ni imaginario de maternidad, ni políticas públicas que acojan sus demandas reproductivas. 

E insisto con @junonedel: El caso es que se ha establecido una forma supuestamente correcta de ser persona, “el modo blanco, cis, heterosexual, delgado y sin diversidad funcional”. Y las ficciones lo reiteran todo el tiempo, prometiendo ascensión social, derechos garantizados, una mayor esperanza de vida, vidas felices y amorosas para quienes logran existir de la “manera correcta” … y un futuro amargo para todos los que no encajamos. en este “modelo correcto” de ser una persona. Sin embargo, no existe inocencia en la ficción colonial.

“Es necesario construir desde ahora un mundo en el que el futuro de las personas trans, travestis, no binarias, racializadas, discapacitadas, gordas, periféricas, intersexuales, migrantes, empobrecidas y otras subalternizadas no siempre se presuman como tragedias anunciadas”.


1 Esterilización simbólica es una noción que introdujo Mônica Angonese en su investigación de maestría sobre derechos sexuales y reproductivos para la población trans. Para profundizar sobre el tema puede consultarse el siguiente trabajo “Direitos e saúde reprodutiva para a população de travestis e transexuais: abjeção e esterilidade simbólica.

Foto: Armin Rimoldi

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Yarlenis Mestre Malfrán

Académica. Licenciada en Psicología Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, 1999. Máster en Intervención Comunitaria, Centro Nacional de Educación Sexual, La Habana, 2004. Doctora en Estudios Interdisciplinares en Ciencias Humanas, Universidad Federal de Santa Catarina, Florianópolis, Brasil, 2021.