Moira Millán

¿Recuerdan de aquel rap de los años 2000 que versaba “¿Quién tiró la tiza? ¡El negro ese!” Pues hoy te vengo hablar de políticas de respetabilidad, inspirada en esa canción y en varios post que circulan en las redes sociales. La pregunta a responder es: ¿por qué nos solidarizamos más con ciertas denuncias que con otras?

Menciono primero los dos antecedentes principales, ordenados en orden cronológico. El primero de ellos es la siguiente reflexión que colocara la periodista Mónica Baró en su muro de Facebook y que trajo disimiles reacciones.

En días recientes, la pensadora Yuderkys Espinosa realizaba una contundente reflexión, a partir de las denuncias por violencia sexual de Boaventura de Sousa Santos, acerca de cómo la academia reproduce las lógicas de explotación de los cuerpos negros e indígenas de mujeres y hombres, el extractivismo epistémico, y los privilegios de “raza” y clase.

Los dos post anteriores me han llevado a hilvanar algunas ideas acerca de cómo funcionan las políticas de respetabilidad, al tiempo que escucho una y otra vez el rap antes mencionado.

De manera general (y bastante rápida), podría decir que las políticas de respetabilidad establecen qué personas deben recibir nuestro apoyo y cuáles nuestro rechazo o desaprobación, atendiendo a lo que consideramos como un valor. Ya Mónica lo mencionaba en su post.

La noche antes de que ella se refiriera al asunto, le comentaba a una amiga mi preocupación al respecto. Solemos seleccionar a quienes vamos a apoyar; lo que no tiene que ver con la justicia sino con nuestros propios valores y simpatías. Las redes están repletas de denuncias de malos tratos por parte de los órganos represivos, pero nos indignamos más cuando dicha represión actúa contra quienes consideramos intocables, ya sea por su trayectoria, contribuciones o reconocimiento o simplemente porque les conocemos.

En el contexto de la lucha contra las violencias sexuales existe el mito de la “víctima perfecta”, lo cual conlleva a la banalización de ciertas experiencias de violencia sexual. Quizás uno de los mejores ejemplos sea el de las trabajadoras sexuales quienes no encajan en dicho mito, por lo cual no son tomadas en cuenta.

Muchas denuncias de agresión sexual o violencia de género se han estrellado contra la pared porque no se le ha creído a les sobrevivientes. En Cuba tenemos aún caliente el caso de José Luis Cortés (que Dios lo tenga donde lo tenga que tener), Premio Nacional de Música. (Aprovecho para repetir lo que llevo ya al menos tres años recalcando: las víctimas o sobrevivientes no son menos víctimas ni por cómo hablen, ni por cómo se vistan ni por sus comportamientos. Ya está bueno ya).

En el caso de las denuncias de Boaventura de Sousa Santos por violencia sexual, tuvo que escribirse un libro, un artículo, para que los reflectores apuntaran hacia dicho “toro sagrado” del pensamiento decolonial y de las epistemologías del sur. La violencia sexual es una expresión también de abuso de poder.

El asunto está en que, como al señor portugués buena parte de las izquierda le hace la tortica, no valió que una mujer mapuche le denunciara por abuso sexual. Su testimonio solo ha cobrado valor en el contexto de la salida del artículo, The walls spoke when no one else would (Las paredes hablaron cuando no lo hacía nadie más) redactado por tres antiguas investigadoras del Centro de Estudios Sociales que fundó y dirigió de Soussa Santos hasta el 2019: Lieselotte Viaene, Catarina Laranjeiro y Miye Nadya. El artículo fue publicado en Sexual Misconduct in Academia: Informing an Ethics of Care in the University (Routledge, 2023). El texto ha tenido marcada resonancia; de manera que la mismísima Clacso (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales), donde Sousa Santos campeaba por su respeto, ha sacado una pálida declaración.

Lo anterior también es un ejemplo de cómo funcionan las políticas de respetabilidad. Y de eso va, en cierta medida, el post de Yuderkys Espinosa. Unas somos más creíbles que otras, en dependencia del lugar que ocupemos en una sociedad que privilegia unas voces -en este caso, la de mujeres situadas en el norte global-, sobre otras que se colocan e ideológica y políticamente no solo en el sur, sino en la defensa de sus territorios. Hace más de un año atrás Millán había denunciado a Sousa Santos en el marco de una conferencia organizada por Clacso. Pero el mundo continuo rotando sobre su eje imaginario. Nada pasó.

Por otra parte, las políticas de respetabilidad, que usamos en el día a día, son clasistas, racistas y capacitistas (y un largo etcétera). Un ejemplo miserable es el paralelo que establecemos entre capacidad para expresarse, (escrita y oralmente) y la dignidad o el valor de las personas. Mofas, burlas, memes pululan en las redes contra personas que escriben con “faltas ortografías” o con “errores gramaticales”, aun cuando se entiende perfectamente lo que quieren expresar. Estas mismas políticas explican el hecho de si quien se pronuncia contra la discriminación racial es una persona negra o indígena, se entiende como que está “sangrando por la herida”, si lo hace una persona blanca, significa que es una persona deconstruida. Ejemplos similares son muchos.

No hay punitivismo sin políticas de respetabilidad. Sin ellas el sistema carcelario no fuera tal, no existiera. La propia división entre “presos políticos” o “de conciencia” y “presos comunes”, obvia que tanto unas personas como otras pueden ser víctimas del sistema judicial, para el cual la justicia es sinónimo de castigo. Los sistemas judicial y carcelario son per se racistas, clasistas, homofóbicos, transfóbicos, es por ello que las cárceles están superpobladas de gente negra, indígena, pobre, sexogénerodisidente; gente atrapada en la máquina de moler que es el patriarcado o cómo se le llame al sistema social en el cual (mal)vivimos.

Regresando a la canción ¿Quién tiró la tiza?, me maravilla su letra: “el hijo del doctor merece un buen trato, el hijo del constructor, ese negro es delincuente”, aún teniendo ambos el mismo color de piel o como refrenda el habla popular: “Hay negros de clase y clase de negros”. Si un día hubiese que determinar, quiénes fueron los primeros que pusieron en el debate público el asunto de las políticas de respetabilidad, se tendrá que decir que fue un grupo de rap llamado Clan 537, allá por la primera década de los 2000, con aquel temazo autobiográfico:

Foto de portada: Tomada de Kedistán.

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Written by

Sandra Heidl

(La Habana, 12 de septiembre de 1973). Psicóloga, activista, bloguera, editora de género e investigadora. Licenciada en Psicología, Universidad de La Habana, 1996. Diplomada en Género y Comunicación por el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, 2005. Máster en Estudios de Género, Universidad de La Habana, 2008.