A raíz de la publicación en Afrocubanas, la revista, de mi artículo Agba-lagba: apuntes sobre las fundadoras de la Ocha en Cuba, el cineasta cubano Jorge Luis Sánchez (La Habana, 1960) escribió a la publicación preocupado por la referencia que hice del fragmento de su texto Los Álagbás, recuperado de Ofrani Odulami sacerdote de Obatalá —en su página homónima en Facebook, le adjudica la autoría a Fernando Ortiz—. Agba-lagba, alágba, son vocablos de raíz yorubá con los que se ha identificado en la diáspora a los bendecidos con la longevidad, y también a los ancestros e iniciadores de la Regla de Ocha. Desconocía que el director de El Benny —su primer largometraje de ficción— es el autor de esta extensa y profunda pesquisa sobre los linajes fundadores de la Regla de Ocha o Santería, aún en proceso de revisión y edición, y distribuida impunemente y sin su consentimiento en plataformas digitales bajo el seudónimo de El autor, o de otras personas. 

Hace unos años, estando fuera de Cuba, Willy Ramos —oriaté e investigador de las religiones afrocubanas, autor de La división de La Habana. Conflicto territorial y la hegemonía cultural. Los seguidores de la religión lukumí de Oyó, 1850-1920— me pone en aviso. No voy a mencionar nombres, pero un brasilero y luego un venezolano, se habían adjudicado la autoría con la mayor desfachatez, de aquella versión en la que yo tenía sombreados en amarillo y en verde, aspectos a dilucidar —me comenta Jorge Luis Sánchez, al indagar desde cuándo se percata que el texto estaba circulando en las redes sin su consentimiento—. En ambos casos, se envió la correspondiente protesta y las plataformas retiraron mi investigación. Luego, algunos olochas (sacerdotes de la regla de Ocha) que viven fuera de Cuba han continuado apropiándoselas. Tengo que ser justo y decirte que cuando a no pocas de estas personas se les ha explicado, automáticamente han dejado de hacer uso de esa información, disculpándose. Recientemente un amigo me comentaba que un escrito —insertado como dedicatoria y parte del prólogo de Los Álagbás—, que a modo de presentación redacté hace años, en donde hablo de mi serie Culto a los Orishas, de mi abuela, etc., alguien, para curarse en salud, le adjudicó la autoría a Fernando Ortiz, derrochando, entre otros males, una ignorancia terrible porque el gran sabio ni era cineasta, mucho menos su abuela se llamaba Justa Benítez, ni tendría hecho Obbatalá, ni su madre se llamaba Carolina González, entre otros datos personales que aparecen ahí y que firmé, no con mi nombre, sino con EL AUTOR, así en mayúscula, pues tan personal era ese escrito que consideré no ponerle mi nombre en ese momento”.

La apropiación de Los Álagbás es una violación del derecho a la propiedad intelectual, y su circulación por las redes digitales ha traído como consecuencia, además, la tergiversación de la información y la reproducción de errores o datos imprecisos. Desde el grupo privado Eleda.org en Facebook, un internauta catalogó de acción irrespetuosa a la religión y la cultura afrocubanas, y a la historia de la esclavitud en Estados Unidos, la publicación online por Robert Obà Ení Orìaté de fragmentos del texto Los Álagbás porque los identifica con imágenes de personajes históricos afronorteamericanos como Matilda McCrear, la última sobreviviente del barco de esclavos Clotilda —el último que trajo africanos a América—; o la abolicionista Anna Murray, miembro del Ferrocarril Subterráneo (Ferrocarril Clandestino o Underground Railroad), red organizada en el siglo XIX en Estados Unidos y Canadá, para ayudar a los afroamericanos esclavizados a escapar de las plantaciones del sur de Estados Unidos hacia estados libres o a Canadá.

Imágenes publicadas en el grupo Eleda.org que denuncian la utilización de fotos de afroamericanos esclavizados para ilustrar el texto de los alagbas, y han sido por Robert Oba Eni Oriate.

El interés propio por contribuir al reconocimiento de la autoría del texto de Jorge Luis Sánchez me generó varias interrogantes para una entrevista que él accedió a concederme: “La pregunta que flota es cómo salió de mi computadora. Bueno, sobre el 2015, mi laptop de entonces había colapsado y le dije a mis hijos que la vendieran. Ellos me aseguran que antes la limpiaron, vaciando la información del disco duro. Les creí y les creo, pues mis hijos son honestos. Luego me han dicho que, aunque vacíes el disco, haciendo no sé qué operación, los que saben pueden recuperar el contenido”. 

Cuando le solicité compartirme imágenes que se haya tomado durante su trabajo de campo, Jorge Luis Sánchez me confesó que se hizo muy pocas fotos con los alágbas vivos; lo que buscaba eran fotos de sus ancestros muertos. Le daba pudor hacerles fotos, porque irrumpía en sus casas sin previo aviso, invadiendo su privacidad. A veces llegaba y los santeros no estaban bien desde el punto de vista anímico: habían perdido un ahijado, un amigo o no estaban bien vestidos. Él siempre sintió el deber de cuidar la apariencia. Siempre se sintió inmerecedor de irrumpir esa privacidad, ese espacio. Le parecía que tomarse fotos con ellos era algo turístico que no entraba dentro de sus códigos de eticidad.

La reconstrucción de la historia familiar, de las relaciones de parentesco religioso de la Regla de Ocha, el seguimiento de la ascendencia y descendencia, no ha concluido. “No te puedo responder en pasado, pues todavía me reciben álagbás, familiares no consagrados y religiosos jóvenes. Y como hasta este minuto todavía me impresionan la dignidad cuando me presentaba en la mayoría de los ilé osha, sin previo aviso, y allí me recibían con la mayor disposición para conversar. Es inolvidable haber constatado el deseo de colaborar, de exprimir antiguos recuerdos para procurarme un dato sin jamás mediar dinero a cambio, menos apuros. Esta actitud fue posible porque mis interlocutores se sentían parte de la historia que yo estaba recogiendo al captar rápidamente mi respeto hacia ellos, además de mi interés en hacer justicia al sacar del anonimato nombres de padrinos y madrinas que tuvieron un alto compromiso con su religión, la mayoría de las veces desde una humildad tremenda. Todo esto generaba en mí cierto pudor, por lo que muchas veces no hacía fotografías, y vi objetos valiosos como las herramientas del Oshún de Carlos Menéndez, o el Yemayá de Margot San Lázaro, ambos en Guanabacoa. Recuerdo que la iyalosha que custodiaba las reliquias que dejó Rigoberto El de Madruga, quiso regalarme un oddú ará —piedra de rayo de Changó—, y no lo acepté. No me parecía respetable ni pedir ni insinuar, sentía que mi acercamiento debía darse desde la más escrupulosa honradez. Pero, te cuento una anécdota que habla del amor de los ahijados a sus mayores. Cuando descubro a Genaro Gómez, un obbá oriaté bastante olvidado que se inicia en 1896 y muere joven, me lanzo a recopilar los datos para armar su ficha. Luego de conversar con uno de sus sobrinos, que para la fecha pasaba los ochenta años, me remite a una iyalosha que fue su ahijada. Finita le decían, y fue fundamental para rescatar a Genaro. Luego de varios encuentros, ella me enseña la foto de él, le pido fotografiarla y me dice que vuelva otro día, pues ella tendría que preguntar. ¿Preguntar? En efecto, cuando regresé puso la foto a mi disposición, aclarándome que el propio Genaro había dado su consentimiento, porque la foto iba a estar en buenas manos”. 

Las religiones afrocubanas o religiones de matriz africana —además de la Regla de Ocha, la Regla de Palo Monte y sus variantes, entre otras—, están organizadas en un orden simbólico masculino de jerarquización y prestigio que instaura relaciones de poder/subordinación. Desde el impulso del turismo en los noventa del siglo XX en Cuba, atraviesan una progresiva crisis por la mercantilización transnacional de bienes y servicios simbólicos, consecuencia de lo que devino boom religioso. Denominada santería líquida por el babalocha Hermano José, ha derivado en banalización, ostentación, mercadeo y superficialidad, mimetismo y prostitución, estandarización de rituales y el gancho de lo místico, generando consumismo: padrinos de alquiler que ofrecen su experiencia y consagración religiosa para experimentar y confeccionar una religiosidad acorde a las necesidades del cliente-ahijado de alquiler. Pero, es en el sistema de parentesco (padrinos, ahijados, abuelos, hermanos y tíos de santo) y las genealogías que produce, donde se legitima la autenticidad del sacerdocio y se preservan algunos casi extintos valores ético-morales relacionados con la práctica.

¿Cómo fue el proceso de escritura del libro y por qué decidió escribir sobre los Álagbás?

Releyendo varias libretas de santo que heredé de mi abuela, y esta a su vez de sus mayores, encontré un papel con una docena de nombres lucumí, escritos a máquina, los que evidentemente correspondían a ilustres iyaloshas y babaloshas del siglo XIX. Por otra parte, en 1999, al terminar mi serie documental Culto a los Orishas, filmada en Cuba pero editada en Caracas para Lucompa Producciones, a Gustavo Ceballos, el productor ejecutivo, le propongo hacer una segunda parte con los orishas menos conocidos, idea que le entusiasmó, por lo que al llegar a La Habana me puse a investigar, y es ahí cuando imagino hacerle un breve homenaje en los créditos a grandes oloshas ya fallecidos. Recuerdo que transcribí varias moyubbas de amigos obbá oriateses con este objetivo. 

Aunque la llevé a guion, esa segunda parte nunca llegó a realizarse, pero al coincidir unos pocos nombres de las moyubbas con el listado encontrado en las libretas de santo, decidí indagar quiénes eran esas personas. Así comenzó una pasión que no termina, aun cuando ya está en los finales. Pronto harán 25 años de intensa búsqueda, tocando las puertas de las casas de los santeros mayores para ir desentrañando no solamente los nombres en español de Efushe, Ósun, Ainá, Obilumi, Alamitó, Ápoto, Obbadimeyi, Latuán, Tiyokó, sino quiénes eran, qué tenían asentado, qué aportaron, dónde vivieron, etc. De aquella lista un solo nombre me dio tremenda guerra: Odeguaró, la última incógnita afortunadamente ya despejada.

Igual de valioso fue encontrar que la mayoría de esos nombres lucumí, que alguien escribió evidentemente para memorizarlos y luego invocarlos en la moyubba, salvo Obbadimeyi, eran nombres de mujeres, lo que para mí fue un extraordinario descubrimiento y que expuse en un evento que se hizo en la Asociación Yoruba hace unos años, provocando su poco de revuelo, pues no pocos oloshas creían que los orígenes estuvieron en manos absolutamente masculinas y no fue así.   

Lo que siguió fueron años de intenso peregrinar, bajo la ansiedad de llegar primero que la Ikú (la muerte) y recoger el dato preciso, aclarar la duda, precisar matices con los mayores que todavía vivían en los primeros años de este siglo. Recordaré con gratitud que llegaba a las casas sin previo aviso y personas, en su mayoría octo y nonagenarias, me dedicaban su tiempo con una alta comprensión de la importancia de este trabajo, que debió haberse hecho al menos en las décadas de los sesenta o setenta del siglo pasado, cuando vivían personas consagradas a principio del siglo XX, y no pocas de estas habían conocido a las últimas lucumises, como me pasó con una venerable iyalosha, ciega e hija de Obbatalá, que en su niñez había conocido a Ña Belén

He sido afortunado de haber podido conversar y entrevistar a muchísimos obbá oriateses, iyaloshas, babaloshas, awoses y hasta aleyos, cuyos nombres aparecerán en el futuro libro como respeto y también elemental justicia. No obstante, cuatro obbá oriateses fueron insustituibles: Lázaro Torregrosa, cuya abuela se consagró en 1899 y murió en la década del sesenta, ahora mismo de los mayores oriateses que viven, si no el mayor. Ignacio Cuesta, una enciclopedia viva, que me reconectó con La Habana del oeste, tan desconocida a profundidad por los practicantes de La Habana del centro, menos del este. José Goroldo Pepe, que me llevó a conocer a oloshas importantísimos, entre estos a Amador, el primer Orisha Okó que se inició en Cuba. Y Willy Ramos, preocupado y ocupado en el estudio de estas raíces. Menos Ignacito, que lamentablemente murió, con el resto no he dejado de intercambiar.

¿Tiene vínculo con algún álagbá?

Mi abuela, Justa Benítez, se inició en 1952, pero siempre evitó hablar de su amada religión delante de sus nietos aleyos. Por ser la afamada iyalosha Aurora Lamar su oyugbona y Lamberto Rodríguez su obbá oriaté, mucho que me hubiera aportado. Como fui un niño al que le gustaba escuchar las conversaciones de los mayores y uno de sus nietos más consentido, he podido ir al pasado y recordar cuentos, anécdotas y nombres que me han servido para esta investigación. Esas libretas que te hablé han sido una bendición que ella puso en mis manos.

Ta’ Genaro Benítez, ahijado de Tata Gaytán, y el primer awó que se inicia en Ifá en la zona central de Cuba, aunque no lo conocí, ha sido un constante desafío a desentrañar. Los ahora octogenarios primos que lo conocieron me cuentan que era muy hermético, misterioso y gran conocedor de hierbas, conocimiento que ha pasado por sucesivas generaciones, y todavía se mantiene. En el camino de mis pesquisas, un día rescaté su nombre en Ifá: Oyecún Biká, devolviendo a la familia un nombre que inexplicablemente se había extraviado. Genaro era quien atendía religiosamente a Benny Moré, que como yo, aunque con mucha diferencia de años, era su sobrino bisnieto. Lo atendió tan bien, que muere el 19 de febrero de 1962 y Benny el mismo día y mes, pero de 1963.

¿Cómo fue el proceso de recuperación de datos y el acceso a la información: contacto con historiadores, antropólogos?

Hice muchas visitas a la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de Cuba, consultando la prensa de los años treinta, cuarenta, periódicos y revistas, valiosos para mi investigación porque al ser la religión de los lucumí preterida y asediada, el amarillismo de aquellos años reflejaba redadas y demás atrocidades, en los que casi siempre había más de un olosha acusado

En casa de Natalia Bolívar accedí a un libro tenebroso pero extraordinario, La policía y sus misterios, de Rafael Roche, el diario de un perseguidor de lucumises, en el que el autor, un policía, anotaba todas las sorpresivas incursiones que hacía en las ceremonias nocturnas, tanto en Jesús María como en Guanabacoa. Estudiando lo que decomisaba, he podido saber qué tipo de ceremonia malograba

Deliberadamente tenía que ir a los practicantes por el tipo de información que necesitaba, que no es más que el itinerario de la osha en Cuba desde aquellas primeras lucumisas hasta el siglo XXI. (Visitó) los núcleos más fuertes de la osha en la capital, desde La Habana Vieja, Centro Habana, Cerro, San Miguel del Padrón, Guanabacoa, Regla, Marianao, Cotorro, y en las demás provincias; Matanza ciudad, Cárdenas, Jovellanos y Perico; Santa Clara, Cienfuegos ciudad, Cruces, Lajas y Palmira; Camagüey ciudad, Santiago de Cuba. También me he auxiliado en oloshas de esas provincias, además de Las Tunas y Ciego de Ávila. Por supuesto, organizando las diferentes ramas a partir de los lucumises, y no confundir estas con las llamadas casas de santo, a las que prefiero llamarle ilé osha

Con la ilustre María Eugenia Pérez, que coronó Oshún en 1923, durante la visita que le realizase Jorge Luis Sánchez, el 28 de julio del 2001, el día del cumpleosha de María Eugenia. Imagen cortesía de Jorge Luis Sánchez.

Hay confusión, y esa es de las primeras motivaciones, y obstáculo a la vez, con las que me encontré. El lamentable desconocimiento sobre los primeros lucumises, digamos que los fundadores, y sus posteriores descendencias ha llegado a nuestros días en forma de caos. Se le llama Casa a lo que debía ser la Rama, y esta a lo que indudablemente es la Casa, o Ilé Osha. La intensa mezcla y el necesario hermetismo conque tuvieron que actuar aquellas fundadoras, acosados por el racismo y la intolerancia religiosa, entre otros factores, hizo que se perdieran muchos linajes. Gracias a las moyugbas y a la memoria los más ancianos que conocí, he logrado reconstruir no pocas Ramas a cuya cabeza hubo una lucumisa. Aunque no siempre he podido, me reconforta haber ayudado a iyaloshas, babaloshas y awoses a saber de dónde descienden; rescatar a un número de lucumisas fundadoras, y no solamente a la gran Efushe, a quien se tiene por la primera adaptadora de lo que se hacía en África, pero bajo las condiciones de aquí.

No me fuera posible este acercamiento sin leerme a Fernando Ortiz, Lydia Cabrera, Rómulo Lachatañeré, entre otros, que investigaron antes que yo. En el caso de Lydia, por la época en que hizo sus valiosas investigaciones se vio obligada a proteger nombres y datos; tuve que desentrañar no pocos enmascaramientos para llegar a la verdad. También de importancia fue estudiar una entrevista a Wande Abimbola, realizada por Ivor Miller, para complejizar la adaptación que tuvieron que hacer en la Cuba colonial y racista, aquellas grandes lucumisas

¿La versión que circula por las redes es la versión final del texto?

Desde el verano de 1999 hasta este minuto no he dejado de cotejar y buscar un dato, una fecha de nacimiento, un nombre, una iniciación, entre disímiles elementos que pulo una y otra vez para rescatar del olvido a gentes humildes y sencillas, que no alcanzaron a ver la grandeza del aporte que hicieron a la identidad cubana, y por extensión a todos los que la practican como se hace en Cuba. De manera que las generaciones actuales y las por venir, también los estudiosos o simples curiosos, sabrán de dónde, cómo y por qué hemos llegado hasta aquí.

El dolor de ver cómo vapulean tus desvelos impunemente, se compensa conque las más de cuatrocientas páginas que tengo actualmente en mi computadora, afortunadamente ya lista en un noventa y cinco por ciento, es muchísimo más, pues lo robado fue mayormente información en bruto, incluso con errores que ya he podido subsanar. Te digo más, abrumado por la usurpación, alguna vez por poco me rindo, pero Yaniela Morales, una joven antropóloga, me instó a no rendirme, a seguir, por lo que hoy le agradezco infinitamente.

Alguien me ha sugerido denunciar en los tribunales a los que insisten en apropiárselo; incluso una autoridad internacional en materia de derecho de autor, se ofreció para demandarlos, pero prefiero persuadir, convencer, por respeto y consideración religiosa. Mi libro, que no se llamará Álagbás, ese era un título de trabajo, verá la luz, y la huella de los usurpadores apenas será recordada, entonces te agradezco la oportunidad de comunicarme con tus lectores, pues es la primera vez que me he decidido hablar de tan apasionante proyecto.

Se vislumbra en Los Álagbás, de Jorge Luis Sánchez, un texto a la altura y con la riqueza etnográfica de El Monte de Lydia Cabrera o los sucesivos estudios de don Fernando Ortiz, pero esta vez desde dentro. Su contribución no solo está en el ordenamiento e identificación del extenso ramaje de los linajes, de sus creadores y continuadores sobre la línea del tiempo, la conmemoración de la ancestralidad o la recuperación de la riqueza del hecho anecdótico, de la consolidación del mito sobre la vida social de los religiosos; de cierta forma afronta la estandarización de la praxis santera, y la necesidad de recuperar, preservar y defender la tradición genuina afrocubana, criolla, fraguada sobre el hibridismo de diversos saberes, de la resistencia anticolonial, y que hoy es cuestionada o no reconocida por algunos círculos religiosos de supuesto tradicionalismo indígena.

A mis ancestros:

Ma Monserrate González (Ápoto) Obatero, ibaé.
Fermina Gómez, Ochabi, ibaé.
Ernesto Rodríguez, Obanyoko, ibaé.
Everardo Marrero, Omi Aké, ibaé.
Y a mis mayores:
Kinkamasé madrina María Inés Ferrer Eshu Adé. 
Kinkamasé ojubona Genoveva Ramos Eshu Bi.

Foto tomada de Ibermedia Digital.

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Written by

Adonis Sánchez Cervera

La Habana, Cuba, 1981.
Licenciado en Comunicación Social por la Universidad de La Habana, Cuba. Maestro en Humanidades por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, México, con la tesis Iború, iboya, ibosheshé. Un estudio de las relaciones de género en la Regla de Ifá cubana (2016); actualmente es doctorante por la misma universidad, con la tesis Congo(a)s, africano(a)s y gitanas. Una etnografía de la subversión de las identidades heteronormativas en la práctica del Espiritismo Cruzado.