Agba-lagba es un vocablo de raíz yorubá que ha sido bendecido por la longevidad. Dentro del sistema Ocha/Ifá agba-lagba alawalawa son quienes tienen más de diez años de iniciación. Y agba-lagba fueron las sacerdotisas fundadoras de la Regla de Ocha en Cuba y de sus linajes. La genealogía de la Santería nos devela una práctica liderada por mujeres que ejercieron su poder durante la primera mitad del siglo XX, como obá eni oriaté o maestras de ceremonia, hasta que fueron iniciando a hombres. Con la iniciación de Octavio Samá se arribó al fin de la línea matrilocal santera.

Dentro de la Regla de Ocha existe una subordinación del género femenino al masculino en casi todos los niveles de la vida ritual. Su estructura de género no permite la igualdad de funciones entre hombres y mujeres en la práctica religiosa, sustentada en la tradición oral (mitos, leyendas, tabúes, cantos, rezos, etc.), en la que la contribución de la subordinación femenina a la dominación masculina es innata e ineludible.

Dichas restricciones sexuales se legitiman desde su cosmovisión e impactan en la división sexual del trabajo. Los orichas varones durante la creación del mundo cumplieron roles característicos de la masculinidad: la fortaleza física en el ámbito material y espiritual, el conocimiento, el ejercicio del poder. Mientras, las orichas fueron mensajeras del Dios supremo, cocineras, artesanas, vendedoras del mercado, comerciantes, esposas, además de coquetas, sexuales y maternales, “roles propios” de la feminidad. La diversidad de funciones según el sexo dio lugar a relaciones de poder constituidas como relaciones sociales; creencias avaladas por una mitología legitimadora, reproductora y preservadora de prescripciones ético-morales transmitidas por la oralidad ―sin un Texto Sagrado único en la Regla de Ocha pero en la Regla de Ifá con un corpus religioso literario totalmente masculinizado―, y mitos admitidos como algo común por la totalidad y sensibles a múltiples interpretaciones.

Los hombres y mujeres fueron creados por Obatalá a imagen y semejanza de los orichas, con los cuales establecieron relaciones de parentesco, por lo que los mortales iniciados en sus dioses tutelares reprodujeron en su mayoría aquellos arquetipos de conducta característicos de cada divinidad, entre los que adquirió especial importancia lo establecido como femenino y masculino.

En la Santería se redefinen los géneros a partir de su organización cultural ‒normativas referentes a la organización de la familia religiosa, los hábitos alimenticios, etc.‒, identificada en la estricta diferenciación de los roles masculinos y femeninos en sus sacerdotes hombres y mujeres, babalochas iyalochas, en los que el tabú se convierte en un factor productor de desigualdades.

El hombre iniciado en la Santería mantiene una hegemonía sobre las mujeres y conserva el conocimiento ritual. Cumple las funciones más importantes: es el tamborero u olú batá u omó Añá, percusionista heterosexual encargado de percutir esta batería instrumental sagrada mediante la cual se establece un diálogo con los orichas, y propicia su descenso al plano terrenal e interacción con las personas; es el único capacitado para realizar sacrificios de cuadrúpedos a los orichas (ashogún); y único iniciado en el culto a la divinidad de la farmacopea, Osain, especialización que también le está vedada a las mujeres y los homosexuales. Junto a estos últimos comparte la categoría de santeros o babalochas, padrinos de santo y maestros de ceremonia u obá oriaté.

Dentro del universo de mujeres practicantes ―las aleyas o no iniciadas, las espiritistas, las iyawós, las iyalochas―, la figura de la iyalocha madrina de santo, iniciadora de fieles en la práctica, está llamada a ser un símbolo de su familia ritual. Aunque tiene la potestad de dirigir ceremoniales de iniciación, es confinada a labores domésticas como la preparación del cuarto donde se realizan las actividades rituales, mantener su limpieza; la preparación de las aves sacrificadas para su degustación; el servir las vísceras de los cuadrúpedos sacrificados a los orichas; mantener limpios todos los recipientes utilizados en las ceremonias y servir la comida a los oficiantes mayores. 

Anteriormente las mujeres podían ejercer como oriateses dentro de la Santería, pero hoy no abundan y ni tan siquiera a las que reciben el cuchillo o Pinaldo se les autoriza a sacrificar a los animales de cuatro patas durante las ceremonias de iniciación. Además del reto que entraña enfrentar esos prejuicios sexistas y machistas presentes en las mismas creyentes, en relación con su identidad genérica y su autoimagen religiosa, estatus incuestionables ―según las mismas mujeres― apoyadas en criterios conformistas: “es lo predestinado para mi sexo”, “como siempre fue así, pues así debe ser”, “en las religiones de hombres no deben estar las mujeres, deben respetarlas, así como hay religiones de mujeres”, “es el pago de la deuda de lo que sucedió con Eva que se comió la manzana en el paraíso”, sin visos de cambio o cuestionamiento crítico que busca una transformación.

Otro factor determinante es el cuerpo. El cuerpo y la necesidad de controlarlo y disciplinarlo desde la religión por la hegemonía masculina, símbolo de purificación o no de lo sagrado según su estado: saludable o enfermo, por ejemplo, a lo que se disponen restricciones sexuales. Y del cuerpo, sus fluidos: el ciclo menstrual la restringe de atender a sus santos, pasar por debajo del fundamento de Osain ―que en una de sus representaciones cuelga de una cuerda amarrada en el techo―, no debe participar en actividades religiosas ligadas al espiritismo (misas, etc.), no debe confeccionar la comida de los tamboreros en un Añá ni acercarse a él, entre otras. 

La mujer dentro del sistema Ocha/Ifá debería asumir posturas feministas. No admitir complaciente la hegemonía basada en una tradición que ella misma se ha encargado de perpetuar ―producto de la subordinación femenina― y que en sus inicios la visualizó como un “ente no confiable” (Alfredo O´Farrill citado por Vila & Pérez, 2009). 

Los iniciadores del sistema Ocha/Ifá. Las primeras oriatés obasas

Las iniciadoras de la Regla de Ocha importaron no solo la liturgia sino también los conflictos intestinos que le precedían de su tierra natal africana, acrecentados en una lucha de poder ‒entre los de la etnia de Oyó con los Egbadó, ambos provenientes de África‒, jerárquica, que estalló al interior de las prácticas entroncadas entre La Habana, Matanzas y el oriente cubano. Fundadoras de las primeras casas de fundamento o de santo (ilé ocha), en el siglo XIX, en ellas los rituales hacia una deidad en específico no necesariamente se asemejaban con los practicados en África; se le rendía culto a una deidad vinculada al santo católico que daba nombre al cabildo y a toda la corte que se fue edificando o jerarquizando tras los procesos de intercambio y sincretización entre los mismos africanos procedentes de diversos territorios.

Fueron esos espacios de principios del siglo XIX donde muchas mujeres lideraron ceremoniales de ciertas deidades que hoy son privativos del ejercicio religioso de los babalawos: instauraron varios cultos de orichas importantes como Olokun, Ochosi, Yewá y Odúa. De las sacerdotisas que se mantuvieron a inicios del siglo XIX se encuentran Malaké la grande, Malaké la chiquita y Dadá.

Entre las pioneras ya de principios del XX, estuvieron las iyalochas Ña Caridad (cuyo nombre religioso o de santo fue Igoro), Ña Rosalía (Efunshe), Ña Teresita Ariosa (Ochun Bumy), Ña Merced (Ordoro sumi), Ña Belen (Apoto), Calixta Morales (Odedei), Timotea Albear (Ayaileu Latuán), Ma Monserrate Oviedo (Obatero), Africana (Ogun fumito) y el babalocha Octavio Samá (Obadimelli u Obadimeji). Fueron iniciadores de otros sacerdotes importantes como Ferminita Gómez (Ochabi) y Nicolás Angarica (Oba tolá). 

Al centro de las disputas por el poder y el prestigio estaba la discrepancia entre las santeras y maestras de ceremonia (oriaté) de origen africano: Timotea Albear (Latuán) y Ma Monserrate (Obatero), que llevó a establecer maneras propias de ejercer la Santería bajo la mirada aprobatoria o no de las dos grandes jerarcas. Cualquier contradicción tanto en la praxis como personal, era considerada una amenaza que podía ser enfrentada con la hechicería (ogú) y la calumnia. El fin de la guerra levantó fronteras estáticas entre La Habana y Matanzas, las dos provincias en las que se instalaron por separado las dos olorichas.

Obadimeji, quien fuera iniciado por segunda vez en La Habana por Latuán, en la Regla de Ocha y luego Obá Oriaté fue el que estandarizó los ceremoniales junto a la iyalocha Ña Rosalía (Efunshe). Único discípulo masculino de Latuán más reconocido, Leonel Gámez y Águila de Ifá recogieron en un texto:

“(…)  trabajando a su lado y sirviendo como sus brazos y ojos después que ella llegó a ser demasiado anciana para realizar rituales ella misma. Interesante es el hecho de que después de la muerte de Latuán, la posición de Obá Oriaté fue dominada por hombres, que desplazaron gradualmente a las mujeres que hasta ese tiempo habían ejercido el cargo. Para el momento de la muerte de Obadimeji en octubre de 1944, la posición de Obá Oriaté fue casi exclusivamente una función masculina. Obadimeji entrenó a dos discípulos conocidos, Tomás Romero (Ewín Letí) y Nicolás Valentín Angarica (Obá Tolá). A pesar de ser enseñado por una de las Iyalorishas más grandes de la religión Lucumí, él nunca entrenó ni enseñó a una mujer”.

Con la desaparición de las primeras mujeres oriatés de la Regla de Ocha, murió una tradición que fue siendo usurpada por el poderío masculino. En ninguno de los sistemas oraculares de Ocha/Ifá aparece alguna contravención para el no ejercicio de la mujer como Obá Oriaté, excepto las relacionadas ―en sentido general― con el período menstrual o cuando la iniciada, sacerdotisa o la neófita se encuentra en estado de gravidez.

El 15 de febrero de 2003 se fundó en La Habana el Consejo de Mayores Obateros de la República de Cuba, con personalidad jurídica, como dispositivo de preservación de la tradición y reconocimiento de esta especialización dentro de las prácticas de la Regla de Ocha, además de conmemorar a sus fundadores y seguidores. Varios acuerdos desde entonces fueron divulgados, estableciendo los principios morales y éticos del ejercicio, y la delimitación de roles y no intromisión, además de trabajar con las nuevas generaciones. En ninguno de ellos hace alusión a exhortar y retomar la presencia de la mujer con mayor fuerza, pues aunque algunas realizan la adivinación mediante el dilogún, generalmente son de avanzada edad. La nómina de este consejo está integrada por 20 sacerdotes, solo una es mujer.

Ña Rosalía Abreu, Efunshe Warikondó, la gran reformadora de la Santería

Sobre esta princesa egbadó, recoge el oriaté Ronald Mendible, en su texto Diáspora afrocubana o tradicional: dos legados para discernir:

“Rosalía Abreu Efunshe Worikondo omo Oshosi fue proveniente de la ciudad de Egbado como Oba Tero. Se dice que fue princesa de Egbado. Junto a La Tuan, ella como Olorisha y La Tuan como Oriaté, ejercieron un gran poder sobre el Cabildo San José 80, que incluso fue confundido como Cabildo Efunshe por historiadoras como Lydia Cabrera en la década de 1950. Se dice que era transportada por La Habana por sus seguidores en una silla de seda para que quedara claro que era reina. Los hechos que rodean la llegada de Efunshe a La Habana son enigmáticos, ya que muchos afirman que nunca fue esclava. Aunque algunas fuentes indican que fue traída al ingenio Gramosa, de ahí su segundo apellido, aunque no hay expediente de este molino de azúcar. Fue madre de Calixta Morales Ode dei, llamada en Lucumí Atikeké (pequeño regalo), por lo que se supone que tuvo problemas para concebir. Se supone que tuvo relaciones con Kaindé, un babalawo asociado al Cabildo San José 80. Luego de la retirada de Oba Tero, La Tuan y Efunshe unen fuerzas y establecen una sólida reputación en La Habana, La Tuan actuaba como Oba Oriaté para todos los ahijados de Efunshe. Su hija Ode Dei fue ordenada por el primer ahijado de Efunshe en Cuba, Luis Suárez, Oshun Miwa. Efunshe heredó la dirección de San José 80 en (…) 1890 y ordenó a varios Olorishas en La Habana hasta su muerte a finales de 1920. La influencia de Efunshe es tan grande que la mayoría de los Olorishas en La Habana reclaman ser descendientes de allá y no del Cabildo San José 80. Efunshe apoyó a La Tuan en la competencia que existió entre esta y Oba Tero, aunque se mantuvo detrás del escenario. Ella instituyó la ahora práctica común de recepción de más de un oricha durante la iniciación (Eleguá, Obatalá, Oyá, Oshún, Yemayá, Shangó) así como la práctica de tirar los dilogún o caracoles, dos veces para conseguir una letra compuesta. Conocida como ‘la Reformadora de la Religión’, a Efunshe también se le acredita el origen del ritual iniciatorio conocido como ‘el Pinaldo’ o cuchillo, que se realizó la primera vez sobre Octavio Samar Rodríguez, como una segunda iniciación para confirmar el primero que se había hecho en Matanzas. Esta ‘confirmación’ ritual fue la fuente de su nombre de Osha, Obadimeyi, o ‘el Rey coronó dos veces’”.

Ña Pilar Fresnedaprecursora del asentamiento directo del oricha Babalú Ayé

Odulami, sacerdote consagrado en el oricha Obatalá y oriaté (maestro de ceremonia en la Santería), certifica que Ña Pilar o Pilar Fresneda fue una autoridad en el conocimiento de Babalú Ayé, un oricha que suscita polémica entre las modalidades lucumíes y ararás. Los lucumíes ―de ascendencia yorubá― no podían consagrarlo directamente a las personas que iniciaban en su culto al ser este abandonado en África, y solo a través de los orichas Obatalá, Yemayá y Ochún; los ararás sí atesoraban ritos, ceremonias y cantos de esta divinidad llamada entre ellos fodún, para una consagración directa, lo que legitimó su derecho.

Las prácticas religiosas ararás provienen de los descendientes de esclavos cuyo origen étnico es del antiguo Dahomey (hoy Benín). Aunque muy similares a las de la Regla de Ocha en general, los nombres de sus deidades, su lengua, los cantos, instrumentos musicales, etc., poseen características propias. Sus deidades reciben el nombre genérico de vodú o fodún. 

Babalú Ayé es una deidad mayor sincretizada con el Lázaro de las muletas de la parábola bíblica, posteriormente canonizado por la religiosidad popular y la influencia del oricha africano. Es un enfermo leproso que sana, compadece y alivia; va acompañado siempre por unos perros lazarinos, sus muletas y el ajá o escobilla para ahuyentar la enfermedad. Lleva cocidos en su lengua 13 caracoles o cauris y sus ofrendas son fundamentalmente a partir de granos; se le sacrifican chivos machos y palomas y su bebida es el vino seco. Viste de tela de saco, indumentaria que también llevan sus devotos en signo de petición o agradecimiento por un milagro concedido, mayormente en cuestiones de salud.

Pilar Fresneda, según cuenta Odulami, fue iniciada directa a este oricha en la provincia de Matanzas, donde tuvo un cabildo arará notable y aprendió de sacerdotisas de renombre de esa modalidad. Fue madrina de Margot Ponce o Margot San Lázaro, de quien se ocupó de realizar la ceremonia de consagración directa luego de que el mencionado oricha a través de la misma Margot, en trance, exigiera a su hija y no la oricha Yemayá a la que se estaba realizando las ceremonias consagratorias.

Sobre sus rituales, apunta Odulami:

“Cuando asentaba a Babalú Ayé no hacía itá (lectura del porvenir), sino que ese día bajaba el oricha por alguno de sus caballos y estos hacían los vaticinios. En las ceremonias del igbodú (cuarto de consagración), el oriaté lucumí participaba hasta un punto, luego salía y Ña Pilar y sus ahijados continuaban con las celosamente preservadas ceremonias, hasta hoy.

“Años después (…) fue la propia Pilar quien introdujo la presencia de los awoses (sacerdotes de Ifá) en el itá, cuando sus hijos Bartolo primero, Víctor después, se hacen babalawos. Esta modificación quedó establecida hasta hoy.

“Los habaneros consagrados en la Regla Arará debían presentarse ante los tambores homónimos que están en Matanzas. Esto se volvió muy complicado por la distancia y Pilar mandó a construir un juego de tambores, los que juramentó en Matanzas y luego los trajo para La Habana.

“He visto ese juego de tambores en Pogolotti, en casa de Ofelia Bonilla, oló Oshún, nieta religiosa de Pilar. Ella los custodia con profundo amor y respeto. Los otros dos únicos juegos están: uno en la ciudad de Matanzas y el otro en Perico, que fueron de la africana Florentina Zulueta. (…) Fue muy coherente en la realización del culto a su adorado oricha. Con sus ahijados recorría hospitales para socorrer a los que necesitaban ayuda.

“Los muchos ahijados que consagró como el awó Víctor Gómez, Taurina Montalvo, Severiana Torres Martínez, entre otros, más los descendientes, cuidaron y cuidan con celo su legado”.

Aurora Lamar, Obá Tolá

Conocida como La China de Maximiliano, Aurora Lamar (Matanzas, 13 de febrero de 1900-La Habana, 19 de septiembre de 1965) fue iniciada en el culto al oricha Aggayú por su padrino José “Pata de palo” Urquiola (Eshu Bi) y su oyugbona Panchita Lamar, “La China” (Oshun Miwa), junto a los que fundó la rama o linaje de La Pimienta. Considerada una de las sacerdotisas de la Santería más prolíferas de la Isla, inició más de 500 personas, fue la que introdujo su práctica en las provincias orientales.

La oralidad popular recoge como memorables sus travesías en tren hacia el oriente del país, junto a los demás santeros, maestros de ceremonia, tamboreros, para realizar los ritos iniciáticos. Los últimos años de su vida trabajó vinculada al prestigioso oriaté Lamberto Samá (Oggun Touyé).

Fermina Gómez, la reina de Olokun

Según el oriaté Ronald Mendible, en su texto Diáspora afrocubana o tradicional: dos legados para discernir, la sacerdotisa Fermina Gómez (Oshabí), fue conocida como la reina de Olokun. Fue una de las ahijadas más notables de Obatero, y se encargó de expandir el conocimiento de orichas de procedencia Egbadó como Olokun, Yewá, Bromú, Bronsiá y Oduduwa. Iniciada en el culto a Ochun, debido a las discrepancias territoriales, no se le reconocía su sacerdocio, por lo que fue reiniciada (se le viró el oro) en el culto a Yemayá. Junto a su madrina Obatero, desarrollaron la Regla de Ocha en Matanzas, con ceremoniales y especificidades diferentes a las de La Habana, como los cuestionados santos directos.

Bibliografía

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Foto: federica ariemma

La presente es una versión del artículo “Agba-lagba: un acercamiento a las iniciadoras de la Regla de Ocha“, publicado en Cuba Posible.

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Written by

Adonis Sánchez Cervera

La Habana, Cuba, 1981.
Licenciado en Comunicación Social por la Universidad de La Habana, Cuba. Maestro en Humanidades por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, México, con la tesis Iború, iboya, ibosheshé. Un estudio de las relaciones de género en la Regla de Ifá cubana (2016); actualmente es doctorante por la misma universidad, con la tesis Congo(a)s, africano(a)s y gitanas. Una etnografía de la subversión de las identidades heteronormativas en la práctica del Espiritismo Cruzado.