La estatua de Cristóbal Colón está sola. Ya no hay enamorados dispuestos a ir a besarse a los parques. Yase fueron todas las palomas. Todo el que aprovechaba las tardes para sentarse en ese espacio se ha ido de la isla: el mar por su olor a salitre también está solo. Lloran las abuelas que antes iban con los nietos. Ahora la estatua que decora el centro no es la de Colón, es otro el busto que señala. Nadie sabe el por qué, honestamente a nadie le importa lo que pasa. El señor que vendía maní ahora es payaso y su sonrisa besa un pintalabios rojo con los cabellos amarillos como pollito en el patio de alguna casa de San Francisco de Macorís. Ahora todos los buenos dominicanos están esclavizados frente a una computadora. El paso siguiente será poner su nombre en el buscador anhelando respuestas: unos googlean su nombre. Si usted aparece, existe, si no, usted está mal. La conexión falla. El mar sigue solo. ¿Usted podría regalarme unos lentes de sol? Las embajadas están llenas de personas y el excelentísimo señor presidente se toma una Presidente bien fría desde su avión privado y saluda a los habitantes de la Ciénaga. La constitución nacional juega el papel que juegan las esculturas de museo: nada. Yo estoy aquí porque no sé nadar.

Foto tomada de Internet.

“Un domingo”, Pordioseros del Caribe, Editorial Desbordes, 2014.

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