A las que migramos en la niñez
nos toca gravitar en el aire,
ser puente entre varios universos,
reclamar nuestra libertad de pertenencia
a las cosas de la que nos hablaban en casa,
y a otras que han rodeado la mirada.

Hemos crecido en mil mundos,
hablamos diferentes lenguas
para poder comunicarnos desde el limbo.
Tejemos y destensamos la vida
para que nos aguante.
Nuestra identidad está abiertamente
en contra del olvido.

Las cabinas y locutorios fueron nuestra conexion
con aquello que sentíamos cerca,
eran nuestra patria.

En mi casa se escucha “faltan 5 para as doce” siempre.

Cada año alguien nos recuerda que no nacimos aquí
que nuestra piel no corresponde con su idea.
En algún momento hemos escarbado un agujero
para escondernos y sólo escuchar el latido,
de nuestros corazones de barro.
Olemos raíces,
nos arraigamos a la justicia,
cultivamos el amor
para poder recibir algo de cariño.
En el desplazamiento dulce de nuestros cuerpos,
de aquí de allí
de allí de acá,
aprendimos a no creer
en la neutralidad.
Me hablo a mí,
a una generación
a las infancias
con progresos migratorios
que crecieron sin tierra.

“Crecer sin tierra, Derecho de admisión, Casa Editorial Étnica Imago S.A.S, Cali, Colombia, 2022.
Reproducido con autorización del autor.

Foto tomada del perfil de Fb de Yeison F. García.

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