❌ “Tú saliste adelantada. Menos mal”
❌ “Tus facciones son bastante finas”
❌ “Tú no tienes el pelo tan malo, pero tu mamá acabó” (haciendo referencia al hecho de haberme concebido con un hombre negro)
❌ “¡Bastante clarita saliste pa’ como es tu familia paterna!”
❌ “Tienes el negro cerca”
Antes no me cuestionaba lo racista de estas frases que me decían; incluso algunas me parecían halagos. Ser afrodescendiente o nacer con piel oscura no te exime de asumir y repetir actitudes racistas e incluso no ver nada malo en esas frases. Me costó darme cuenta porque me crié con mi abuela blanca, que no le perdonó a mi mamá haber estado con un hombre negro.
Mi abuela blanca fue y será siempre una mujer santa para mí, con todo y sus defectos, con todo y su racismo; ella, analfabeta, católica, pobre, no hizo más que repetir los patrones de opresión y de racismo con los que fue educada. Desde pequeña me decía que yo no tenía nada que ver con mi “otra familia”, que sus costumbres y prácticas no eran las nuestras. Aquello era atraso.
Mi abuela blanca me decía, incluso, que cuando mi papá me llevara a casa de mi abuela negra no probara nada que me dieran de comer o beber y que cuando fueran a hacer alguna ceremonia cerrara los ojos, que no mirara.
Mi abuela blanca, la persona que más me ha dolido perder hasta hoy, era una mujer con actitudes racistas. Y no me avergüenza decirlo, porque según fui creciendo y criticándole estas actitudes siempre se mostró muy receptiva y fui testigo de cómo en los últimos años de su vida luchó por erradicar todo el racismo que había heredado.
A escondidas de mis padres, cuando estábamos a solas ella y yo, mi abuela blanca me hacía una especie de masajes en la nariz para que se me afinara más, porque mi nariz no podía ser como la de mi abuela negra, ni podían llamarme la atención las costumbres de aquella otra familia.
Crecí con mil prejuicios y actitudes racistas también, pero supe hacer lo que mi abuela blanca no pudo, debido a sus propias limitaciones y las de su tiempo; supe cortar con la reproducción de estas actitudes inculcadas.
Vine a amar y a interesarme en mi cabello hará alrededor de dos años, porque antes me parecía una desgracia, solo por poner un ejemplo. Durante mucho tiempo no fui consciente de mi racismo, ni de que también reproduje patrones con los cuales solo me oprimía a mí misma. Quería otro pelo, otra nariz, otro pasado.
Pero hice mi tarea, y la sigo haciendo. Y he dicho suficiente por estos días, he brindado información, propiciado debate, reflexión. No puedo hacer más nada. No puedo ni tengo cómo meterme en la piel de otra persona que no comprende el racismo ni se cuestiona algunas prácticas que parecen tan sanas pero que terminan siendo racistas y perpetúan estereotipos. Educar es tarea comunitaria, pero tiene que haber un sincero interés individual por desear educarse. Es todo.
Me preguntaron de manera maliciosa si yo, que tanto andaba involucrada en “estos temas antirracistas”, no me iba a poner un turbante hoy, Día de África. África reducida a una prenda, pero en eso ni me detuve. Solo respondí que no lo haría. No critico a nadie que lo esté haciendo con respeto. Solo que por respeto a la propia África no voy a usar una prenda que nunca uso a lo largo del año.
Foto: Tubarones