Hay quien jura que existe el “instinto materno”.

Hay quien tiene la convicción de que la “madre biológica” es la suprema por aquello de que “la sangre pesa más que el agua”.

Hay un sinfín de metáforas y alegorías sobre la madre. Recuerdo inclusive que cuando trabajé en la Prisión de Boniato me contaron que existió una política institucional de asignar una “madre sustituta” a los prisioneros que no recibían atención familiar. Una especie de continuidad de las políticas que conocemos que existen en Hogares de Niños/as sin amparo filial. O sea, considerando estas dos experiencias, parece haber un terreno bien variado  de adopciones familiares amparadas institucionalmente, así como prácticas de adopción que ocurren de manera informal. 

¿Son esos lazos menos legítimos que aquellos mediados por la gestación, el parto, la amamantación y el puerperio?

Al final, ¿quién puede adjudicarse el papel de madre? ¿La persona que gesta y pare? ¿Quien gesta y pare es siempre, necesariamente, madre? No hay que tener una especialización en Ciencias Sociales para que ambas preguntas caigan por tierra. Ni todas las madres paren, ni todas las  personas que paren se convierten en madres. Abundan los ejemplos: gestación subrogada o “vientre de alquiler”; adopción, parejas de lesbianas en que una de las madres no pare y, sin embargo, se reivindica como tal. Resumiendo, la maternidad es un lazo social. Y digo más, no hay nada en la biología capaz de instituir ese lazo. 

¿Qué es lo que asegura la biología para que en pleno siglo XXI sigamos obcecadas con esa bio-lógica (parafraseando a Oyeronkè Oyewumi)? ¿De dónde resurge, como el ave fénix, esta obsesión según la cual un tipo de cuerpo (con útero) o procesos que ocurren en/con el cuerpo (gestar, parir, amamantar) crean de por sí una posición social?

La última de las ficciones sobre la madre a la que tuve acceso fue en  el contexto de mi tesis de Doctorado, investigando la reproducción asistida. La donación de óvulos toma como uno de sus criterios centrales que la donante y la receptora de óvulos sean similares físicamente (en  el aspecto concreto del color de la piel). De vuelta a la obsesión biológica en la que una supuesta similitud fenotípica entre donante y receptora de óvulos otorgaría una mayor legitimidad a ese lazo de parentesco que nuestras sociedades occidentalizadas tuvieron a bien designar como “maternidad”. En mi tesis llamé a esa vigilancia fenotípica como un mecanismo biopolítico deliberadamente racista, pero ese debate rendiría otro artículo (o si prefieres puedes consultar mi tesis), así que vamos a volver a la madre. 

No es posible sustentar esta “metafísica de la maternidad”, según la cual habría una continuidad entre una parte del cuerpo (el vientre, o haber gestado y parido) y un sentimiento llamado “intuición”. El parentesco es un lazo social, que no está pautado en la biología. Y al final se crea una jerarquización de “maternidades más legítimas” que, supuestamente, generan “intuición materna”, desconociendo a las madres que adoptan, a las lesbianas que no gestaron ni parieron pero que también son madres, a la gestación subrogada (vientre de alquiler), a quien pare y gesta y no es mujer ni madre, léase hombres trans, en fin, el mar. 

El sostenimiento de esta dicotomía naturaleza-cultura equivale a echar por el tragante años de teoría feminista, ciencias sociales y políticas feministas que ya cuestionaron todas esas tesis biologicistas.

Inclusive apelar a la biología (ya sea que se hable de instinto, de parir, gestar, tener útero) ha sido una forma colonial de deslegitimar cuerpos, existencias. Yo hago esa crítica desde el lugar de la ciencia porque trabajo con eso. Si trabajara con otro tipo de instrumentos también haría uso de ellos, pero básicamente trabajo con teoría feminista como instrumento de análisis crítico de la realidad. 

Obviamente ese no es el único lugar desde el que se puede hacer esta crítica. Tampoco implica una jerarquización entre saberes científicos y otros no científicos. Y como se ha dicho en otros momentos: si en otras áreas se usa el conocimiento acumulado para producir análisis, por qué tanta resistencia cuando se trata de cuestiones que las ciencias sociales abordan de forma rigurosa justamente para derribar mitos que implican desigualdades y discriminaciones? Marilyn Strathern ha gastado tiempo y tinta suficientes para ofrecernos preciosos argumentos sobre el parentesco que yo no voy a reproducir aquí. 

Yo no sé si la “intuición de madre” es falible o infalible. Lo que digo es que es una construcción simbólica, una creación de la cultura y no algo que tenga que ver con haber parido, ni que se derive de esa condición biológica. Esa ficción, como tantas otras, puede generar deseos, accionar presentimientos. Pero eso no quiere decir que surge en una instancia biológica. Digo más, la maternidad no se agota ni en la biología ni en la cultura. Las maternidades son políticas. Dispositivos políticos de regulación y control que se esfuerzan en delimitar, normativizar, restringir la vida de quien se entiende que cabe en esa categoría. Regodeándonos en esas premisas biologicistas perdemos bastante como sociedad, especialmente si pensamos que educar hijes debe ser una tarea colectiva, apoyada estatalmente con políticas públicas y que debe orientarse a promover la autonomía de les hijes. El instinto materno es una especie de cordón umbilical en vida que hipoteca la vida de madres e hijes. Mientras sigamos colocando en las espaldas de la madre la hiper responsabilización con la descendencia, no vamos a llegar muy lejos. 

Pienso  en el “instinto materno” como una gran falacia. Debe ser bastante alto el costo psíquico y emocional de estar en un vínculo hipervigilante que exige que:

-aun cuando medie la distancia física…

-aun cuando no se tiene ningún control una vez que el hijo sale a la calle…

-aun cuando la madre tiene su propia vida más allá del propio ejercicio de la maternidad…

-a pesar de todas esas variables y otras más que pudiéramos  imaginar…

-esa conexión sacralizada y romantizada implica que la madre sea capaz de adivinar, presumir, intuir en cualquier circunstancia cuándo la vida de su hijo/a está corriendo peligro. 

Imagino la culpa entonces para quien, siendo madre, reciba la noticia de que algo (que ella estaba lejos de prever) sucedió con su hije. ¿Perciben cómo la culpa que está asociada a ese mito del instinto materno es una forma de regulación y control del tipo: qué clase de madre eres que no mantienes tus cinco sentidos y tus poderes paranormales activados los 365 días del año para saber que le ha pasado algo a tu hijo/a? Ni naturaleza ni cultura: las maternidades son políticas.

Foto: nappy

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Written by

Yarlenis Mestre Malfrán

Académica. Licenciada en Psicología Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, 1999. Máster en Intervención Comunitaria, Centro Nacional de Educación Sexual, La Habana, 2004. Doctora en Estudios Interdisciplinares en Ciencias Humanas, Universidad Federal de Santa Catarina, Florianópolis, Brasil, 2021.