Los ataques instrumentados contra la prestigiosa cantante cubana Daymé Arocena dentro de la llamada «lucha ideológica de Cuba en las redes sociales» han relocalizado, quizás como nunca antes, la desinhibición pública del racismo que se viene percibiendo en la ultraderecha internacional desde que esta recuperara espacios importantes en países europeos y no europeos.

Tal relocalización ha aterrizado, de manera precisa y cual copia al calco, en sectores/individuos de la izquierda radical cubana. Quienes hayan seguido el lanzamiento y posterior difusión de la canción Todo por ti, compuesta por otro talentoso músico cubano —Pavel Urkiza— saben que, desde la mutua admiración, el cantautor ex integrante del dúo Gema y Pavel, invitó a Dayme a acompañarle poniendo su voz en la canción y el video que se inspiran y documentan los sucesos del 11-J.

No son de los artistas más difundidos en Cuba, pero fuera de ella muy conocidos y reconocidos, cada uno en su esfera de creación. Pavel y Dayme son artistas con mayúsculas, y debería estar fuera de toda duda el procesamiento espiritual y vivencial de la motivación, que se percibe no solo en la letra, sino también en la interpretación por parte de ambos. 

Eran previsibles las reacciones oficiales, pero lo que se vuelve noticia destacada es el asombroso desparpajo con que los aguerridos luchadores del ciberespacio eligieron a Dayme Arocena como blanco mayoritario de sus dardos envenenados, que, en contraste, Pavel recibió en cuotas mucho menores.

Asombra ver como no pudieron sustraerse a la tentación de sacar lo que tenían atravesado entre pecho y espalda. Para ello todo fue válido: lo mismo inventarse perfiles falsos, que ocultar sus rostros apropiándose de otros —porque, claro, saben que el racismo a cara descubierta no adorna—,  con el fin de lanzar la andanada de posts y frases dentro del racismo más rancio, vulgar y colonialista. 

Con prisa y sin pausa apelaron a todo lo que encontraron por el camino, sin miramientos a lo políticamente correcto, ni siquiera a cuánto difería la horrenda postura discriminatoria con el ideario martiano y revolucionario, ni siquiera con la Constitución que ellos mismos votaron. No les importó falsear hechos de la verdadera historia sobre la esclavitud y sus horrores, ni ignorar la génesis de la rebeldía y de la historia de superación personal que habita en cada miembro de las familias afrodescendientes cubanas.

Como sus iguales de la ultraderecha, los diseñadores del odio no dudaron en echar mano al repertorio de mantras según los cuales, los afrodescendientes cubanos debemos colocarnos como individuos, en pleno siglo XXI, en la misma postura genuflexa y servilmente agradecida que los esclavistas criollos esperaban y reclamaban de nuestros antepasados.

Esto, sin que medien análisis de épocas, circunstancias y experiencias, que pongan en valor el esfuerzo personal ante los desmanes individuales de quienes después de 1959 pasaron por encima de las conquistas iniciales y nunca se creyeron que todos teníamos que ser iguales, ayudando a construir nociones, estereotipos sociales y políticos, en los que los jóvenes hoy no se reconocen y que, por el contrario, identifican con la falta de opciones para alcanzar la plena inserción social y la conquista del ideal de bienestar, pero esencialmente con un racismo estructural dentro del sistema cubano.

Desparpajo es la única palabra que se me ocurre para calificar las expresiones racistas y machistas, los ataques centrados sobre Dayme, con frases que, confieso, no escuchaba desde mis lejanos años en la escuela primaria. En décadas no lejanas, este nefasto elenco se lo habría pensado mejor antes de dejar aflorar públicamente tales sentimientos y estados personales de ánimo convertidos en alardes de politiquería bien calculada.  

Estos alabarderos del odio parecen disponer de una patente de corso —y quizás los gigas necesarios— para incendiar las redes con sus ofensas. El silencio cómplice de algunos, otra forma de desparpajo, les valida su condición de «revolucionarios» y de defensores de una causa en la que, si ellos son los portaestandartes y los buenos, ni yo ni muchos queremos estar.

No obstante, en el camino del insulto gratuito y la ofensa cobarde, algo olvidaron los racistas en su premeditado accionar: informarse de quién es Dayme Arocena, de dónde salió y a dónde ha llegado, a golpe de puro esfuerzo y determinación. 

Esta muchacha de veintinueve años, no es la Ligia Elena de Rubén Blades, pero vino al mundo dotada con un talento natural que ciertamente la enseñanza artística gratuita implementada por la Revolución cubana, contribuyó a desarrollar. Brilla en un género donde, desde Cuba, nunca lo hizo una mujer, y mucho menos con el reconocimiento que ha sabido conquistar: el jazz, en su vertiente afrocubana.

Sirvan algunos hechos para revelar cómo se aprecia hoy su talento fuera de nuestro país: el suyo es uno de los pocos nombres cubanos que aparecen en el catálogo de International Music Network (IMN), la mayor y más importante agencia de management de músicos de jazz a nivel mundial; los otros son los de Chucho Valdés, Roberto Fonseca y Omara Portuondo.  

Los discos que tiene en su haber como artista principal —Nueva era (2015), One Takes (2016), Cubafonía (2017) y Sonocardiogram (2019), en los que ella es autora de la inmensa mayoría de las canciones— la han posicionado de modo creciente en el mercado internacional del jazz y la llamada world music. En particular el más reciente —Sonocardiogram— fue reconocido en los Songlines Music Awards de Reino Unido como uno de los cuatro mejores discos de todo el continente americano. 

En los últimos tres años, Dayme ha sido incluída entre los valores emergentes seleccionados por los más reputados críticos en encuesta para la revista norteamericana de jazz Down Beat, siendo la única cantante cubana en esta elección.

Su extraordinaria pieza Mambo na má figura entre las 200 mejores canciones de mujeres del siglo XXI, según la selección de la emisora pública norteamericana NPR. Esto coloca a Dayme —única cubana de la lista— de igual a igual con Amy Winehouse, Beyonce, Rihanna, Buika, Taylor Swift, Norah Jones, Ibeyi, Alicia Keys, Cardi B, Andra Day, Natalia Lafourcade, y otras implicadas en reconvertir el canon en la música popular, haciéndolo más inclusivo y diverso. 

Si Dayme ha conseguido todo esto con solo veintinueve años es una proeza imbatible ante cualquier intento de subestimación. Pero, también hay que decirlo, ese talento nato y singularmente resplandeciente en ella, fue negado, o cuando menos no percibido ni valorado, por las instituciones y empresas estatales cubanas que deciden qué músico es el que puede o no vivir de su talento o de la música que estudió.

Quien revise las entrevistas que Dayme ha concedido, podrá ampliar sobre esto en sus propias palabras. En su caso hay poco espacio para el agradecimiento irrestricto, más allá del que debe al sistema de enseñanza. Por lo general, honra a su familia inmediata, a sus padres y abuelas que siempre creyeron en su valía, la encaminaron y lucharon a brazo partido contra todo lo que pretendía cerrarle el paso hacia su mayor aspiración: cantar y ser conocida y reconocida.

Con apenas diecinueve años se unió con varias chicas, egresadas también del conservatorio Amadeo Roldán, y formó el grupo Alami, una formación femenina de jazz. Esas chicas lo único que querían era poder tocar en público. Recibieron tres evaluaciones negativas sucesivas en las audiciones obligatorias para poder hacer música como profesionales en La Habana. Eso solo reforzó su seguridad y autoestima. Racismo (2)

Daymé Arocena y Pavel Urkiza

Participaron en el concurso Jojazz, del Festival Jazz Plaza, y, como casi siempre ocurre en Cuba, vino alguien «de allende los mares», en este caso desde Canadá. La flautista y clarinetista Jane Bunnett sumó a Dayme a su grupo Spirits of Havana, y se inspiró en Alami para formar su agrupación Maqueque… con las mismas muchachas que fueron rechazadas tres veces en por la comisión evaluadora. Jane Bunnett, Dayme y Maqueque ganarían en 2015 el Premio Juno en Canadá y una nominación al Premio Grammy en 2017.

Luego, de Francia llegó el proyecto Havana Cultura, con el productor y DJ británico Gilles Peterson, quien supo apreciar en profundidad el extraordinario potencial de Dayme como cantante, compositora, arreglista y directora de su propia banda. Ella se sobrepuso a todas las dificultades y exprimió la posibilidad que solo su talento le puso delante, pasando por encima de estereotipos que aún se defienden desde la cultura oficial y de sibilinos pronósticos que pretendían minar su voluntad.

Cada tiempo nuevo necesita nuevas inspiraciones. Los héroes no son eternos, tienen fecha de caducidad. La condición que los hizo tales puede no ser idónea en tiempos que no son ya los suyos. Las batallas son otras, como también los escenarios, los compromisos y las motivaciones y ámbitos donde estos pueden surgir.

En Cuba, pocas historias son tan inspiradoras hoy como la de Dayme Arocena. Su carisma personal, sus triunfos y lo auténtico de su obra musical, que transparenta la riqueza de su cultura, la herencia de sus ancestros y la complejidad de los desafíos de su época, atraen a los de su generación, y de otras, para quienes es, sin dudas, una lideresa de opinión.  

Apelar al linchamiento mediático, intentar poner en su cuello la rodilla estranguladora del insulto racista, indigna mucho pero será inútil: a Dayme no la van a callar, tampoco a quienes la admiramos y aplaudimos. En todo caso, esa política errada de intolerancia frente al disenso servirá únicamente para que quede bien claro quiénes son y a qué aspiran los neo-racistas empoderados.

Foto: Tomas de Instagram.

Texto tomado de La Joven Cuba. Reproducido con autorización.

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