Una llamada, siempre con 99.

– ¿Usted es Jesús Gutiérrez Pérez?

– Sí, dígame.

– Somos la agencia ********** para informarle que estamos cerca de su casa, en unos minutos le vamos a llevar su combo.

– Ok, mi vida, gracias.

Yo en pleno personaje de Cenicienta, dando tremenda baldeá en mi pasillo de toda el agua que dejó el fenómeno atmosférico en la noche-madrugada, muy discreta con mi batica de casa, sin maquillaje ni ná.

Unos minutos después…

Ya casi terminando mi faena, con tremendo calor, empapada de sudor, sudor que corría por mi rostro, bajaba por el cuello y se perdía en mis senos.

– ¿Aquí vive Jesús?

– Sí, dígame.

– Es para el combo.

– Ah ya, un momento, mi vida.

Entré a la casa, busqué el carnet, abrí la reja y frente a mí, un mulato de 1.85, unos 25 años, ojos muy oscuros, barba corta muy bien hecha, cuerpo que ni te cuento, las manos, ay, las manos, los dedos, por dios.

Se quitó la mascarilla, no sé por qué.

Miró el carnet y se puso gris, me miró, volvió a mirar el carnet, así lo hizo varias veces.

– Jesús, firme aquí.

Yo firmé.

Sus ojos no se despegaban de mis senos. 

– Jesús, vamos a revisar el combo, para que puedas ver que están todos los productos.

Sus ojos todavía no podían dejar de mirar mi producto, pero ya su mirada era un poco más penetrante, como reconociendo el terreno. 

– Bueno, Jesús, espero que disfrute su combo.

– Muchas gracias, mi vida, claro que lo voy a disfrutar.

– Oye, Jesús, ¿te puedo hacer una pregunta?

– Sí, claro, dime.

– ¿Tú eres la de Los Dioses Rotos?

– Sí.

– ¡OÑOOOO, mi película favorita! Oye, ¿me puedes regalar una foto?

Nos hicimos una selfie, me pasó el brazo por arriba, no les miento, temblé.

– Ese nombre no me gusta, me siento incómodo diciéndote así. ¿Cómo te gusta que te llamen?

– Yo me llamo Kiriam.

– Ah, tú ves, así está mejor. ¿Y no te molesta cuando te llaman así?

– Claro que sí, pero ¿qué voy a hacer? Todavía no puedo cambiarlo, pero no creas, también a veces disfruto las caras de la gente cuando piensan una cosa y después…

Ya ahora se estaba poniendo colorao.

– ¿Quieres un vaso de agua o jugo de guayaba? 

– No, gracias, estoy apurado. Muchas gracias, Kiriam.

Y yo y mi palo de trapear vimos aquel dios mestizo perderse entre las escaleras. Siempre miró hacia atrás. Me queda un consuelo, creo que tiene mi número de celular.

Foto: Kiriam Gutierrez Pérez.

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