Suelen decir que desnudez no es empoderamiento, pero estar vestida tampoco lo es. 

El empoderamiento (no uso esa categoría, en este caso es solo para ilustrar) no es equivalente a vestir ropas ni a la ausencia de ellas. Está en nuestro derecho radical e intransferible de expresarnos físicamente del modo que nos parezca mejor, ya sea completamente cubiertas de ropas o completamente desnudas. 

“Ah, pero los hombres te van a hipersexualizar”. A la mierda los hombres. No se trata de ellos. No se trata de regular las agujas de mi reloj, a partir del reloj ajeno. 

La hipersexualización no tiene una relación directa con el largo de las ropas; al establecer esa asociación terminamos culpabilizando a las víctimas. Cuando se orienta a las muchachas, a las mujeres a aumentar el largo de sus ropas para que (supuestamente) eviten el asedio, se está actuando de forma perversa. El que precisa aprender sobre consentimiento es aquel que ejerce la violencia. 

Todo acceso no consentido a un cuerpo es violencia, independientemente del largo de la ropa que la persona usa, con independencia de que la foto sea sensual o no. Toda invasión a un territorio es violencia, y nuestro cuerpo es también un territorio.

La hipersexualización y la misoginia encuentran un par complementario en el racismo: es “hipersexual” un cuerpo que “no piensa”. Mientras más “cuerpo” más animal, mientras más próximo del animal más distante del ser civilizado “que piensa”. Vale reiterar, no obstante, que el binarismo es una ficción colonial. 

Nuestra mente no está en nuestra cabeza, todo nuestro cuerpo piensa. No es ninguna ofensa ser animal, ser bicho. El afecto hacia nuestros parientes no humanos desarma la trampa que la pretendida ofensa de la animalización intenta proferir. 

No hay elogio alguno en ser civilizado, mente pensante, cabeza de Dios. Exponer la desnudez del cuerpo al marido es aceptado para el pensamiento monogámico misógino, ya que el casamiento sería una especie de propiedad. Pero, así como nadie es dueño de la tierra, de las aguas, de los bichos, nadie debe ser nuestro dueño. Anticapitalismo también aplica para nuestro propio cuerpo.  

Traducción: Yarlenis Mestre

Editado para Afrocubanas. La Revista

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