En 1937 se dio en Cuba un muy intenso debate sobre reautorizar las comparsas de carnaval, que habían sido prohibidas tras la masacre racista de 1912.

Estas fueron algunas posiciones principales en ese debate:

1.- La burguesía nacional reformista (con Fernando Ortiz a la cabeza), junto a sectores mestizos, como Ramón Vasconcelos, a favor de las comparsas: “una Habana criolla, carnavalesca de verdad, no puede prescindir de las comparsas”. “La tradición no ridiculiza a nadie, las cosas son como son”. En ese discurso, aceptar las comparsas —no las congas— era una apuesta nacionalista, que “estetizaba” el folklore, y daba expresión a lo negro, a la vez que lo “pacificaba”.

2.- Sectores negros antirracistas, como el representado por Alberto Arredondo, o por marxistas, como María Luisa Sánchez, que se oponían tanto a las comparsas como a las congas. Arredondo decía: “Mientras el negro no esté en situación económica de bienestar, equiparado al blanco dentro de la nacionalidad cubana, las comparsas serán una droga. Y como droga al fin, sólo se entregará a ella una minoría.” En el discurso de marxistas, como María Luisa Sánchez, las comparsas eran “la droga, el opio del pueblo descubierto otra vez”. Otros marxistas antirracistas, como Angel Cesar Pinto Albiol defendieron las comparsas, pero no las congas. Esta posición criticaba, más allá de sus diferencias internas, la folklorización, el esteticismo y la mercantilización de la cultura negra a través de la comparsas, y, en algunos casos, también el despliegue de lo que consideraban la “baja cultura” negra, a través de las congas.

La distinción entre “conga” y “comparsa” fue clave en ese debate. En esa fecha, los “arrollaos” congueros, indisciplinados y espontáneos, eran percibidos como la emergencia negro/plebeya que, por incontrolada, era necesario contener.

Algo bien distinto eran las comparsas. Era la expresión “estilizada” que aceptaba lo negro, pero siempre que quedase “bajo control”. La conga expresaba la resistencia cultural de modo mucho más transparente que las comparsas, en tanto estas eran expresiones sociales más susceptibles de ser cooptadas.

Ambas son expresiones legítimas, pero no son lo mismo. Sus diferencias, y sus corolarios políticos, deben comprenderse a fondo como expresiones relacionadas, a la vez que distintas, de la cultura popular.

La cultura popular es también una forma de manifestarse la política popular. Rebajarla al “choteo”, a “que el cubano se ríe de todo”, es gracioso y “folklórico,” pero malinterpreta el concepto de cultura que no es, en este caso, “cantar, bailar y reír”, sino una forma de socializar una agencia social.

La conga es metáfora cultural, cubana, de autoorganización popular. Es cultura, política e historia cubana. Es memoria cubana: Uno de los que cantan aparece vestido de pirata, con collares, marca de memoria del “proletariado atlántico” descrito por Marcus Rediker, que tuvo en Santiago de Cuba una de sus zonas de tránsito en el Caribe.

La conga no es puesta en escena ni es opio del pueblo. Es pueblo cubano dándose voz a sí mismo. Si no, óigase esta conga, que parece relativamente reciente (las personas cantan sin “nasobuco”, o mascarilla) en Santiago de Cuba:

“Ya no me dan carne de res/ ni de primera ni segunda/ el café me lo dan liga’o/ la multipropósito perdió la junta”..”Me quitaron el jabón de baño/ hay que lavar con el detergente/ me quitaron una libra de azúcar/ y liberaron la pata e ‘diente…””Ya no existen los reyes magos/ desaparecieron los juguete/ los niños están embarca’os/ a los siete años les quitan la leche”…

Video tomado de las redes sociales

Foto: Roberto Loo Vázquez

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