“La Santa Bárbara que se adora en la Iglesia es Changó vestido de mujer”, recogería Lydia Cabrera en su texto El Monte, epítome del sincretismo entre el culto al oricha yorubá que pugnaba por su supervivencia, y un catolicismo español hegemónico y aculturativo. La analogía del oricha con la virgen mártir de Nicomedia, patrona de la artillería y la minería, dicotomía de género mediante, fue de fácil asociación no solo por los símbolos que la representan: espada, rayo y manto rojo, o por considerarse protectora contra los daños del temporal, los rayos y centellas, sino también por cierto mito yorubá recogido en la literatura del Ifá cubano en el que Changó, oricha yorubá de la virilidad, de los rayos y truenos, escapa de sus enemigos travestido con los trajes de una de sus esposas: Oyá Yansá.
En el artículo “Ídolo brujo, Santa Bárbara”, publicado en la revista Cuba en la memoria, D. Jácome arroja otras luces sobre la relación Santa Bárbara-Changó, cuestionada por los detractores del sincretismo de todos los tiempos y no por los criollos y africanos del siglo XIX, época en que eran eje de crítica los varones que asumían roles y atributos dispuestos culturalmente como femeninos. Los considerados homosexuales eran mofados y caricaturizados, y como recoge Lydia Cabreras: “castigados por un orisha tan varonil y mujeriego como Changó, que repudia este vicio. (…) la proporción de pederastas en Ocha (…) parece ser tan numerosa, que es motivo continuo de indignación para los viejos santeros y devotos”. Tal perspectiva heteronormativa fundacional de la Regla de Ocha o Santería hoy se ha ido superando en las relaciones de género, en los roles rituales y en los criterios de iniciación y filiación religiosa oricha-hijo(a); Changó no discrimina ni por sexo, identidad de género u orientación sexual.
Jácome enfoca su análisis de Santa Bárbara-Changó en otro aspecto: el instrumento de poder de Changó, el Oche o hacha bipenne, considerada una divinidad menor. Esta era utilizada por las mujeres de las antiguas sociedades matriarcales que se desarrollaron más allá de la península de Anatolia. También fue símbolo de las Amazonas, y en África se identificaba como un arma femenina.
“En los altares de Oyó (Nigeria) el Oshe de Shangó es una figura tallada de una mujer que sostiene en sus manos una ofrenda y tiene un hacha de doble hoja que sobresale de su cabeza ―relata Jácome. (…) Si analizamos el simbolismo relacionado que hay entre Santa Bárbara y el Oshe de Shangó africano podemos suponer la razón por la que fue representada con apariencia femenina, ya que es posible que no fuera a Shangó a quien identificaran con la imagen de Santa Bárbara, sino que podría tratarse de su Oshe, que era atributo común en sus altares africanos. Recordemos que a fines del siglo XIX aún quedaban en Cuba, esclavizados que eran oriundos de África y mantenían las creencias y referencias de su origen. Con el transcurso del tiempo y a medida que los esclavizados se convirtieron en criollos, fueron perdiendo la asociación de Santa Bárbara con la figura femenina del Oshe africano y entonces se transformaría en el Shangó masculino que conocemos. Shangó es poderoso y las características que construyen su masculinidad se dan a través del honor que se gesta adquiriendo el respeto de todos y si se pierde, entonces se pierde hombría, y no sería reconocido como hombre con poder”.
Al respecto, la antropóloga Natalia Bolívar apunta en el documental Una sonrisa para el tambor (Proyecto Palomas, 2009): “Changó está representado en todas las figuras que llevan las mujeres (en África) en la mano, por una mujer agarrándose los senos como la maternidad con el Oshe de Changó arriba de la cabeza. Es la representación de la falta que tiene Changó de no procrear. Puede ser el padre, pero no puede parir. Entonces lo utiliza en esa representación de la mujer (en el Oshe) y del hombre guerrero, (…) pero tiene que tener la representación femenina”.
Changó, Shangó, Xangó, el Kabo, o el Señor de la guayabera, como le llaman muchos de sus adeptos, es un oricha mayor que goza de gran popularidad en la Regla de Ocha, de la que es su rey. Es divinidad también de la guerra, los tambores sagrados batá, la música y la belleza viril. Representa todas las virtudes y defectos concentrados en una persona: trabajador, valiente, buen amigo, adivino, curandero, pero también mentiroso, mujeriego, pendenciero, jactancioso y jugador. Es el fiscal, está presente en todas las iniciaciones de la Santería en la representación simbólica del racimo de plátanos que cuelga de uno de los laterales del trono, dentro de la habitación sagrada. Patrono de los guerreros y tempestades, es el padre de los Ibeyes. Sus collares son rojo y blanco alternos. Su altar natural está en la palma real adonde generalmente se le depositan ofrendas. Entre sus esposas se encuentran Ochún, Obba y Oya Yansá. Changó es hijo de Yemmu y de Obatalá, y hermano de Elegguá, Oggun y Orunmila. Algunos lo consideran hijo de Aggayu.
Según la creencia popular, sus hijos son voluntariosos, enérgicos, de desmedida inteligencia, altivos y conscientes de su valor. Toleran las discrepancias con dificultad y son dados a violentos accesos de cólera. Pendencieros, fiesteros y libertinos, son verdaderos espejos del machismo.
En la Santería, las identidades sexo/genéricas están permeadas por procesos de construcción y apropiación de conductas sobrenaturales ligadas específicamente a los orichas, como productores de performances primigenios que condicionan la realidad socio-religiosa de hombres y mujeres, visible fundamentalmente en los arquetipos de conducta de cada oricha y que son, en la mayoría de los casos, reproducidos por sus hijos iniciados o no. Entre estos arquetipos, los más reproducidos son los de Changó y Ochún. Todas las personas construyen imaginarios sobre la masculinidad y feminidad que alcanzan lo religioso. Según Marta Lamas, el sujeto social es producido por las representaciones simbólicas y el orden representacional constituye ideológicamente la esencialización de la feminidad y de la masculinidad, por lo que los tabúes en cuanto al género, establecidos en la Regla de Ocha, pasan más por cuestiones morales sustentadas por lo divino reinterpretado.
Foto: Elena Martínez