Esta frase me la dijo una feminista negra, activista, amiga, vilipendiada hasta el cansancio en las redes y fuera de ellas, las miles de veces que ha confrontado al sistema cis-heteropatriarcal y racista. La misma traduce un poco de nuestro cansancio. Yo no sé si sea capaz de expresar nítidamente la sensación que producen en nosotras (mujeres negras) las reiteradas respuestas de personas blancas cada vez que tratamos del racismo con el que lidiamos. Son reacciones estereotipadas, que solo difieren en el tono en el que se presentan, a veces más asustadoras, otras menos, pero siempre, en el mismo molde defensivo-reactivo-hostil, de persona blanca que se siente injustamente atacada, irrespetada, profundamente ofendida por las cuestiones que colocamos sobre el racismo y el modo en que lo hacemos.  

El racismo se alimenta del descrédito. Y el descrédito desgasta. Todas las veces que intenté apuntar a otrxs actitudes racistas, se instauró la duda, el descrédito, la revictimización (¡¡¡¡tú también discriminas!!!! una tentativa de simetría de opresiones que es ilógica y perversa) y hasta la punición. Y no es que yo haya lidiado siempre tranquilamente con el racismo. No es que yo no haya querido imponer “mi verdad”, de tan obvia que es para mí. Si la trato de imponer es porque ella es continuamente sometida a descrédito, sospecha y a la contra-argumentación de “voces autorizadas”: ya sabemos, voces blancas y hasta feministas. Y no es que yo misma no haya desvalorizado ciertos cuerpos, pero de ahí a tener poder estructural para revertir posiciones de privilegio hay un abismo. Tampoco me sustraigo del ejercicio crítico y honesto de repensarme, ofrecer disculpas cuando sea necesario y avanzar. Ninguna de mis agresiones y discriminaciones (sí, yo también he discriminado, a veces para sentirme menos mal con quien me dejó en la mierda, a veces no) cambia situaciones estructurales de privilegios blancos y de clase, por citar apenas algunos de ellos.

Dicho sea de paso, es verdad que no siempre tratamos el racismo siendo pedagógicas o didácticas. Es imposible actuar como pedagoga cuando se está lidiando con un tema nos mueve nuestros pilares básicos existenciales, nos trae a la conciencia lo jodido que es existir como negra en un país racista. Existir 365 días del año en un país racista. Una condición que hace que todos los días una tenga que repetirse que una vale, una es legítima, una puede ser amada con dignidad, una es más que un culo, una es un ser humano. Es una lucha interna en favor de nuestra autovaloración, una autovaloración que en principio es sustraída por el racismo. Es preciso inventar estrategias todos-los-días-del-mundo-mundial. Además de hacer todo el resto de lo que exigen nuestras responsabilidades.

No me vengan con la falacia de la simetría de opresiones o la política de “yo también sufro”. Sí, el sufrimiento es inherente al ser humano, pero ustedes no sufren racismo. Basta ya. Prueben ustedes a ser evangelios vivos como José de la Luz y Caballero con un asunto que les remueva el núcleo de sus existencias. Prueben, y después me dicen.

No dejen de leer, si pueden, un texto de Djamila Ribeiro, filósofa y feminista brasileña, en el que aborda el asunto. El título del texto es: “Hablar de racismo inverso es como creer en unicornios” y aparece en su libro Quem tem medo do Feminismo Negro? Eso me lo enseñan a diario las feministas negras, tan lúcidas ellas.

Hoy admito que el camino del debate en las redes o a nivel individual es muchas veces desgastante psíquicamente. Lo que menos hay es debate. Nadie gana absolutamente nada. ¿No es confortable para lxs que son apuntadxs como racistas? Entonces imagine por un solo instante para quienes tenemos que lidiar con el racismo que nos estructuró, que se actualiza en forma de fetichización “positiva” y con los egos lastimados de quien no se quiere ver en ese lugar. El colonizador que habita en muchxs no quiere (re)conocerse. Reconocer su racismo es demasiado pedir para sus egos coloniales, para sus múltiples posiciones de privilegio. Es mejor, mucho mejor proyectar la culpa en (nos)otras y punir, siempre punir. Construir a la feminista negra como conflictiva es fácil. Esa es una manera óptima de seguir alimentando esa estructura racista, sexista, machista. Y todavía hay quien duda de la necesidad de una Ley contra la Violencia de Género en Cuba. Yo no deposito todas mis esperanzas en una Ley, porque creo que, junto con ella, cada unx de nosotres tiene que tener el coraje suficiente de hacer el ejercicio de (re)conocerse: yo misma, las mujeres blancas que se colocan como voces autorizadas silenciando a mujeres negras, los machos punitivistas, las feministas que antes de practicar la sororidad, optan por los pactos narcisistas con los machos y otras privilegiadas. Nada de eso lo va a cubrir una Ley. Cada unx tiene que hacer su trabajo.  

Foto: Gift Habeshaw 

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Yarlenis Mestre Malfrán

Académica. Licenciada en Psicología Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, 1999. Máster en Intervención Comunitaria, Centro Nacional de Educación Sexual, La Habana, 2004. Doctora en Estudios Interdisciplinares en Ciencias Humanas, Universidad Federal de Santa Catarina, Florianópolis, Brasil, 2021.