Soy una mujer muy capaz. Soy madre, abuela, hermana, tía, sobrina, amiga, colega y mucho más. Tengo dos hijos. Mi hija Ángela tiene 31 años y tiene un varoncito (Jorge) de 10 años. Como abuela, entenderás que lo amo con mi vida. Y mi hijo Ray (Osaure) tiene 28 años y aún no tiene hijos. Diría que soy “regia”, dispuesta y me educo sobre temas que no sé o quisiera saber más, especialmente  sobre las injusticias raciales. Soy maestra de segundo grado. Me alegra ver a mis estudiantes, enseñarles y aprender de ellos.

Yo cuido mucho mi energía, no la brindo fácil. Siempre he participado en algún tipo de deportes, me alimento saludablemente pero sin privarme de mis buenos antojos. Hace año y medio empecé a practicar yoga. Hasta mi apartamento ha cambiado. Estupenda decisión, por cierto. También hago pesas para mantener mi salud mental. No salgo mucho y menos en estos tiempos.                    

Vine de Cuba en mayo de 1980 durante el Mariel, con apenas 8 años. Mi mamá, Ana Lourdes (EPD), vino con cuatro niños: mi hermano Julio, de once años; mi hermana Sandra, con nueve años, yo con ocho y mi tía Tessy, su hermanita, de 14 años. Nuestra familia nos reclamó y fuimos para Newark, en el estado de New Jersey, allí nació la “americana” de la familia, mi hermanita Reyna.

Unos años después mis familiares tomaron la decisión de venir a Miami con la esperanza de tener un mejor porvenir. Y aquí me quedé. Este 4 de junio cumplo mis 49 años.

A mí me enseñaron cómo ser cubana pero no a ser negra. Y de ahí nació mi inmenso deseo de saber más de mis raíces, mis ancestros, de dónde vengo, etc. Al hacerlo, abrí la caja de Pandora. Una gran cantidad de información que nunca llegué a imaginar. Me sentí como una  traidora. Yo tenía conocimiento sobre los cubanos pero no sobre los afrocubanos. Tantas personas afrocubanas me han ayudado sin ni quisiera saberlo.

Miami es esencialmente racista, lamentablemente, porque proviene mayoritariamente de los mismos cubanos. Chistes desagradables que estamos programados para aceptar porque estamos entre cubanos. En Miami, siendo una persona negra, como que no aceptan que vivas en ciertas áreas. Te miran y te tratan como si fueras extraterrestre. No perteneces. Frecuentemente personas de origen cubano me dicen “ah, pero ya tú no eres cubana” -en alusión al tiempo que llevo en Estados Unidos- y otras negras como, de cualquier país, me han dicho que soy una negra diferente porque soy cubana. Muchos tienen una noción de mí que, según ellos, yo debería tirar más hacia mi hispanidad y menos hacia mi negritud. Atrevidos que son. Yo sé elegir, y si tengo que hacerlo, siempre voy por mi negritud.   

Tengo un hijo y un nieto negro. Ser negro es ser culpable a priori, sin hechos. Escala rápido. La única razón por lo cual sabemos de más casos es por nuestras cámaras móviles y por las redes. Tanta injusticia. Ser negro es pasar más trabajo en el mundo. 

Nunca más he vuelto a Cuba. Mi hija y nieto sí han visitado la isla. Quisiera volver con mis hijos y mi nieto, visitar mi memorias de niña y el barrio donde vivía. Pero tengo  miedo.

Foto: Cortesía de Miladys Sánchez