¿No es Martí suficiente vacuna contra esos venenos ambientales?”
Cintio Vitier. Martí en la hora actual de Cuba (1994)

Nadie espera que la próxima vacuna nos inmunice de todas las cepas y secuelas del Covid-19. En simple analogía, pregunto ¿por qué no sanear el ambiente político cubano con más asertividad ante los conflictos que estallaron en noviembre? El Movimiento San Isidro y su radicalización anuncian soluciones kamikaze en un callejón sin salida. La máxima martiana “Gobernar es prever” exige encontrar soluciones dignas para actores y espectadores de un hecho que urge revisar, desde el punto cero de esta escalada hasta el punto de no-retorno que convierte al MSI en antagonista de un drama sin catarsis ni anagnórisis entre los marcos políticos o constitucionales rebasados por demandas y diálogos culturales.

Los tiempos de pandemia desatan discursos de odio, recuperan dogmas y dinamitan puentes, mientras redefinen fronteras políticas, y escasean análisis críticos y autocríticos que ofrezcan salidas ante asuntos irresueltos. Estos últimos siguen generando controversias y reacciones institucionales, mediáticas y ciudadanas marcadas por posiciones de fuerza. Se necesita voluntad de resolución para esclarecer dichas acciones y atenuar la polarización del conflicto, sus gestos de violencia y las acciones extremas que se suceden en un país también fragilizado por la escasez de alimentos y otras tensiones. Para interpretar la coyuntura del MSI, sus acciones y reacciones, debe evitarse toda simplificación e intentar un análisis del contexto que produjo esta situación-límite. Hablo de un esfuerzo pragmático que trascienda la rabia provocada al blindaje institucional y reduzca acusaciones mutuas, en una ecuación política sin antecedentes ni términos de contención.

El MSI asume un antirracismo contestatario, quizás el más ríspido y menos abordado por el discurso crítico cubano del siglo XXI. 

Se trata de un racismo descarnado, desentendido de las terminologías y poses académicas con que tratamos el conflicto, sin compartir o entender la crudeza del testimonio de vidas en espacios de marginalización social (pobreza, criminalización, desempleo, prostitución, adicciones) incómodos a los programas institucionales (educativos, sanitarios, laborales), donde la indiferencia y el rechazo son mutuos. Allí confluye una alta población negra y mestiza, junto a nuestros blancos marginalizados de la Cuevita, El Condado o Altamira; barrios periféricos o céntricos, capitalinos o de provincia; espacios de sobrevida o de tránsito para nuestra migración interna; una realidad que deja ver Canción de barrio, documental de Alejandro Ramírez sobre las giras de Silvio Rodríguez por la Cuba profunda.

Al inicio, las demandas del MSI no eran raciales, sino artísticas e ideológicas, pero en su devenir comunitario fue inevitable la racialización de sus presupuestos tras intervenciones comunitarias desde las artes (poesía, artes visuales, hip-hop, performance, arte político). Los miembros del MSI provienen de proyectos culturales y experiencias comunitarias que llegan al barrio San Isidro tras cuestionables tratamientos institucionales a los festivales de Rotilla y Puños Arriba, a colectivos como Omni Zona Franca y otros conflictos que lanzaron a sus miembros al ostracismo. Cuando logran nuclearse en San Isidro, recuperan su legitimidad desde una dinámica comunitaria muy activa, a través de acciones socioculturales, lo cual definió una plataforma de alta expresividad crítica, más allá del barrio.

El Decreto 349, mecanismo institucional conservador, rechazado desde su aparición el 20 de abril de 2018, aprobado sin previa discusión con los artistas, llegó en medio de un contexto cultural crispado desde el cual siguen migrando (dentro o fuera de la isla) jóvenes actores sociales en busca de realización cultural y libertades que tal decreto escamotea. Para los miembros del MSI el decreto de 2018 significó otro muro de exclusión, condenándoles a una ilegalidad que, no solo ellos, se negaron a aceptar. Así, articularon sus acciones públicas contra dicho recurso hasta que el 12 de diciembre de 2018, tras una procesión desde la Avenida del Puerto hasta La Punta, llevando en sus hombros a la Virgen del Cobre, leen frente al mar el “Manifiesto de San Isidro”, documento de diez puntos que los declara un movimiento, a la vez que les conecta con demandas de otros grupos del campo cultural.

Con la Virgen del Cobre, patrona de Cuba, proponen una ritualización popular, más allá de lo religioso, que incorpora una demanda: ser escuchados e incluidos; un deseo colectivo desde el movimiento SIN349, anterior al MSI, que logró solidaridades y alianzas diversas en el campo cultural. Desde su sede en la calle Damas, del barrio San Isidro, el MSI inserta sus demandas en una horizontalidad contrastante con el lenguaje vertical de las instituciones culturales, cuya visión del trabajo comunitario no suele incluir demandas políticas ni reflexionar sobre la cultura popular como espacio de emergencia crítica donde laten muchas carencias materiales e ideológicas. La entrada del artivismo al barrio ¿lo activó en función de sus carencias y potencialidad sociocultural? ¿Lo colonizó en función de agendas culturales ajenas a los códigos de cualquier barrio marginalizado? La respuesta nos lleva al condicionamiento ético y la capacidad crítica con que algunos artistas asumen realidades controversiales, como vemos en intervenciones precedentes de Tania Bruguera, René Francisco Rodríguez o Kcho, que se abren a la crítica o afirmación políticas. 

En este punto me pregunto si la despolitización del discurso cultural, la criminalización del disenso y la sublimación del mercado que hoy padecemos, operan como solución temporal o estrategia para la nueva época. (No olvido cómo fue disuelto el movimiento hip hop cubano a principios de este siglo, derivando una parte de él hacia ese rap contestatario que el MSI también acoge). La hipocresía de tal estrategia planificó manipular el reguetón para apagar el discurso crítico y antirracista del rap. Luego, sorprende la despiadada coincidencia crítica de los discursos mediáticos de Miami y La Habana contra el reguetón, aprovechando sus audiencias y ganancias. ¿Por qué usar tácticas similares ante procesos de la cultura popular de protagonismo negro? La respuesta revela la complicidad con que burócratas y extremistas políticos de ambas orillas manipulan lo popular y lo racial, convirtiendo a dichos artistas en subalternos de agendas excluyentes. (No oculto que estos músicos, a veces, evaden su responsabilidad sobre lo que representan y subestiman la carga racial e identitaria que define su trabajo artístico frente las audiencias).

El MSI plantea una disputa en el espacio político de resultados predecibles, si se juzga su fragilidad por la asimetría de las fuerzas que lo acosan en sentidos políticos diferentes. Pero también hay un reclamo de justicia social desoído y una reafirmación de su legitimidad cultural, inútilmente regateada. El MSI, además, expresa una rabia apenas encauzada con organicidad o pragmatismo, emplazada desde fuertes experiencias críticas, tras una historia de rechazos y carencias reales. Tasan sus cuerpos como discurso y defensa propios, a la vez que se convierten en rehenes de la polaridad izquierda-derecha, dentro-fuera, Cuba-Estados Unidos. Ese detalle define el curso de la confrontación: sin tal conciencia no podrán salvarse de esa trampa que les aprieta entre el lado que estimula su disenso y el lado que les cerró la puerta en la cara.

Muchos de los comentarios y críticas sobre el MSI, en su intención de rechazarles o acogerles dentro de ciertas agendas políticas, lo que más critican es su retórica anexionista y su escasa construcción de una agenda nacionalista propia. Aunque quizás esta no sea la intención primigenia, su ciega temeridad política les inserta en el esfuerzo sofisticado con que Estados Unidos convierte cualquier malestar o vacío político dentro de Cuba en posibilidad de sumar adeptos; esta vez por una vía de violencia justificada en su razón primaria, descuidada en el fondo de la arrogancia institucional (que no reconocerá su error estratégico) y alentada por fuerzas diversas que esperan del MSI mayor riesgo del que ellas mismas están dispuestas a correr. Esta conjunción ¿obliga irreversiblemente al MSI a cumplir una tarea desmedida para sus fuerzas y posibilidades reales? La respuesta debe ser evaluada con mayor realismo por todas las partes involucradas en este conflicto. 

Con el MSI la cuestión racial entra al más reciente debate político por la puerta no esperada, pues su reacción desconoce el debate que organizaciones antirracistas abrieron, durante los últimos veinticinco años, en circuitos intelectuales y académicos, sin desbordarse hacia otros espacios, grupos y generaciones; siempre dentro del marco institucional, con cierta constricción mediática, tras negociaciones marcadas por la verticalidad de dicha institucionalidad (cultural, gubernamental y política). El nuevo debate desborda toda frontera (cultural, académica e institucional) para centrarse, con gran manejo mediático, en el espacio de los derechos humanos y en la crítica sistémica a la Revolución, contrario a la esperanza del debate anterior en ser incorporado a una voluntad política que completara el esfuerzo emancipatorio de 1959. El actual debate rechaza la lógica de un discurso vertical y sus reglas institucionales; parte de acusaciones y denuncias de problemáticas raciales desde un emplazamiento político cada vez más radical, cercano a (o parte de) el proyecto subversivo de Estados Unidos contra Cuba, lo cual no quita legitimidad a muchas de sus críticas, que suelen coincidir con las del viejo debate, a pesar de sustanciales diferencias entrambos.

La campaña mediática gubernamental contra el MSI comenzó con un tratamiento diferenciado entre el Movimiento San Isidro (de mayoría negra y asentado en un barrio pobre) y el Movimiento 27 de Noviembre (de mayoría blanca, generado en el barrio residencial del Vedado) y, aun declarando su matriz común, se insiste en desvincular ambos fenómenos. No digo que lo racial sea el dato más significativo, pero la visualidad de la televisión aprovechó más los videos y fotos de San Isidro que los del 27 de Noviembre, quienes lograron una cobertura permanente en redes sociales. Luego, se producen una manifestación en el Parque Trillo, convocada por organizaciones juveniles que, sorprendentemente, incorporó a su estrategia comunicacional el debate racial y juicios antirracistas en la voz y rostro de varios oradores, junto a otros discursos antidiscriminatorios, igualmente novedosos en este tipo de eventos referidos al género, la diversidad sexual, etc.

Vimos crecer la racialización en la medida que las diferencias políticas asumían términos extremos. Se rompe aquel axioma donde la Revolución subordina la conducta política de los negros al agradecimiento de estos al proceso, sin fortalecer su identidad racial y dejar que sus aportes sean más reconocidos que su agradecimiento. La identidad racial es una identidad política en sí misma, si halla el modo de afirmarse como tal, rebasando todo esencialismo y victimización, para reconocerse críticamente ante la opción histórica y política (izquierda, derecha) como sucedió a otras identidades (clase, género, etc.). La escasa disquisición sobre la subjetividad racial entre nosotros genera visiones superficiales o equívocas sobre estos procesos ideológicos donde lo racial explica y define más de una elección.

Otro modo de leer este conflicto es asumiendo al maltratado antirracismo cubano como un campo político heterogéneo. Su pluralidad, antes silenciada e impensable, ahora nos coloca frente a los diversos modos de ser antirracista en Cuba que están redefiniendo los marcos de la política. Sus tendencias apuntan a blancos ideológicos que enuncian diversas respuestas. Primero, la presencia de un antirracismo independentista de larga data, recuperado en los noventa a través del activismo que, con cierta resistencia, coloca el tema en la agenda nacional. Otro antirracismo, recién y públicamente asumido por el gobierno, cuyos voceros aparecen frecuentemente en televisión. Un tercer antirracismo al cual el MSI se acerca o renueva, conectado al antirracismo opositor creado a finales de los años ochenta por varios líderes negros. Y, más recientemente, un antirracismo de derecha, activado en espacios digitales y televisivos de la Florida, que incorpora el racismo insular cuasi como novedad en los discursos políticos miamense y cubanoamericano. 

Lo racial se instrumentalizó velozmente, subordinado a la crítica subversiva de estos discursos que ahora amplían su base demográfica racializando el conflicto. Y logran algo perverso: subvertir la ecuación racial estadunidense, contraponiéndola a la extrema discreción con que la política cubana manejó lo racial, particularmente durante la visita de Obama. Aprovechando la cautela estatal cubana, desplazan el debate antirracista hacia el escenario mediático de Miami, campo de batalla que despliega con sagacidad, tácticas de corto y mediano plazos, incluyendo la rápida apropiación de un discurso antidiscriminatorio que brilló por su ausencia en la era Trump. Cualquier lectura liberal afroamericana puede sumar acríticamente esta argucia política a su mirada sobre la situación racial en la isla. 

El mercado mediático decide la carrera de estrellas nacientes en la industria cultural. En Miami se rige por la política cubanoamericana que otorga promesas y presupuestos a la confrontación con el gobierno cubano. Desde este lado, vemos familias cubanas rechazar la imagen en televisión de Luis Manuel Otero manoseando la bandera, del joven rapero Dennis Solís en una descarga pro-Trump con la que aspira a detener un policía en la puerta de su casa, y las fotos de Maykel Osorbo con la boca cocida con alambre. Del otro lado, gracias a Etecsa, vimos el promocionado video de Patria y Vida, que convierte a Gente de Zona, Yotuel y Descemer Bueno en héroes mediáticos señalando el camino a El Micha, Yulien Oviedo, Aldo, Silvito el Libre y otros músicos conocidos dentro de la isla, buscando espacio en el mercado cultural de una ciudad históricamente racista que ofrece a los negros cubanos una percepción de armonía racial y, a estos artistas, una oportunidad –condicionada sí, pero posible– de ubicarse en el mercado del espectáculo de Miami, pese a la hostilidad que allí sufren negros estadunidenses y caribeños.

Una guerra de símbolos desplegada en medio de la pandemia arrojó diálogos por la ventana del odio. Acción y reacción continuas de una batalla predecible de ambos lados, aunque indica el despliegue cualitativo desde Miami, apoyado por un patrocinio diverso. De este lado, poca iniciativa y reiteración de fórmulas, sin incorporar actores antirracistas ni aceptar una izquierda crítica, deseosa de entrar en contienda, pero temerosa y desentrenada. Estrategia mediática que suele obviar la nueva Constitución y desempolva tácticas del pavonato, el aldanato y sus secuelas. Difícil articular una estrategia mediática abierta a un discurso antirracista renovado –ahora con apoyo gubernamental– con ideas e imágenes dignificadoras de la participación de la población negra en una batalla que rebase la demanda racial y muestre el esfuerzo cubano por una sociedad con todos y para el bien de todos.

La intelectualidad negra y de raíz popular en Cuba ¿podrá evaluar, desde su propia experiencia de vida, el vínculo que nos une o separa de esta experiencia? ¿Sabrá recuperar el significado político de lo racial y separarlo de su manipulación? ¿Tiene sentido acompañar o rechazar al MSI sin más operaciones críticas a su empeño sociopolítico y las consecuencias futuras? Si convertimos angustia existencial en angustia política, ¿no estaremos reprimiendo nuestros deseos de sujetos revolucionarios, ciegos y temerosos, cual avestruces que niegan la belleza de las luchas por llegar? ¿No debiéramos convertir la subalternidad en insurgencia y creación colectiva? ¿Transformar la rabia política en participación crítica y responsable? ¿Interrogar al país que viene?

Urge desarmar este malestar que secuestra las fuerzas de nuestra herencia cimarrona, rompiendo el triangulo oscuro que rebaja el sueño libertario apretándolo por sus tres lados: la molestia de la discriminación racial en sí misma, la del mal uso político de lo racial y la de un racismo latente, también político y anti-popular, que se esconde tras la corrección, los new business y la protección de la propiedad privada de las nuevas clases. Ningún debate racial es sobre el color de la piel, sino sobre cómo el poder excluye o incorpora a un grupo racial, reconoce sus prácticas como parte natural de la dinámica social y comparte sus significados políticos en la redistribución social y económica. Si la conciencia racial configura acciones colectivas en esta nueva época, dicha conciencia debe ser compartida no solo entre personas negras, sino activarse más allá, en la dignificación y justicia para todos. Los nuevos códigos raciales se insertaron en la guerra cultural y habrá que incorporarlos, apropiándolos como herramienta crítica emancipatoria u opción política, ¿por qué no?

El peso de la negación del racismo durante el socialismo cubano cae sobre la cabeza de sus negadores. Ellos crearon un conflicto más, allí donde pudimos construir respeto, autocrítica y emancipación social, más allá del color de la piel, la religión y la ideología. El conflicto, ocultado por un pensamiento conservador, ahora lo comparten extremistas de izquierda y derecha, viejas y nuevas clases pudientes a uno y otro lado de la cubanidad. El tema abandonado se convirtió en botín de guerra y caballo de Troya en la escala vernácula (La Habana-Miami) del diferendo Cuba-USA.

¿Cuál es el costo de canalizar la temeridad con que el MSI resiste a una maquinaria institucional que le empuja hacia un límite o abismo políticamente irreversible y peligroso para sus miembros? ¿Es infinita la resiliencia de sus mujeres? ¿Qué reservas políticas y cívicas respaldan esas demandas que crecen, renovando o agotando las fuerzas que les singularizan? ¿Quién contabiliza los acercamientos o rechazos de la institucionalidad ante los reclamos del MSI? ¿Hay actores, organizaciones, espacios dispuestos a conciliar? ¿Cuáles recursos de la mediación de conflictos se esgrimen? ¿El gobierno desecha o replantea el rol del MSI como parte de la subversión contra Cuba? ¿Cómo se entiende el fenómeno dentro de la ley cubana, el derecho internacional o en el marco de los derechos humanos? ¿Hay salida humanitaria o política? ¿Seguimos observando el MSI sin preguntarle, ofrecerle tregua, razón o ultimátum?

Pensemos un poco barrioadentro: el popular barrio San Isidro, ¿seguirá olvidado tras esta pulsión de fuerzas? Posiblemente no. El estigma de este evento no acabará la alegría y resistencia de su cultura popular, pero sí podría confundir o seguir aplazando aquel sueño de mejoramiento humanopensado por uno de sus mejores vecinos: José Martí, nacido en la calle Paula, hoy Leonor Pérez. El conflicto debe abrirse a una solución para el destino del barrio y de su gente, con una nueva manera de diseñar y asumir políticas desde la cultura que incluyan aquellas demandas de los involucrados respaldadas por la Constitución. Así, estos no tendrán que renunciar a grandes tareas y habrá lugar para ello. Nadie me lo ha preguntado; mas, por encima de cualquier ingenuidad y escepticismo, aquí está mi propuesta:

Convertir al Movimiento San Isidro en Centro socio-cultural barrial, gobernado por una junta de artistas, activistas y profesionales vecinos que gestionen con carácter cooperativo la transformación integral del barrio; donde se priorice la reparación y construcción de viviendas, se generen empleos, se replantee la función y el alcance de sus instituciones, se abra un museo sobre la historia del barrio y del negro en Cuba, convocando a economistas, historiadores, arquitectos y artistas al trabajo comunitario descolonizador; es decir, que reconozca las identidades, capacidades y necesidades del barrio. Sería un importante laboratorio social y un reto al manejo diferenciado que necesita la ciudad, patrocinado por instituciones públicas y privadas, pero de cierta manera, distinto a la monumentalidad y selectividad de los proyectos de la Oficina del Historiador. Para empezar, es poco, pero habrá otras proposiciones. 

Vivimos una fragmentación del pensamiento crítico insular que no corresponde a su diversidad y crecimiento en las últimas décadas, ni al aprovechamiento público de su potencial emancipador (siempre crítico, por supuesto, pero también propositivo). Huérfano de reconocimientos, dicho pensamiento trata de ser ejercicio útil y responsable ante la sociedad, de participar en auténticos debates sobre los peligros internos y externos, así como en la construcción de los nuevos escenarios que comprometen el futuro de la nación. Hoy es el MSI, pero mañana otra problemática difícil demandará que estemos más dispuestos a involucrarnos en propuestas y conflictos que, más allá de la rabia, nos pertenecen.

En Cayo Hueso, Centro Habana, Abril y 2021 

Foto: Nick Karvounis

Texto editado para Afrocubanas. La Revista con autorización de su autor. Versión del artículo parecido en Sin permiso.