Pareciera que el mito de que las personas negras resistimos a todo, que somos una “raza” fuerte, silvestre, aguantadora, continúa resistiendo los embates del tiempo. Claro, es el racismo de nuevo tipo. Nacimos para aguantar, dicen. Han sobrevivido a todo, son inextinguibles, por eso trajeron negros de África porque sí soportaban todo; por eso los “indios” se exterminaron, porque eran débiles, repiten. ¿Sí han escuchado estas verdades como piedras? Pues es racismo puro y duro.

No hay ocasión en la que me pregunten, entre risas, por qué me aplico protector solar cuando estoy en la playa. “Los negros no necesitan eso”. Y continúan con sus caras de confusión, asombro y burla.

Si fuera por la educación colonizadora no necesitáramos ni dignidad; mejor así, en silencio y sin denunciar los racismos encubiertos.

Negros y negras necesitamos todo. Protector solar, cremas humectantes, cosméticos, productos para el cabello, por supuesto que sí.

Tendría nueve o diez años cuando me comenzaron a salir unas manchas amarillentas en la piel. Sobre todo en la cara, los brazos y la espalda. Me provocaban escozor, comezón, podían irritarse y convertirse en llagas. “Es la alta exposición al sol y la humedad”, sentenció el dermatólogo. “Este verano la niña no puede ir a la playa, mamá”.  

Fue la primera vez que tuve conciencia de que el sol me podía hacer daño. Desde entonces cuido los horarios en que voy al mar, me aseguro de llevar gorra o sombrero, y si voy por la ciudad asoleada, siempre me acompaña una sombrilla.

Casi con treinta años descubro que las verruguitas planas y negras que tenía en la cara no eran tales sino un tipo de queratosis que podía irse incrementando y creciendo si me seguía exponiendo al sol sin protección. También me explica la dermatóloga que es frecuente en personas de piel oscura, negra, mestiza, y menos frecuente en pieles blancas (al menos, ese tipo de queratosis). La causa fundamental, además del sol, es el exceso de queratina.

Me explicó, en tono de regaño, que no solo las personas blancas deben cuidarse la piel, mencionándome un listado de enfermedades y afecciones más recurrentes en personas de piel oscura, concluyendo que, en general, el peor enemigo de todo y para todes es el “astro rey”.

Entonces sí, me aplico mucho protector solar a pesar de las miradas y las mofas. También cremas y aceites en temporadas de sequía. No nacimos aguantándolo todo. Y me pregunto, ¿cuándo nos valorarán como iguales? ¿Cuándo dejarán de marcarnos la diferencia? ¿De blanco-explicarnos lo que es para nosotres y lo que no es para nosotres?

Se rasgan las vestiduras por el asesinato de (George) Floyd, pero intervienen a señalarnos lo que no nos hace falta porque somos la “raza” resistente. Siempre relacionándonos con lo salvaje pero en “defensa” de la igualdad. Esa igualdad de “hasta cierto punto” también encubre racismo. Ese “yo tengo mis hermanos negros” pero mirando con extrañeza a sus hermanes cuando se cuidan la piel como cualquier persona y humanas que son, encubre racismo. Ese abismo entre la arenga igualitaria y la mirada colonizadora hacia las personas negras es racismo.

Los “otros” cuidados

Sabemos que existe el impuesto rosa pero ¿qué pasa con los cosméticos para la tez negra u oscura? ¿Por qué son más caros? ¿Por qué los productos específicamente para cabellos afros cuestan el doble y hasta el triple?

La belleza negra, además de negarse, es muy costosa (que es otra manera de negarla). Si eres afro y quieres maquillarte acorde a tu tono de piel pues te dolerá el bolsillo, es más, hasta podrías desistir. A eso nos empuja la industria cosmética. Sin embargo, las cremas aclarantes se consiguen fácilmente. Cualquier envase ya viene etiquetado con el rótulo “aclara”.

Lo más común es que no se encuentren estos productos de belleza destinados a las personas negras; no están a la venta salvo en selectas tiendas, o bien en líneas especializadas. Más negación hacia nuestra existencia. Es realmente perversa la maquinaria contra las personas negras.

Además están los trillados comentarios de cuáles colores nos pegan o no según nuestra negritud. Rojo en labios gruesos y pieles negras, jamás. El verde, marchita. El naranja queda ridículo. El amarillo, ni hablar. Con el negro te ves más negra (como si verse más negro fuera pecado). Pero, a la par, quieren comprarse las telas africanas todas llenas de colores vivos.

Según la mirada blanca colonizante, ¿qué opciones nos quedan? Vestirnos con discreción, sin maquillaje, sin cuidados, y salir sin pretensiones de belleza, lo cual es una prolongación de los procesos de dominación y disciplinamiento hacia los cuerpos subalternos. Sobre nosotres se discute todo. Y ese debate sobre nuestra negritud y nuestros cuerpos conlleva implícitamente aquella otra discusión, que pareciera antigua y no lo es, de si somos tan humanos como el resto de los humanos. Si no fuera así, ¿por qué se nos niega? Y se nos niega todo, desde los cuidados y la belleza hasta nuestra propia existencia.

Otra manera de reforzar estereotipos y creencias racistas circunda la nueva moda afro. Ahora las personas blancas comentan que vistiéndonos con los atuendos, telas y prendas oriundas del continente africano; llevando nuestro cabello “crudo” y sin tratamientos, lucimos mejor. ¿Por qué? ¿Existe una manera adecuada, mejor o más relevante de ser negro, negra? ¿Quién lo dice? ¿La industria blanca hegemónica? ¿Esta polémica tiene lugar también con las personas blancas y la blanquitud?

Tenemos muchas maneras de ofrecer resistencia. Entre ellas, seguir determinándonos como personas libres y en lucha por ello. También, rescatando nuestros saberes ancestrales y tradiciones con relación a los autocuidados, a la propia belleza, a la sanación y autodeterminación. Mirar atrás y readaptar con mejores técnicas aquellas enseñanzas.

El capitalismo, el extractivismo y el despojo también suceden contra nuestros cuerpos. Si la industria nos niega y explota crearemos las alternativas y reivindicaremos nuestra presencia tan humana como cualquier otra. Es tan válido demandar al mercado como conservar la ancestralidad. Lo importante es repetirle al mundo que aquí seguimos, vivos, vivas, a pesar de todas las políticas de exterminio de la historia.

Así como aplicarnos protector solar en la playa, y a quien se burle, ofrecerle un poco de nuestra medicina antirracista: “¿Qué me miras? ¿Quieres un poquito? Este es contra el racismo”.

Foto: Spencer Selover