“Droga” deriva del término holandés droog y significa hoja seca, refiriéndose a una noción genérica de cualquier sustancia consumida para la nutrición del cuerpo y el espíritu, o medicación vegetal. Diferentes plantas y sustancias de la Tierra fueron absorbidas por este término europeo cuya extensión por todo el mundo está asociada a la historia de la colonización (Carneiro, 2018)1.

Las drogas fueron una de las principales motivaciones de las invasiones coloniales, especialmente en Abya Yala. Desde entonces, fueron apropiadas como mercancías y comercializadas por todo el mundo. A partir del siglo XVI se estableció el tráfico internacional de drogas y personas como parte integrante de un patrón de poder mundial bajo control europeo (Quijano, 20052; Carneiro, 2018). Dentro de este proceso, los sistemas coloniales esclavistas también incluyeron el intercambio de drogas por personas3, como documentan algunos estudios de Brasil. Al mismo tiempo, esas poblaciones eran esclavizadas a fin de incrementar la producción de esas mercancías que enriquecían a la supremacía blanca (Carneiro, 2018).

Durante el colonialismo, con la expansión del cristianismo, también comenzaron las primeras oleadas condenatorias de las drogas, las que fueron clasificadas como “sustancias de Dios” o “demoníacas”. Igualmente, plantas sagradas utilizadas por los pueblos originarios fueron atacadas para favorecer la cultura del alcohol destilado, exaltando principalmente el vino (Carneiro, 1994)4.

Desde el siglo XIX, el colonialismo se ve enfrentado a la creciente desobediencia abolicionista, por lo que continuamente promueve la invención de monstruos por medio de otros tentáculos. En esta trama, Charles Darwin legitima el racismo científico con su teoría evolucionista de la especie, escrita en el viaje del Beagle Boat alrededor del mundo con el objetivo de la expansión colonial (Schucman, 2012)5.

Además de ello, el orden fenotípico jerárquico establecido en la invención colonial de la “raza” se entrelaza de forma sólida con las teorizaciones sobre el cuerpo del criminal, especialmente a partir de los estudios de Cesare Lombroso adoptados en todo Occidente, los que pusieron de relieve la estructura racista de la criminología (Goes, 2016)6. Este recurso criminológico basado en el racismo científico convirtió a negros e indígenas en cuerpos criminalizables, produciendo “apartheids criminológicos” (Zaffaroni, 2013)7.

A lo largo del siglo XX, fue establecido el paradigma prohibicionista de las drogas a partir de una serie de eventos que le garantizaron a los Estados Unidos de América el control mundial del mercado de drogas. Por su parte, las Naciones Unidas instauró un proceso de fiscalización con énfasis en la Convención Única sobre Estupefacientes (1961) que definió de forma hegemónica el modelo prohibicionista que clasificaba a las drogas bajo los criterios de uso y abuso médico (Rodrigues, 2012). En 1971, Richard Nixon, en la presidencia de los Estados Unidos de América, anuncia la Guerra contra las Drogas, fomentando el belicismo y el militarismo con estímulos técnicos y económicos a los países miembros del acuerdo (Rodrigues, 2012)8.

Sin embargo, el prohibicionismo no se limita al estatus legal, sino que orienta los campos económico, moral, ético y estético que están interesados ​​en sostener este patrón de poder mundial (Ferrugem, 2019)9. Según informes de Global Prison Trends (2021) y World Report (2020), las políticas prohibicionistas son una de las principales causas del encarcelamiento en masas globalizado, sumando más de 2,5 millones de personas a la población carcelaria, con un 22% condenado por posesión de drogas para uso personal. La tasa global de encarcelamiento de las mujeres negras es el doble que la de las mujeres blancas y la de los hombres negros es seis veces mayor que la de los hombres blancos. Esta disparidad aumenta en el caso de los hombres negros más jóvenes.

Denunciado por movimientos sociales, investigaciones académicas e informes estadísticos, el racismo antinegro es una tendencia global en el sistema de justicia penal, empujando masivamente a la población negra hacia la industria penitenciaria (Davis, 2018)10 y generando los principales sujetos que serán blanco de la violencia policial, especialmente en las comunidades periféricas plagadas de incursiones militares por parte del estado.

La ficción racista lombrosiana sigue criminalizando al cuerpo negro a través de la Guerra contra las Drogas, apelando para ello a la proliferación de imagénes en los medios de comunicación que construyen un narcoimaginario de cuerpos negros violentos y esposados (Ferrugem, 2019).

Armadas con soporte técnico y económico, las políticas prohibicionistas están envueltas en el amplio asesinato y encarcelamiento generalizados de los cuerpos negros. Ambos son naturalizados a partir del discurso de la amenaza narcoterrorista a los Estados corporificada en la figura del “traficante”. Esta figura forma parte de las narrativas y slogans antidrogas que el terrorismo de estado ofrece como solución. A través de la explotación, saqueo y genocidio de pueblos encarnados en la historia de las drogas, el estado colonial fundamenta la gestión de la muerte y la distribución diferenciada del derecho a la vida, narrando una historia única de identidad nacional donde se estructuran el terror y la muerte (Mbembe, 201611; Benedicto, 2018).

Por tanto, el prohibicionismo se refiere al tentáculo colonial que rige la acción bélica y militar de los Estados sobre un determinado territorio y población (Meinhardt, 2020)12, basándose en una diferencia entre drogas legales e ilegales, un supuesto potencial nocivo o terapéutico, estableciendo a las últimas como intrínsecamente dañinas y prescindibles y, por tanto, su uso, venta y fabricación debe perseguirse, extinguirse y sancionarse. Tales premisas prohibicionistas legitiman la criminalización, cuya figura del traficante es un recurso mediado por el racismo estructural que autoriza a los estados a ejercer todo tipo de violencia sobre la población negra.

El eurocentrismo y sus derivaciones coloniales fabrican elementos que fertilizan el campo de la experiencia en el mundo, regulando nuestras lentes sobre las formas de ser y de existir. La fabricación y actualización constante de estos elementos genera regímenes de verdad que operan como lentes para observar el mundo. En este proceso, se destaca:

  • la invención de la raza como clasificación social por el orden fenotípico jerárquico y el posterior nacimiento de teorías y prácticas criminológicas que estipularon una esencia criminal basada en este entendimiento;
  • la imposición del cristianismo, su construcción de lo humano en el molde de Adán y la respectiva condición salvaje atribuida a sus diferentes;
  • la globalización de un concepto de droga y un único modelo de relación con las sustancias;
  • la criminalización de sustancias relacionadas con cosmogonías particulares, usos sagrados y culturales, así como la persecución de ciertos grupos étnicos y raciales a través de su asociación con drogas subyugadas y descalificadas;
  • la proliferación discursiva, especialmente en los medios de comunicación, de la amenaza narcoterrorista al estado-nación ligada a la periferia y la corporeidad negra impregnada de un narcoimaginario peligroso y violento.

Es en este engranaje que el prohibicionismo naturaliza prácticas de criminalización, es decir, normaliza una perspectiva para la criminalización de determinados cuerpos, prácticas y territorios a partir de un conjunto de premisas ancladas en una cosmogonía blanca, actualizando así la matriz colonial de poder.


1 Carneiro, H. (2018). Drogas: a história do proibicionismo. São Paulo: Autonomia Literária.

2 Quijano, A. (2005). “Colonialidade do poder, Eurocentrismo e América Latina”. In Lander, E. (Org). A colonialidade do saber: eurocentrismo e ciências sociais. Perspectivas latinoamericanas. Buenos Aires: CLACSO.

3 O sea, las drogas funcionaban como una moneda de cambio.

4 Carneiro, H. (1994). “As drogas: objeto da Nova História”. Revista USP, São Paulo, 23, 85-91.

5 Schucman, L. V. (2012). Entre o “encardido”, o “branco” e o “branquíssimo”: raça, hierarquia e poder na construção da branquitude paulistana (Tese de doutorado). Universidade de São Paulo, Programa de Pós-Graduação em Psicologia, Instituto de Psicologia. São Paulo, SP, Brasil.

6 Góes, L. (2016). A tradução de Lombroso na obra de Nina Rodrigues: o racismo como base estruturante da criminologia brasileira. Rio de Janeiro: Revan.

7 Zaffaroni, E. R. (1993). Criminología: aproximación desde un margen. Bogotá: Themis.

8 Rodrigues, T. (2012). “Narcotráfico e militarização nas Américas: vício de guerra”. Contexto int. [online], 34 (1), 9-41.

9 Ferrugem, D. (2019). A guerra às drogas e a manutenção da hierarquia racial. Belo Horizonte: Letramento, 2019.

10 Davis, A. (2018). A liberdade é uma luta constante. (H. R. Candiani. Trad.). São Paulo: Boitempo.

11 Mbembe, A. (2016). “Necropolítica”. Arte & Ensaios, Rio de Janeiro, 32, p. 123-151.

12 Yanaê Meinhardt es psicóloga brasileña, especialista en el tema de racismo y lucha contra las drogas. Su investigación de maestría, defendida en la Universidad Federal de Santa Catarina se titula “En las fronteras del prohibicionismo: la fabricación de masculinidades criminalizables” (traducción del título original en portugués: “Nas trincheiras do proibicionismo: a fabricação de masculinidades criminalizáveis”.)

Traducción: Yarlenis Mestre Malfrán.

Foto: Daniel Friday Danzor

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Yanaê Meinhardt

Yanaê Meinhardt es psicóloga brasileña, especialista en el tema de racismo y lucha contra las drogas. Su investigación de maestría, defendida en la Universidad Federal de Santa Catarina se titula “En las fronteras del prohibicionismo: la fabricación de masculinidades criminalizables”.