El 11 de mayo de 2019, un grupo de activistas de la comunidad LGBTQIA+ cubana tomó las calles de la capital habanera después de la cancelación institucional de la que fuera conocida por “Marcha del orgullo gay” o “Conga de la diversidad”. Las razones esgrimidas por las voces institucionales del CENESEX (Centro Nacional de Educación Sexual) fueron tan dudosas como incomprensibles: supuestas circunstancias, orientaciones venidas de arriba –entiéndase, de heterolandia– que no ayudarían al desarrollo exitoso de este evento. Pese a la prohibición explícita, un grupo de personas se articuló para ejercer su derecho a aparecer en el espacio público y así afirmar que ya no es posible que la heteronorma continúe confinando cuerpos a vivir en las sombras. Aparecer públicamente carga ese sentido político de destruir y hackear un sistema de género mortífero y autoritario, de profundas raíces coloniales que insiste en imponer sus tediosas monoculturas occidentales1.

Pero el 11M implicó también un punto de inflexión en la construcción de alianzas inesperadas de varixs hackers de género. Como relata Librada Fernández, testigo presencial de esta insurgencia colectiva: “caminaba junto al grupo, sentía que estaba en Nueva York o en Miami, pero estaba en la tímida Habana mía; todo tan familiar: activistas negras al frente de la lucha, la gente que venía a buscar novies”3.  No nos parece nada casual que cuerpos racializados fueran los que ocuparan la línea de frente, si tenemos en cuenta que el apartheid de género es mucho más incisivo cuando los cuerpos que lo desobedecen son negrxs. Una asamblea de cuerpos reunidos, una protesta, un conjunto de efectos inesperados, que se va constituyendo como un movimiento recurrente para lidiar contra un orden colonial que destila su belicismo ya sea en forma de normas de género u otras variantes igual de autoritarias.

Y así llegamos al 11 de julio de 2021, cuando las protestas colectivas en varias ciudades del país encontraron como respuesta estatal: “la calle es de los revolucionarios”. Esta vez fue la vulnerabilidad compartida por varias personas frente a la gestión estatal de la Covid, la que reunió a una multitud de cuerpos en el espacio público. De sobra sabemos que la vulnerabilidad no es una condición inherente a las personas, sino el efecto de políticas de precarización que atienden a vectores de raza, clase, región, edad, género (considerando a toda la multiplicidad de este género y no apenas a una identidad femenina o a un sujeto mujer cis).

Hay un enlace entre el 11M y el 11J: la vulnerabilidad como un lazo importante de alianza. Un lazo que resiste a la idea de identidad, aglutinando grupos históricamente insultados ya sea por negros, por gais, por “orientales”, por trans, entre tantos otros rostros de la discriminación. Estos grupos habitan los márgenes y desde allí reclaman condiciones materiales y simbólicas que hagan la vida más vivible, ya no más estrangulada ni por la falta de alimentos básicos, por la violencia policial ni por la arbitrariedad de heterolandia; todas estas condiciones que se yerguen como armas de guerra contra grupos subalternizados. Del 11M al 11J forjamos alianzas como forma de resistir a la colonialidad.

Este número de Afrocubanas, el que celebra los 12 meses de circulación de la revista, presta atención a esas armas coloniales y a las formas de desafiarlas. Nos acompañan en esta insurgencia Juliana Domingos de Lima, Yanaê Meindhart, Geni Núñez, Yarlenis Mestre Malfrán y Sandra Abd´Allah-Álvarez Ramírez. En la irreverente foto de portada aparece la escritora y artista del performance afrodominicana Johan Mijail.

Ven con nosotrxs, pasea por las páginas de este número especial y siéntete libre de formar (o no) coaliciones con esta mezcla impura y heterogénea de cuerpos que se rehúsa a obedecer a este orden colonial.

Planeta Tierra, septiembre de 2021.


En este número de Afrocubanas aparecen los siguientes artículos:

Oyèrónke Oyewùmí: “La jerarquía basada en el género no existía entre los yorubás por Juliana Domingos de Lima.

Maternidades: el dilema de la “naturaleza” o la “cultura” por Yarlenis Mestre Malfrán.

Cuerpos potables por Geni Núñez.

Drogas, paradigma prohibicionista y racismo: un análisis decolonial por Yanaê Meindhart.

¿Por qué a Georgina Herrera no se le ha otorgado el Premio Nacional de Literatura? por Sandra Adb´Allah-Álvarez Ramírez.


Descargar Afrocubanas. La Revista No. 7 (versión pesada)

Descargar Afrocubanas. La Revista No. 7 (versión ligera)


Foto: Johan Mijail.

1 Usamos monoculturas occidentales en el sentido que es propuesto por Geni Núñez para referirse a la monogamia, el monosexismo y monoteísmo como invenciones occidentales impuestas en los territorios  colonizados para regular y exterminar las culturas de los pueblos originarios y africanos.

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