La primera vez que la noción “raza” se convirtió en un ejercicio reflexivo para mí, durante mi adolescencia, fue en un pasaje de la novela Cecilia Valdés en el que el amor de la protagonista de igual nombre hacia Leonardo Gamboa tenía una única condición social “adelantar la raza”. La novela, epítome de la cultura cubana hasta nuestros días, más específicamente habanera, urbana, mostraba las asimetrías entre lo blanco (europeo o criollo), la mulata y el negro. Toda Cecilia Valdés se puede leer en las claves clase, género y racialidad, y obtendremos un perfil de la composición ideorracial de la sociedad que aún, dos siglos después, podemos encontrar con facilidad.
El cuerpo de la nación que se manifiesta, desde la República, como mestizo, es una mulata que tira a blanca, hipersexualizada, con el pelo crespo. Si necesita una imagen, el ron Mulata, cuyo rostro risueño produce una homogeneidad racial de lo cubano que es a la vez el ardid mejor logrado desde Saco.
El bilbaíno Landaluze legó una serie de estampas costumbristas sobre el negro, su fiestas populares, su picardía para transgredir la autoridad doméstica, pero sobre todo la composición racial de una sociedad estratificada según la pigmentación de la piel. Es interesante observar que en sus representaciones las mulatas por lo general están acompañadas de una negra o en las ventanas de una casa, siempre protegidas del cortejo de los negros. “En las cuatro generaciones” reproduce el blanqueamiento de la descendencia como ingeniería social para el ascenso de la clase.
Desafortunadamente, esta imagen decimonónica, en conjunto con el miedo al negro, la esclavitud y una desigual entrada en el mercado laboral, hicieron que durante la República pervivieran en el imaginario de un sector con costumbres atávicas a un pasado, y predispuestos a la criminalización.
Más interesante resulta que la cuestión del negro pasaba por la educación, según Juan Gualberto Gómez, para alcanzar una ciudadanía plena en la nueva sociedad. Otras pistas constitutivas de lo negro se encuentran en la evolución de la perspectiva lombrosiana a la de “ajiaco”/transcultural en Fernando Ortiz, quien impulsara el descubrimiento de la cultura negra en Cuba, como fuente de la nación. Fue él, además, quien presentó en el Diario La Marina los ocho poemas del poeta Nicolás Guillén que describían un lenguaje de un grupo particular.
Es importante pensar en este trayecto para celebrar la significación el 12 de Octubre; allí adonde mire hay violencias, pobreza, desigualdades. No me contento con el legado de la lengua, porque como dijera Nebrija, siempre acompañará al poder.
Luego de tantos siglos, la situación de la “raza” negra sigue expresándose en términos de inequidad. La cuestión es más compleja que el choque de culturas, y la hispanidad como valor supra/transnacional constituye el discursivo operativo para reproducir sociedades basadas en la explotación de la raza como sistema de producción de riquezas. Aún impera en estas sociedades la clasificación y jerarquización por color de la piel.
La celebración de la hispanidad, de la supremacía blanca europea, es una fecha de silenciamiento y olvido y, sobre todo, de destrucción de culturas y desarraigos de pueblos.
Foto: Anouk Kools