Los archivos de Cuba parecen huérfanos de actualidad. No solo me refiero a la actualización de técnicas y métodos o de un almacenamiento más eficiente o tecnologizado en función de clientes multiplicados por el cambio digital, sino digo que están faltos de la sustancia del presente, de señales que den cuenta sobre la historia de nosotros mismos, aquí y ahora. Pensarnos mejor entre lo que algunos llaman la Historia con H mayúscula, deslizando con una argucia ortográfica el poco calado con que miramos a lo que nos pasa, nos está pasando, a quienes somos hoy, y qué quedará entre libros y documentos, como flores secas entre sus mejores páginas, si no le interrogamos con la mirada y las necesidades del presente. 

La historia reciente es quizás la última tendencia de la historiografía que cerró el siglo XX y expresa una urgencia veladamente científica de destilar la cotidianidad, la densidad posible de los días que corren hacia postverdades cada más implacables, desafiando la distancia que existe entre lo que decimos, lo que hacemos y lo que pensamos hoy, esa suerte de falsa trinidad que el tiempo resuelve. La historia reciente es la densidad con que aprehendemos una lectura de lo actual sin renunciar a corregir, o autocorregir, determinadas visiones, tendencias y controversias de las cuales somos parte y extraños jueces, pero jueces al fin.

En la obra de Tomás Fernández Robaina se manifiesta una historización del presente desde la investigación y la escritura. Buen ejemplo es su abordaje sobre la prostitución en Cuba. En el proceso editorial se advierte, desde la primera edición de Recuerdo secreto de dos mujeres públicas hasta la cuarta edición de este propio libro, retitulado Historias de mujeres públicas, al cual agregó unas cuarenta páginas que comienzan con esta pequeña nota: “Estimado lector, en este secondo tempo, otras voces le hablaran de sus épocas y existencias, no como recuerdos secretos, sino como vivencias actuales”. Dicha nota revela el proceso con que su autor maneja voces, sucesos y archivos que convierte en campos abiertos a otras posibilidades de recepción y evaluaciones múltiples. Es una marca del estilo de Tomasito en testimonios, repertorios bibliográficos y en su abordaje de figuras, al dotarlas de nuevos sentidos, y abrirlas a nuevas rescrituras y relecturas (tal como Umberto Eco describía en aquellas estructuras que llamó obras abiertas, verificadas en más de un ciclo de producción y resignificación).

En su zona más literaria, me refiero al discurso testimonial, que Tomás asume desde los inicios de su carrera, se unen oralidad, memoria y resignificación de la historia a partir de una voz que narra una experiencia marcada por el desdén o el prejuicio social. Difícilmente encontramos en sus páginas sujetos épicos, que integran una masa redentora; sino confesiones de mujeres, religiosos y homosexuales, sujetos marginalizados o desclasados, que viven una historia menor, extraviados o rechazados por la dimensión utópica de esa vida pública que les niega pertenecer o les obliga a estar de la manera en que no son. Entonces, la mirada de Tomasito descubre esa identidad lastimada, menoscabada por el dogma o la injusticia. Y dialoga con estos sujetos de voces entrecortadas y miradas esquivas, mostrando una complicidad que ellos conocen y ofreciéndoles el respeto que desconocen.

Tomás registra con atinada cercanía historias que se resistían a ser contadas; y en su prosa de emergencia dilucida las razones de cómo tres mujeres asumen la prostitución o cómo una persona relata la experiencia de “pasar” los muertos y reconoce el espiritismo como una dimensión cotidiana en su vida. Así también logra historizar un proceso cultural desde dentro de la institución donde nuestro propio autor crece como bibliotecario o, en otro sentido, revela los conflictos de un sujeto homosexual dentro de una revolución machista que lo margina, maltrata y reduce a vivir una subalternidad impuesta por un discurso patriarcal y homofóbico que se renueva perversamente. Sin embargo, no asistimos a la memoria histórica del sujeto homosexual en la revolución, sino a la memoria de un sujeto histórico actuante que expresa los avatares de su condición gay en dicho contexto. Por ejemplo, Tomás no cuenta la terrible experiencia de las UMAP porque nunca estuvo allí y por tanto su perspectiva no es la misma que han contado quienes sí vivieron esta experiencia. 

Así, también el Tomasito historiador legitima al Partido Independiente de Color, desde la primera edición de su clásico El negro en Cuba, pasando por cursos que ofrece sobre esta maltratada agrupación y sus desestimados próceres, hasta textos recientes que desafían a esos historiadores que insisten en cerrar este capítulo ignominioso de nuestra historia criminalizando, otra vez, a sus víctimas y convirtiendo a los victimarios en intachables figuras históricas, triunfantes en sus mármoles recién restaurados. Son páginas abiertas, deseosas de diálogo, comprensión y justicia públicas.

En su análisis sobre el racismo, Tomasito lanzó una antología del pensamiento antirracista cubano con múltiples voces que ofrecen el itinerario crítico de este tema en el desarrollo de la nación. Ahí revela marcas temporales, clasistas y de género que iluminan un asunto poco atendido y entendido en la historia de Cuba y la ausente o accidentada práctica de una política racial: en dichas páginas sistematiza el saber sociológico, la lucha ciudadana y el profundo significado político con que el antirracismo marca la historia cubana de ayer, hoy y mañana. Tomasito muestra una sustancia crítica que no ha sido abordada en su real dimensión y se repite, apenas virgen, en cada ciclo de la historia cubana: colonia, república y revolución. Una mirada actualizadora y activa de sucesivos discursos antirracistas presentes en la historia cubana, a la espera de que sean útiles.

La ética funciona en Tomasito no desde una dimensión moralizante, sino desde el diálogo, el perdón y la colaboración desinteresada. Acerca al lector a la comprensión del acontecimiento, reconoce e ilumina otras razones del suceso, sujeto o proceso que aborda. Nos ayuda a comprender, no a elegir; para que sepamos cuantos caminos del hombre se abren o cierran solo con el ejercicio de la comunión y el respeto a todo lo que somos. Y, finalmente, está su novela no sobre su gran amigo Reinaldo Arenas, sino sobre el espíritu irredento del contestatario narrador, a quien Tomasito ofrece una misa para elevar su espíritu, borrando heridas, persecuciones y rabias. Esta extraña novela requiere un estudio más acucioso que desmonte su estructura fabular y sus pulsaciones oníricas, para llegar a la definitiva recuperación de un autor que aún no descansa en paz ni en su lecho ni en el sitio que, sin dudas, le pertenece en la historia literaria cubana e hispanoamericana.

La historia reciente como método también expresa esta lucha personal que hace del texto un espacio donde leer deseos y sueños personales, grupales y políticos. Es, además, autorreflexión donde lo simbólico, lo político y lo cívico se funden, confunden y aclaran. Este enfoque historiográfico me permite ver cómo Tomasito ha estado ordenando lo que estuvo equívocamente en el margen y él lo reubica, sin muchos aspavientos teoréticos, en un espacio histórico flexible que podemos llamar, también, el presente. 

Finalmente, quiero insistir en que el legado de Tomasito no solo reside en sus libros, sino en muchos libros ajenos, en muchas visiones y actitudes de gente que él ayudó, formó y respetó desde sus inicios. Su vocación pedagógica ha fundado líneas de trabajo muy singulares. Por suerte cuenta con el agradecimiento de muchos, como los propios raperos cubanos a quienes ofreció en el año 2000 un curso sobre la Historia social del negro en Cuba solo para ellos, aunque allí también estuvieron otros como el pintor Roberto Diago. Tomasito ha desplegado sus banderas por los excluidos de ayer y hoy, definiendo un espacio mejor para el mañana. En eso ha sido un adelantado en su lucha contra la homofobia y en los estudios queer en Cuba, aunque sus textos sobre este tema apenas sean publicados y divulgados dentro de la isla.

El legado de Tomasito va dibujando un autorretrato que recuerda aquellos collages de Raúl Martínez, que terminaron siendo imagen de los sesenta cubanos. Una de ellas. Solo intento explicar cómo un legado tan diverso logra dibujar una sociedad también diversa y ansiosa por liberarse de viejas estructuras mentales, sociales y políticas, donde pulsa una nueva cultura. Tomás afirma e interroga sobre el destino de esos sujetos que visibiliza a través de repertorios bibliográficos, voces testimoniales y antologías de autores, temas y reclamos cada vez más actuales.

Solo me queda agradecerle a este pequeño gigante su infinito deseo de bailar y sacudir toda la gravedad con que los dogmas le persiguieron y el logró evadir con cada pasillo de una rumba infinita que no ha dejado de bailar, incluso con bastón, para recordarnos que la historia es esa vida que otros vivieron y que hoy nos toca seguir viviendo y defendiendo con nuestras mejores armas –el rigor, la crítica profunda y la mirada honesta- develando aquello que podría enorgullecernos siempre. Tomy, ojalá tengas la calidad de vida que mereces, para que termines proyectos recién abiertos. Gracias, mi amadísimo amigo y maestro, por permanecer, pertenecer y hacer crecer a tanta gente que hoy te agradece en muchas esquinas del mundo. ¡Te deseamos ochenta veces más felicidad! 

Foto: Julio César Guanche

Print Friendly, PDF & Email