Sumerjámonos un poco en estas ideas: ¿hasta dónde ha calado el racismo simbólico en la psicología de les afrodescendientes? ¿Cómo se percibe este mal en la imagen estética que asumen actualmente los negros/as y mestizos/as? Quizás entonces se deba girar la mirada hacia la imagen de las personas negras que ha sido difundida de manera consciente o inconsciente por los diferentes medios de comunicación que operan hoy en nuestra realidad.

Los siglos XX y XXI son herederos de un conjunto de estereotipos racistas que afectan sobremanera la manera en que son vistas las personas afrodescendientes: ausencia de valores morales, la falta de conocimiento o preparación sobre la cultura universal (cultura legitimada por la hegemonía eurocéntrica como única) y, por supuesto, de toda la fealdad, la pobreza y el salvajismo otorgado a sus antepasados esclavizados.

Los seres humanos agrupados en la categoría de lo “negro” han sido patologizados y criminalizaos a lo largo de cinco siglos por las estructuras coloniales, no solo con la excusa de segregarlos y excluirlos, sino también para ejercer juicios estéticos que legitimen que estas personas son incapaces de sostener todo el legado material e inmaterial de la humanidad y así limitar su acceso a los recursos económicos, sociales, políticos y culturales. Dicho en otras palabras: legitimar su “no-humanidad”.

En Cuba, los siglos de la esclavización no solo legaron al sujeto negro discriminación por el color de su piel y el desdén de su belleza, sino que el concepto de criollismo, tan orgullosamente tratado por los cubanos traía consigo para los afrodescendientes la “mulatez y el aclaramiento epidérmico como estrategia para amortiguar las tensiones sociales” que en el sentido de la raza se podían presentar. Cecilia Valdés constituye una obra paradigmática en este sentido. La novela es valorada por la crítica como un ícono literario de la sociedad colonial del siglo XIX y entendida por muchos como encarnación de nuestra identidad. Nada menos cierto: el drama de Cecilia es el de miles de hombres y mujeres negros del Caribe y de todos los países latinoamericanos que experimentaron el fenómeno de la limpieza de sangre: “Cecilia no quiere ser Cecilia. Su lucha se resume en querer alejarse, cuanto antes de su ancestro africano -esclavizado- ”.

Esta visión ceciliana del mundo, por llamarla de algún modo, permea a tal punto los imaginarios de la sociedad cubana actual que muchas familias mestizas se muestran intolerantes con la llegada de un negro/a formar parte de su composición familiar (para ellos implica atrasar la raza). Evidencias sobradas se pueden citar de hombres y mujeres afrodescendientes que asumen como estrategia de reconocimiento social la elección de una pareja blanca o “adelantada” por el color de su piel, y ello por múltiples razones: para escalar socialmente y ser aceptado en cualquier espacio importante no es lo mismo ser negro/a que mestizo/a; los medios de difusión, cuya imagen gira alrededor de la estética blanca, aceptan mejor dentro de su catálogo a un mestizo/ que a un/una negro/a, lo que deja a muchísimas personas afrodescendientes con una única vía de solución: asumir la vida desde una ideología blanca, y buscar la mulatez es un resultado de esa ideología.

Resulta necesario decir que este fenómeno de la “mulatez” ha sido extendido incluso a la santería cubana como una de las religiones de origen africano que tiene mayor número de prácticantes dentro de la isla. Veamos cómo, según mi visión, se pone de manifiesto este fenómeno. El sincretismo religioso que se establece entre la Caridad del Cobre, santa de la Iglesia católica, calificada como Patrona de Cuba (cuya representación es una “mulata blanconaza“, según el decir popular, y la deidad yoruba, Ochún, ha hecho posible que la imagen antropomórfica de esta diosa sea diferente en Cuba y África, lugar originario de esta concepción religiosa del mundo. En África, Ochún se alza imponente como una “típica“ mujer negra, con todos los atributos que la hacen bella y sensual según la estética de la región donde es venerada. Sin embargo, en Cuba el imaginario popular recrea a la diosa de la belleza y la sensualidad femenina como una bellísima “mulata“, a veces al estilo de Cecilia Valdés. Tal vez ahí tenga su origen el refrán popular: “las mulatas son la envidia de las negras y la preocupación de las blancas“.

Medios como la televisión y el cine han sido muy bien utilizados para reforzar un imaginario social discriminatorio que evalúa como inferiores los rasgos físicos de las personas afrodescendientes y todo su universo cultural. Visto desde esta perspectiva, un grupo no pequeño de audiovisuales (películas, video clips, documentales, etc.) proponen, de manera sutil, hilarante, sugerente, una tesis medular: para ser toleradas dentro de la sociedad, las personas negras y mestizas deben aceptar que desde la cultura, las prácticas sociales, la moda y la belleza, lo negro y todo su universo (estética, religión, cultura, concepción filosófica, arte) constituyen elementos atrasados, residuales, alternativos frente a lo legitimado por la cultura blanca. Ejemplo de esto lo encontramos en el largometraje de ficción Entre ciclones, del realizador Enrique Molina, que presenta dentro de sus escenas cómicas a una mujer negra pasándose el peine caliente en medio de un pronóstico de tempestad, acontecimiento que marca la importancia que para su vida cobra el procedimiento de alisar el pelo, por encima incluso de cualquier catástrofe (Aldeide, 2015). 

Otro ejemplo que referencia esta lamentable realidad es el videoclip La moda de la orquesta Los Van Van, que presenta a otra mujer afrodescendiente con cabello natural que ansía la queratina o las extensiones como vía para construirse un modelo de feminidad más exitoso -porque el cabello afro la invisibiliza a los ojos masculinos-, por lo tanto no logrará su realización personal hasta que no tenga el pelo laciado.

Recordemos las oposiciones binarias referenciadas en la primera reflexión: negro/a- naturaleza-barbarie vs. blanco/a- cultura-civilización y apliquémoslas también a la cultura visual y a la estética que se presenta: el concepto de negritud representa la otredad que se opone y contrasta con lo establecido como bello y correcto estéticamente hablando: el concepto de la blanquitud. Apliquemos estas ideas a lo que subliminalmente se expresa en el largometraje y el videoclip: la mujer negra en ambos casos es portadora de ese concepto de otredad; por lo tanto tiene que asumir la fealdad de su cabello para en, una actitud consciente, civilizada y natural, irlo transformando en función de un patrón que dictamina que el poder, el atractivo y la belleza debe ser a imitación de las personas blancas; de ahí que el único camino a seguir sea laciarse el cabello y así llevarlo estéticamente correcto en un caso y ser aceptada como una mujer atractiva en el otro.

Los discursos que sobre la belleza reproduce y exhibe la cultura visual en el mundo han generado, en ocasiones, una violencia extrema, simbólica y psicológica, la cual hace mucho más daño porque se ubica en el terreno de lo reconocido como natural y cotidiano al interior de la vida social, de ahí que resulte mucho más difícil su labor de desmontaje. Justamente en ese sentido se lee de forma lógica y normal que una mujer negra se alise el cabello para alcanzar cualquier éxito o inserción en el ámbito social (Aldeide, 2015).

Por su parte, la moda no es un mecanismo banal e inocente que se limita a expandir tópicos basados en la imagen y la novedad. Además la moda maneja un concepto de lo bello que está siempre a favor de los códigos culturales dominantes. De ese modo, manipula y dirige el gusto estético, impone con valores, normas sociales o excluye determinados rasgos físicos, formas de vestir o llevar el cabello. Más brutal aún, la moda presenta un único modelo femenino y masculino de lo estéticamente armonioso, produce en los individuos excluidos de dicho modelo un conjunto de esquemas mentales y corporales de autopercepción y apreciación que les hace rechazar como alternativa de belleza todo lo relacionado con su pelo natural, color de piel y rasgos somáticos, lo que estimula, por supuesto, que recurran a mecanismos físicos y sociales que les acerquen a ese modelo legitimado y así ser socialmente mejor aceptados/as. Esto genera un nuevo tipo de violencia y esclavización: la simbólica.  

El uso del patrón de “raza”, de manera consciente o inconsciente, dentro de sistemas tan globales como los medios de difusión y el mercado ha traído consecuencias muy negativas a los grupos humanos que han sido avalados bajo la categoría de subalternos o inferiores. Los resultados de este tipo de discriminación van desde la incomodidad física de querer modificar la imagen externa hasta el malestar psicológico manifestado como estrés, y todos los trastornos que trae consigo la baja autoestima, el rechazo y la discriminación entre congéneres. Ello además incide en cómo estos individuos perciben a los demás y cómo se construyen a sí mismos.

Los imaginarios colectivos que han construido los universos simbólicos en torno a las ideas de las “razas” han hecho posible que el ser humano negro desde la infancia se conciba como un sujeto defectuoso desde el punto de vista físico e intelectual; de ahí que aparezca una necesidad no consciente o intencional de demostrar, sobre todo en los entornos laborales, hasta dónde está capacitado/a para realizar una tarea X, así como inseguridad tácita de si se está físicamente apto/a (peinado, ropa, accesorios) según los diferentes contextos de interacción. Esto, a mi modo de ver, explica de alguna manera la actitud que tienen algunas personas afrodescendientes de mostrar como mecanismo de amortiguación social una indumentaria que represente un elevado estatus económico y en ocasiones un comportamiento social que es la ratificación de lo que se está apuntando desde la imagen: que va desde el menosprecio, alejamiento y/o rechazo a sus congéneres con conductas y posiciones de muy diversa índole hasta la búsqueda de espacios culturales, laborales, familiares donde el predominio sean las personas blancas.

Es importante entender que las personas afrodescendientes somos víctimas de una nueva forma de colonización revelada a través de códigos fundamentalmente simbólicos. Batallar por quebrar los resortes invisibles de la internalización y la naturalización de todos esos imaginarios hegemónicos, resulta clave para poder desmontar toda esa teoría racista, alienada y alienadora que ha hecho posible que los cuerpos negros sean leídos como ese espacio desde donde se construye la otredad y la diferencia.

De ahí que la realidad cubana, caribeña y latinoamericana actual esté signada por la presencia de múltiples acciones de resistencia cultural, nacidas precisamente de la necesidad que tienen les afrodescendientes de edificar procesos de deconstrucción de estructuras que han propiciado durante siglos injusticias socioeconómicas. En tal sentido, encontramos el trabajo de algunos gobiernos, con políticas sociales que favorecen la inclusión de la ciudadanía independientemente de su etnia y color de piel (Cuba se encuentra dentro de este grupo), y de muchísimos activistas que desde el arte, la música, la academia, la documentalística, la artesanía, las redes sociales y el mercado han luchado para que se elimine el racismo estético.

Los cambios originados en las mentalidades de la sociedad actual han tributado a que el cuerpo cobre una influencia notoria en la cotidianidad, a la vez que constituya un elemento clave en la vida individual, social, política y cultural de los seres humanos. Al mismo tiempo, el cuerpo cumple un papel protagónico en las preocupaciones por la salud, la alimentación, por las condiciones de vida, el cuidado personal y la idea de bienestar. Ha devenido tema contante en las temáticas asociadas al vestido, los juegos de apariencia y los conceptos de belleza; se ha convertido en el espacio de negociación desde donde se expresan las reivindicaciones sociales y los movimientos que luchan por la equidad racial, sexual, económica y de género.   

Bibliografía

Hall, Stuart. (2013). El espectáculo del “otro”. Sin garantía: Trayectorias y problemáticas en estudios culturales. Corporación Editorial Nacional, Ecuador (1ra edición 2010), pp. 419-445.

Delgado P., Aldeide. (2015). “Mirarse ante el espejo. Estética e identidad de las mujeres con cabello afro”. Conferencia impartida el 3 de junio de 2015 como parte de la 12 Bienal de La Habana, en el Salón de Mayo del Pabellón Cuba, como parte del proyecto de la artista visual Susana Pilar Delahante Matienzo “Lo llevamos rizo”, inserto en la exposición Between, Inside, Outside (12ma Bienal de La Habana).

Dyer, Richard. (2003). “La cuestión de la blancura”. Traducida del inglés por Desiderio Navarro, en revista Gaceta de Cuba, La Habana, nº 34, pp. 60-75, La Habana, 2003.

Fanon, Frantz. (1952). Piel negra, máscaras blancas. París. Éditions du Seuil, 1952.

Foto: Ayamey McLean

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