La abuela de mi abuela llegó untada con saliva de látigo
hizo del trópico su hombre, le dio hijos.

Debajo de una ceiba, aquí árbol sagrado, regó sus bastardos
para que limpios fuesen, como lo haría su madre,
allá en eterna memoria de praderas.

A veces no sabía si el llanto nacía allá o aquí
ni por cuál vena tronaba el cantar frente al castigo,
no sé por cuál llega a mí su oración, ni cuándo,
ni el lugar donde la siento cerca.

La abuela de mi abuela se unió a la tierra
en la que engendró a cada uno de sus bastardos
en diciembre de mil novecientos quince.

Má Francisca: siete sayas y ninguna mayoral
Má Francisca: siete rayos a la espalda del negro que te vendió
Má Francisca: siete los vientos en la ceiba, aquí árbol sagrado;
donde volaron mariposas en la versión de tu muerte.

Los nietos de tus nietos creemos en las marcas
que dejaste en la cara de la tierra; padre de tus hijos
muerte de tus bastardos; oración para expulsar el mal de látigo.

Los nietos, Má Francisca: siete sayas y ninguna mayoral,
estamos en deuda,
aquí y allá; ceiba, memoria, oración
cicatriz, tierra, ¡madre tierra!

Foto: Ayamey Mclean Sáenz

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