«Soy sal, abuela sal negra que entiende a Safo
desde el sabor del hueso propio
y no tengo intención de plancharme
ni una greña más».
Mayra Santos Febres
I No besé suficiente a mis abuelos negros. Debí acariciar su cuero oscurecido, rozar con premura sus labios espesos. Me faltó cubrir de rosas este follaje que nace desde mi raíz. Aunque no me amontoné en barracones junto a ellos, aunque no sentí el filo del látigo quebrándome la piel, les pertenezco, soy tan suya como del viento y en cada milímetro de mi piel llevo talladas sus memorias. II Yo aprendí una lengua sagrada la lengua de Timboctú, que cantó mi taita cuando ardía el monte. III Cuando mi cuerpo era un clamor de estrellas sobre elefantes desnudos mis huesos crujían como lanzas de carabalí. Mi lengua, templo ancestral de los dialectos, seguía los arrullos de Olodumare para morar el bosque. Mis labios se untaban con mejunjes de azafrán y la jícara iluminaba la tierra fértil. Yo adoraba el fuego, las plegarias del mandinga, los designios del mar. IV La noche en que se alzó el palenque yo tenía el cuerpo dormido. ¡Rebelión en el hueco de la Luna! Gritó el amo mientras torcía pescuezos. Estrellas bantús, soles que profesan la lengua de Olodumare, entreguen mi alma al monte. V Mi cuerpo fue yagruma seca, monte ñáñigo aldea bantú. VI No soy el tambor rítmico que sacude caderas. Soy vientre, melodía, canto ancestral. Soy mujer. Soy negra. VI Estas oraciones que yo pronuncio en lengua yoruba desde el cordón umbilical de mi progenitora. Este saberme negra prieta afrocaribeña. Este modo incandescente de huir, de alzar las manos, de cimarronearme. Este mejunje de rocíos. Este tambor batá. Estos 500 años. Son mi vida.
[…] A mis abuelos negros de Analaura Abreu Alfonso. […]