Acabo de salir de la Cineteca Nacional de la Ciudad de México, de ver Vicenta B,[i] dirigida por Carlos Díaz Lechuga y protagonizada por Linnett Hernández Valdés, una película que te muestra la Cuba contemporánea desde lo sensorial, tomando la religiosidad como pretexto.
No sé cuál de todas mis identidades transitorias hizo clic con este filme. Posiblemente todas ellas, al ser yo un ser fragmentado por la distancia de mi país natal. No sé si fue la Dayma diaspórica que dejó Cuba hace 4 años como Carlitos el hijo de Vicenta, o la mujer cubana y negra que ve el mar como un necesario paisaje de fondo, o la hija de Shangó[ii] que cree en la magia de las cartas para leer el camino a seguir.
Creo que Vicenta es una metáfora de la Cuba actual, esa que sin importar especificación geográfica está derruida, herida, lastimada por el paso del tiempo y la silente (pero dolorosa) inercia. Da igual que sea Regla, el Fanguito o el Malecón; el paisaje es prácticamente el mismo, lleno de soledad, carencias y desesperanza. Asistimos a una isla en ruinas, con la maldita circunstancia del agua por todas partes y la realidad de una nación que se está vaciando a una impactante velocidad.
Intentaré ir por partes.
En primer lugar, y fundamental para mí, la migración, pues es un denominador común para numerosas familias cubanas. Los jóvenes desarrollan cada vez más temprano el deseo de emigrar, de dejar Cuba, por sentir que las oportunidades de desarrollo en su país están cada vez más lejanas. Las madres cubanas se están quedando con el nido vacío, con casas que se les caen encima por tanta soledad. La escena de la llegada al hogar, tras dejar a Carlitos en el aeropuerto, me llevó de vuelta a las palabras de mi mamá hace unos años: «solo tenía ganas de gritar, al ver la casa tan vacía y pedazos de ti por todas partes».
La migración es una suerte de duelo, para el que se va y para el que se queda. El que parte debe repetirse a diario que es lo correcto, que es por un bien mayor, que el comienzo será difícil pero luego vendrán cosas buenas, crecimiento, prosperidad; que es cuestión de tiempo hacerse de un espacio, de nuevas amistades, de un buen trabajo, de mejorar, en el sentido estricto de la palabra. Lo que nadie te cuenta es cuántas cosas se quiebran en ese proceso, cuántas realidades te dan de bruces en la cara, cuántos dolores se normalizan y cómo toca asimilar todo eso desde el silencio, desde la sonrisa en una videollamada y desde el apoyo a los que siguen en tu lugar de origen.
Los que permanecen, por otro lado, viven el desapego, el dejar de ser prioridades aparentemente, como demuestra la historia de Carlitos, quien de repente no llama todo lo que quisiera su madre, pues el trabajo y los nuevos amigos le consumen demasiado tiempo. Mientras, ella intenta no desmoronarse junto a una casa que le susurra el nombre de su hijo a cada minuto. El retrato familiar comienza a borrarse, ante la ausencia de las generaciones más jóvenes y el envejecimiento inevitable de los más grandes, quienes siguen bajo la misma rutina.
Esa idea de la jornada que se repite me lleva a mi próximo tópico: la monotonía, esa que Lechuga nos recrea a través de largos primeros planos, o silencios prolongados, o una protagonista imperturbable, impasible, serena pese al resquebrajamiento interno. Hay una inercia que invade toda la película, y quien conozca la Cuba actual me entenderá, pues uno puede sentirse dentro de la pantalla, al saber de una isla donde nada pasa, nada cambia, nada se mueve. En este sentido, adoré las escenas donde la brisa es tan fuerte que sacude objetos (la silla y la bicicleta) hasta arrojarlos al suelo, como si hasta la naturaleza estuviese luchando por transformar algo, pero solo alcanza a contribuir a ese caos.
El suicidio de Mónica, un suceso indeseable para cualquier familia y sociedad, funciona como una excusa para poner sobre la mesa la crisis de fe que nos golpea. Una joven llena de vida que «se da candela» por no saber cómo lidiar con su realidad. Una espiritista connotada que no supo cómo ayudarle, cómo salvarla. Unos santos y espíritus que no responden a las plegarias de Vicenta y la ponen a cuestionar el papel de estos asideros en su vida, como responsable de su soledad y del alejamiento de sus seres queridos. Lo que solemos pensar como un don se le muestra a ratos como una verdadera desgracia, la cual le provoca dolor e impotencia.
Siento que hay un cuestionamiento de la religiosidad, pues se espera una agencia de parte de los entes sobrenaturales, como quien anhela un milagro, cosa que me recuerda la obra La fuerza del ejemplo, de Lázaro Saavedra. En esta pieza, la Virgen de la Caridad se suma a los pescadores que descansan a sus pies para remar juntos el bote, y acompañarlos en la desgracia. A decir de Beatriz Gago: «esta materialización de la santa imagen resulta un testimonio de la fe con la cual se valora la magnitud del compromiso de la Patrona de Cuba con sus fieles, en aquellos momentos trascendentales en los que su sobrevivencia se halla en inmediato peligro».[iii] Quizás la evocación en la película del canto «El Santísimo», canción de misa espiritual para la Virgen de la Caridad, haya provocado, de manera inconsciente, esta conexión con Saavedra en mi cabeza, a la vez que me llevó a misas y espacios de profunda espiritualidad a los que asistía con mi abuela, quien sin «tener nada»[iv] adoraba estas ceremonias y se sabía todos estos cánticos al dedillo.
Sea el santísimo
Sea
Sea el santísimo
Sea
Madre mía de la Caridad,
ayúdanos, ampáranos en el nombre de Dios,
Ay dios.[v]
A propósito de esta estrecha relación entre los santos y sus adeptos, Gago señala que La fuerza del ejemplo «estuvo a punto de ser censurada antes de la inauguración de la exposición. Se confundía –por los encargados del análisis de las obras– la posición de la Virgen en el bote con una exhortación a la inmigración por mar».[vi] Yo lo dejo ahí, mientras sigo intentando entender a un país que actualmente encuentra en la partida la única solución posible.
Disfruto y respeto que el filme tenga ese deje melancólico, áspero, real, pues lo aleja de pintoresquismos baratos y caricaturizaciones de lo que es Cuba. No sé si porque en mi familia hay todo eso (migración, soledad, ancianos que cuidar, crisis de fe) o porque siento que mi mamá es Vicenta en alguna medida, o que yo lo podría ser dentro de 15 o 20 años si siguiera viviendo en Cuba a su edad. Siento el argumento problematizador, reflexivo, que nos sirve un poco a todos, para pensarnos desde donde estamos, ya sea desde la distancia (migración) que todo lo exacerba y hace más visceral, o desde la cercanía (Cuba), donde todos podemos ser Vicenta de manera inevitable.
[i] Ficha técnica:
Vicenta B, Cuba-Francia-Estados Unidos-Colombia-Noruega, 2022, Dur.: 77 mins.
Director: Carlos Lechuga | Guion: Fabián Suárez, Carlos Lechuga | Dir. Fotografía: Denise Guerra | Fotografía: Color | Música original: Santiago Barbosa Cañón | Edición: Joanna Montero | Con: Linnett Hernández Valdés (Vicenta), Aimeé Despaigne, Mireya Chapman, Pedro Antonio Martínez (Carlitos) | Productora: Claudia Calviño | Productora: Dag Hoel Filmproduksjon, Motto Pictures, Promenades Films | Distribuidora: Habanero Films | Clasificación: B.
[ii] En la regla de Ocha o santería, religión cubana de origen africano, Shangó es el orisha o deidad que se identifica con atributos como el fuego, el trueno y la guerra, así como con el baile, la música y la virilidad.
[iii] Gago, B. (2021). Discurso y susurro de una tradición. Lo cristiano en el arte cubano contemporáneo. Parte II.
[iv] Frase popular que hace referencia a no estar consagrado o iniciado en ninguna religión de manera oficial.
[v] Fragmento del canto «El Santísimo», con el cual se abren las misas espirituales en Cuba y su diáspora religiosa.
[vi] Ob. cit. en n. 3.
Foto: Tomada de Festival de San Sebastián
[…] ¡Sea el Santísimo, sea! Vicenta B, cuando la espiritualidad no alcanza de Dayma Crespo Zaporta. […]
He visto la película y estoy de acuerdo con las impresiones estas. Creo que Vicenta presenta una situación personal de una mujer que habla con los espíritus pero quizás eso en ves de colocarla en una comunidad, la mantiene aislada- no entiendo bien porque es así. Su ex le dice a Vicenta que los trabajos espirituales quizás eran más importante para ella que la relación con el esposo y también pienso que Vicenta tiene esa pregunta – como una crisis de cierta edad de una mujer. Pero también es verdad que la película demuestra cierta manera de estar aislada – como que el tiempo ha parado y solamente es posible lo mismo
día tras día.